“No es que queramos hacer daño. Es que, a veces, se nos escapa”, dice Anahí Campoverde, psicoterapeuta familiar, en uno de sus vídeos recientes. Con voz serena, se detiene en una escena habitual pero poco nombrada: hablar mal del otro progenitor delante de los hijos. Lo que parece una simple queja puede dejar una herida más profunda de lo que pensamos. No solo porque el niño escucha, sino porque empieza a preguntarse si también él es así.
La escena es cotidiana. “Es un inútil, un bueno para nada”, soltamos con rabia tras una discusión o una decepción. ¿Qué pasa si nuestro hijo lo escucha? “Puede hacerle pensar: ‘¿y si yo también soy así?’”, alerta Campoverde. Porque, aunque haya separación, el vínculo permanece. Y para los niños, mamá y papá siguen siendo su mundo entero.
El precio de una frase al aire
El miedo a parecerse y el riesgo de rechazarse
La experta lo explica con claridad: “Posiblemente tienes todas las razones del mundo para estar molesta. Pero esa emoción, transformada en insulto, deja huella.” Los niños, para seguir sintiéndose queridos, pueden llegar a rechazar partes de sí mismos que les recuerdan al otro progenitor. Una división interna que no se ve, pero se siente. Que no sangra, pero duele.
“Él se divide solo para seguir sintiéndose parte de ti”, dice Campoverde. En esa frase se condensa el verdadero drama: el niño no solo pierde la imagen del padre o la madre ausente, también comienza a perder la propia.
El vídeo, publicado en su cuenta de Instagram @dueloycrianza.postruptura, está acompañado por una metáfora poderosa en la descripción: “Nuestros hijos llevan dentro una semilla de mamá y otra de papá. De nuestras palabras depende si esas semillas se convierten en un bosque lleno de vida… o en un lugar seco, difícil de habitar.”
No es un reproche, aclara. Es un llamado a la conciencia. “Este es un pequeño defecto que casi todos cometemos. Pero no olvides que amar significa saberme controlar”. Y si no sabes cómo romper ese ciclo, concluye, siempre se puede pedir ayuda.
No es solo una cuestión de respeto. Es una cuestión de raíces. De identidad. De amor.

