Sentirse hinchado, con gases o malestar después de tomar leche no debería vivirse como un fallo del cuerpo. Al contrario. Según la doctora Olga García Gómez, especialista en medicina integrativa y psicosomática, “lo normal y lo evolutivo es que no podamos digerir la lactosa”, es decir, que perdamos la enzima lactasa a medida que crecemos. Lejos de ser una enfermedad, la intolerancia a la lactosa es un estado fisiológico coherente con nuestra historia como especie.
Una enzima que se pierde al dejar de ser lactante
La mayoría de los adultos pierde la enzima lactasa de forma natural, lo que impide digerir bien la leche
La leche, recuerda García en el pódcast Fonendos Fuera, es “un alimento magnífico para los bebés”. No en vano, el ser humano es lactante en su primera etapa de vida. Pero tras el destete, lo esperado desde el punto de vista biológico es que esa capacidad de digerir la lactosa —un azúcar presente en la leche— se pierda progresivamente. “Perder la lactasa no significa estar roto. Significa que el cuerpo está haciendo lo que, evolutivamente, está programado para hacer”, insiste.
La experta explica que esta percepción cambió debido a una mutación genética en algunas poblaciones. “A medida que el Homo sapiens migró hacia el norte de Europa, donde había muy poca vitamina D, aquellos grupos desarrollaron un polimorfismo genético que les permitió seguir produciendo lactasa en la edad adulta”, señala García. Así, pudieron beneficiarse de los lácteos como fuente de calcio y vitamina D en un entorno con escasa exposición solar. Pero esta capacidad es, precisamente, una excepción.
La lactasa persistente —como se denomina técnicamente a quienes mantienen la enzima en la edad adulta— es común en el norte de Europa, pero minoritaria a nivel global. Estudios científicos estiman que alrededor del 65 % de la población mundial pierde parcial o totalmente la capacidad de digerir lactosa después de la infancia (National Institutes of Health, 2022). En países como China, el porcentaje de personas con intolerancia a la lactosa puede superar el 90 %, mientras que en algunas zonas de África y Sudamérica también se mantiene muy elevado.
Por eso, si la leche ya no te sienta bien, no es un problema ni una enfermedad: simplemente has vuelto a la normalidad evolutiva. El cuerpo cambia, se adapta y, en muchos casos, deja de producir la enzima lactasa porque ya no la necesita. Escuchar esas señales no es debilidad, es sabiduría corporal.
No hay una sola forma de alimentarse bien, ni una única fuente de calcio o proteínas. Lo importante es dejar de ver la intolerancia como una anomalía y empezar a entenderla como lo que es: una respuesta natural del organismo adulto.
Porque, al final, entender cómo funcionamos también es una forma de cuidarnos. Y tal vez la verdadera revolución empiece ahí: cuando dejamos de luchar contra el cuerpo y empezamos, por fin, a escucharlo.