¿Y si el problema no fueran solo los niños ni los adolescentes, sino cómo los miramos... o dejamos de mirar? Ansiedad, autolesiones, insomnio, disociación. Niños que no juegan. Adolescentes atrapados en redes, en la exigencia o en el silencio. Mientras tanto, predominan las normas, las técnicas o los límites… como si con eso bastara. La investigadora en neurociencia y educadora social experta en desarrollo infantil y juvenil, Tania García, fundadora de Educación Real, sostiene algo incómodo, pero que resuena: la salud mental infantil no se protege con castigos ni herramientas, sino con vínculo, presencia emocional y adultos que se atreven a mirar.
Y las relaciones, en lugar de nutrirse del cuerpo y la presencia real, se desarrollan desde la exposición, la urgencia y el miedo a la exclusión
La salud mental de niños y adolescentes está pasando por un momento complicado. ¿Qué cree que está fallando desde el punto de vista educativo y social?
Estamos fallando en lo estructural. Vivimos en una sociedad que exige rendimiento, pero no sostiene emocionalmente. Niños que no juegan, que no son escuchados, que no son vistos más allá de sus notas o su conducta. Adolescentes que se autolesionan, consumen pornografía o viven disociados, y a los que seguimos respondiendo con normas y etiquetas. El desarrollo sano requiere vínculo, seguridad, presencia emocional continua, sin eso, la amígdala cerebral permanece en alerta crónica, lo que genera ansiedad, insomnio, disociación y, trauma.

Adolescentes movil
La solución no está en técnicas de gestión emocional, sino en adultos que dejen de educar desde lo que los rompió, y eso solo es posible si se atreven a hacer su propio proceso, a reconstruirse, a romper sus patrones y empezar a comprender realmente las necesidades cerebrales de sus hijos.
¿Qué señales deberían alertar a familias y docentes de que un niño o adolescente necesita apoyo emocional urgente?
Cambios abruptos de energía, alteraciones del sueño, compulsividad, aislamiento, somatizaciones, irritabilidad persistente, autocrítica… Pero también lo contrario: excesiva complacencia, silencio, rendimiento académico obsesivo...
Estas señales indican que el sistema nervioso está desequilibrado, que hay que actuar, que el cuerpo está en defensa, aunque aparentemente parezca “normal”. La clave es no mirar solo el comportamiento, sino lo que hay debajo, hay que ir a la profundidad y ver la parte del Iceberg que no se, si el adulto no puede ver esto, el síntoma se cronifica, y lo que era una necesidad emocional que tan solo necesitaba ser cubierta, se convierte en un trastorno físico o emocional.
En su experiencia, ¿cómo influyen las redes sociales y WhatsApp en el lenguaje emocional, la autoestima y las relaciones entre adolescentes?
Las redes reconfiguran el cerebro adolescente. Cada like es una dosis de dopamina, cada historia que ven, una comparación emocional. El lenguaje emocional se empobrece porque todo se simplifica a emojis o frases rápidas. La autoestima se desplaza hacia el exterior: no se construye desde el autoconocimiento y acompañamiento, sino desde el agrado del otro. Y las relaciones, en lugar de nutrirse del cuerpo y la presencia real, se desarrollan desde la exposición, la urgencia y el miedo a la exclusión. No hablamos solo de sobreuso: hablamos de un modelo de vinculación completamente nuevo, para el que ni sus cerebros ni los nuestros estaban preparados.
Estamos fallando en lo estructural. Vivimos en una sociedad que exige rendimiento, pero no sostiene emocionalmente
¿Qué pueden hacer las familias para acompañar el uso de redes sin caer en la vigilancia ni en la desconexión total?
Dejar de actuar desde el miedo. Autoconocernos para poder ayudarles a conocerse a sí mismos. Sostener, en lugar de controlar. El adolescente no necesita más normas: necesita adultos capaces de estar ahí cuando no sabe qué hacer con lo que siente. La vigilancia genera más desconexión, y la permisividad y por tanto el abandono, más ansiedad. El punto medio no es un equilibrio forzado, es un lugar de presencia emocional real.
Desde la Educación Real®, enseñamos a crear un vínculo que permita el diálogo real, donde el adolescente no tema ser juzgado, ni idealizado, ni corregido. Eso solo se logra si el adulto ha dejado de necesitar que su hijo le equilibre a él, que su hijo sea el responsable de sus emociones adultas, ya que los dueños de nuestras emociones, somos nosotros mismos.
El 1 de junio fue el Día Mundial de las Madres y los Padres. ¿Qué mensaje clave daría a las familias sobre su papel educativo en el mundo actual?
Que no están aquí para tener la razón. Están aquí para mirar su historia, reparar su estructura interna y ofrecer un vínculo seguro. Lo más educativo que puede hacer un adulto hoy no es poner un límite ni enseñar valores, sino trabajar su presencia emocional, a través de la cual lo enseña todo. Educar no es corregir: es comprender. Por eso la importancia no está en lo que se dice, sino en lo que se transmite y se hace desde la coherencia, la ética y la conexión.
Las redes reconfiguran el cerebro adolescente. Cada like es una dosis de dopamina, cada historia que ven, una comparación emocional

Familia
Con el Día de las Redes Sociales (30 de junio) como telón de fondo, ¿qué reflexión haría sobre su impacto en la infancia y adolescencia, y cómo deberíamos repensarlas desde la educación?
Las redes sociales están reorganizando las conexiones neuronales de niños y adolescentes. Están reconfigurando su autopercepción, su atención, su forma de vincularse y su forma de vivir la emoción. Esto no es una opinión: es un hecho neurocientífico. La corteza prefrontal se ve debilitada y está en desarrollo, el sistema de recompensa se vuelve dependiente, y el sistema nervioso entra en estados de alerta intermitente por saturación sensorial. Si no entendemos esto como adultos, seguiremos poniendo horarios como si el problema fuera el tiempo.
Pero el verdadero problema es la ausencia de sostén. Un adolescente frente a la pantalla no está solo por gusto, está solo porque lo han dejado solo, y le han puesto una responsabilidad sobre sus hombros que no les corresponde.