Santi Sabariego acostumbra a cuestionar la cultura popular desde una mirada cercana y crítica. Esta vez le ha tocado a Viajando por el Mundo, el tema de Karol G junto a Manu Chao que muchos tararean sin reparar en lo que dice. Con ironía, el divulgador avisa a sus seguidores: “Quizás por esto me odiéis, pero me he quedado loco con el nivel de toxicidad de la letra”.
La felicidad no se compra con un billete de avión
Como si la felicidad se hubiera inventado al mismo tiempo que las aerolíneas de bajo coste
Desde ahí, despieza un estribillo y varias imágenes de postal. Cita versos y escenas —“Salida del vuelo con destino, la felicidad”, “casarse en Las Vegas”, “mirar las lucecitas de la Torre Eiffel”, “nadar sin ropa en una playa en Ibiza”— para plantear su tesis: “Hemos normalizado aspirar a modelos de vida que solo nos conducen a la frustración”. Y remacha el diagnóstico del estribillo: “De aquí yo no me voy sin haber vivido… mi miedo no es morir, es no haber vivido”.
Sabariego contrapone esas postales con gestos de cada día —“disfrutar un amanecer, decir buenos días, bajar las ventanillas y sentir la brisa”— y denuncia la lógica de fondo: “Aprovechar el tiempo, gozar la vida y sentirse vivo es básicamente consumir experiencias en otras partes del mundo. Y si no lo haces es como no haber vivido”. Incluso ironiza con la cronología de la felicidad: “Como si la felicidad se hubiera inventado al mismo tiempo que las compañías aéreas de bajo coste”.
La crítica no va contra viajar —“Conocer nuevos lugares es súper enriquecedor” reconoce— sino contra el mandato de hacerlo lejos y caro: “No vale que lo hagas en tu pueblo o en tu barrio, hay que hacerlo a miles de kilómetros de casa y pagando 200 euros la noche”. El contexto acompaña: España encadena récords turísticos y un verano con tarifas medias por habitación muy por encima del promedio europeo; en abril el ADR se situó en 240 euros (frente a 207 en Europa), y 2025 avanza con récord de visitantes y gasto.
A partir de ahí, Sabariego aprieta con preguntas que trascienden la canción: “¿Por qué viajamos? ¿Es viajar un fin en sí mismo? ¿O solo buscamos escapar desesperadamente de una realidad que nos desborda?” y “¿por qué viajamos a los sitios a los que viajamos? ¿Se debe a un interés genuino? ¿O solo necesitamos sentirnos parte de ese relato de realización personal que nos han vendido?”.
El vídeo identifica un motor de reconocimiento social —“subes una foto… realmente te sientes feliz… ¿o que tú también estás ahí?”— y lo liga a una maquinaria mayor: “Sea como sea, esto es un triunfo de la industria turística hacernos pensar que la felicidad está ahí fuera y que debemos pagar por salir a buscarla”.
El diagnóstico llega mientras el sur de Europa debate el sobreturismo: Barcelona y otros destinos aplican medidas para contener alquileres turísticos, tasas o límites a cruceros; organismos y analistas avisan del impacto en vivienda, precios y servicios.
Sabariego cierra apuntando a la raíz: “Quizá uno de los mayores éxitos del sistema sea haber logrado que apartemos el debate en torno a cuánto debemos trabajar y lo centremos en cómo debemos gastar el poco tiempo que nos queda libre”. Y deja la invitación a desplazar el foco: de Bali a la acera de siempre; de la “foto en el barco” al día a día.