A veces una mala contestación no es fruto del enfado, sino del agotamiento. Así lo explica la psicóloga Alicia González, que reconoce que en muchas ocasiones las respuestas bruscas llegan porque “el cuerpo está en alerta y la mente va más rápido que nosotros”.
Ese estado de saturación hace que lo más simple —una pregunta, una propuesta o incluso un comentario inocente— pueda vivirse como una carga. “Un simple comentario ya me activa y entonces salto. Me pongo defensiva o directamente me desconecto”, confiesa González en un vídeo que ha generado mucha repercusión.
No es que no nos queramos, es que no estamos regulado
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El problema, según la especialista, no es la falta de cariño hacia la otra persona, sino la falta de recursos internos para responder de otra manera. “Mi cuerpo está en modo supervivencia y desde ahí es muy difícil pensar con claridad”, admite.
El cuerpo está en alerta y la mente va más rápido que nosotros
Lejos de ver estas reacciones como un fallo personal, González propone entenderlas desde un enfoque psicobiosocial: la influencia de nuestras creencias y exigencias, la respuesta automática del sistema nervioso y el peso del contexto social, que en muchos casos está sobrecargado.
Después de esta perspectiva, la psicóloga aconseja seguir pequeñas estrategias: pedir un respiro sin romper el vínculo, poner en palabras el desbordamiento, recurrir al cuerpo para frenar la escalada emocional o volver más tarde a la conversación desde un lugar más calmado.
La clave, recuerda, no está en no fallar nunca, sino en reparar después. Porque muchas veces, como resume González, “no es que no nos queramos, es que no estamos regulados”.