“Ser adicto al drama es como conducir por la carretera de la vida en busca de un lugar pacífico mientras una fuerza invisible se apodera del volante e impide tomar la salida correcta”. Así describe el psicólogo Scott Lyons el caos interior que atrapa a quienes viven envueltos en conflictos, tensiones o emociones extremas. Durante años, Lyons, especializado en psicología holística, ha acompañado a sus pacientes en la superación de ciclos de dolor y negatividad. En su último libro, Adictos al drama, comparte las claves para reconocer los patrones que mantienen a las personas atrapadas en las crisis y los traumas no resueltos que suelen estar detrás.
Cuando pensamos en alguien que constantemente asume el papel de víctima, es fácil imaginar a una persona que busca atención o que monopoliza las emociones de los demás. Pero para el doctor Lyons, la adicción al drama va mucho más allá de un simple deseo de protagonismo. No se trata de manipulación ni de necesidad de público, sino de una forma de supervivencia emocional.
Dr. Scott Lyons, psicólogo
“El drama no es algo que las personas quieran, sino algo que necesitan”, escribe. “Es una adicción no muy distinta a cualquier otra droga, con la diferencia de que el drama no es tangible, sino algo que se puede provocar o fabricar”, señala el experto.
El drama no es algo que las personas quieran, sino algo que necesitan
El psicólogo explica que, al igual que ocurre con otras adicciones, el cuerpo desarrolla tolerancia: cada vez se necesita más dramatismo para mantener vivo el ciclo y evitar los síntomas de abstinencia emocional. El resultado no solo afecta a quien lo sufre, sino también a su entorno, que acaba sintiéndose drenado y confundido. Las personas adictas al drama viven en una montaña rusa emocional: los momentos de calma les resultan insoportables, y la intensidad —aunque duela— se convierte en una forma de sentir. Es entonces cuando, según Lyons, la ansiedad, la urgencia y el conflicto se transforman, paradójicamente, en herramientas para evitar el vacío interior.
Las raíces invisibles del drama
El psicólogo cuenta que la adicción al drama se construye sobre capas de defensa que envuelven un núcleo de dolor profundo. En la base de todo, dice, suele encontrarse una necesidad esencial no satisfecha: la de ser visto y escuchado.
Muchos de los pacientes con este patrón comparten una historia parecida. En su infancia, la atención, la conexión o el apoyo emocional fueron escasos. Crecieron sin sentirse realmente percibidos, lo que dejó una huella silenciosa que moldeó su identidad. “Cuando uno no se siente visto, aprende a desconectarse del entorno y también de sí mismo”, destaca el psicólogo.
Es una adicción no muy distinta a cualquier otra droga, con la diferencia de que el drama no es tangible
De ese aislamiento nace una identidad difusa, una sensación de no saber quién se es más allá del conflicto. A su vez, el entumecimiento emocional aparece como una forma de protección: se evita el dolor, pero también el placer y la calma. Y cuando la vida se siente plana, el cuerpo busca estímulos intensos para volver a sentirse vivo, aunque sea a través del caos.
El drama se convierte en una estrategia inconsciente para escapar del vacío
El drama se convierte entonces en una estrategia inconsciente para escapar del vacío. Cada discusión, cada crisis o cada gesto de victimismo reactivan la química del estrés, ofreciendo una ilusión momentánea de energía y control. Pero ese alivio es tan efímero como adictivo: el ciclo se repite una y otra vez, reforzando la dependencia emocional del conflicto.
Para el psicólogo, romper este patrón implica aprender a tolerar la calma, a sostener el silencio sin que se perciba como amenaza. Significa reconectar con el propio cuerpo, reconocer las emociones reprimidas y entender que la paz no es sinónimo de vacío, sino de presencia. Porque, como concluye Lyons, “la verdadera libertad llega cuando ya no necesitas la tormenta para sentirte vivo.”


