Hay relaciones en las que el cansancio emocional se instala de forma silenciosa. Un día, sin saber cómo, uno empieza a sentir que le molesta todo lo que hace su pareja. Los gestos cotidianos se vuelven irritantes, las palabras parecen cargadas, y la paciencia se agota.
“Siento que le estoy cogiendo manía a mi pareja. Él también lo nota. Me dice que ahora me molesta todo lo que hace. No lo hago adrede. Es más, intento dejar de hacerlo. Pero cada vez me pasa más”, narra la psicóloga Laia Sabaté, abriendo una reflexión sobre una emoción que muchos prefieren evitar: la rabia.
Laia Sabaté, psicóloga: “La rabia no siempre destruye, a veces es la amiga más necesaria para volver a construir”
Sabaté describe con precisión cómo el enfado se convierte en un visitante temido. “Odiamos sentir el enfado del otro y enfadarnos. Nos da miedo. Sentimos que sentirla no tendrá freno”. Sin embargo, explica que esta emoción no aparece por azar. Llega cuando se acumulan temas sin resolver, heridas pequeñas que no se nombran, promesas que no se cumplen o miedos que no se comparten.
“Nada más lejos de la realidad, creemos que sentir rabia nos aleja del bienestar. Pero cuando hemos acumulado una y otra vez cosas por resolver, temas que nos han dolido, rutinas que nos han cansado, soluciones que no se han cumplido, miedos que no han podido ser expresados o ayuda pedida que no ha sido dada, la rabia aparece. Claro, está harta. Es como si viniera a decirte ‘¿pero esto qué es?’”.
Cuando hemos acumulado una y otra vez cosas por resolver o temas que nos han dolido la rabia aparece
En esta línea, el terapeuta Moshe Ratson explica en Psychology Today que “en las relaciones, la ira no es el enemigo, es un mensajero. Cuando respondemos a ese mensaje con compasión y empatía, desbloqueamos el potencial de conexión más profunda, sanación y crecimiento”. Su planteamiento coincide con la visión de Sabaté: la rabia no destruye por sí misma, sino que señala el camino hacia lo que debe repararse.
La psicóloga plantea que muchas personas prefieren silenciar esa voz interna. “Y tú le dices: ‘cállate, estoy bien’. Y sonríes. Porque no quieres conflictos”. Pero la rabia insiste. Regresa cada vez que se ignora, hasta que un día deja de manifestarse como emoción y se proyecta sobre la persona amada. “Llega un día donde la rabia ya no está encima de la mesa sino encima de la otra persona y le coges manía. Porque esa rabia necesita ser atendida. Pero no solo por ti. También por el otro”.
Esta represión emocional ha sido analizada también por la psicoanalista británica Moya Sarner, quien señala en The Guardian que “la rabia suele ser la emoción más difícil de sentir. Más que la tristeza o el amor, la rabia es reprimida, internalizada o ignorada y reconocerla y expresarla es esencial para la buena salud mental y para relaciones saludables”.
Más que la tristeza o el amor, la rabia es reprimida, internalizada o ignorada
Sabaté invita a dejar de temer a la rabia y a verla como una señal de algo que pide atención. Propone detenerse, hablar, reconocer lo que ha quedado pendiente. “A veces necesitamos sentarnos y preguntarnos de verdad y con honestidad desde cuándo acumulamos y qué es lo que hemos acumulado. No tanto los recuerdos concretos sino las emociones, sensaciones y problemas que quedaron ahí. Sin ser ni atendidos ni reparados”.
Laia Sabaté, psicóloga: “La rabia no siempre destruye, a veces es la amiga más necesaria para volver a construir”
Ignorar el malestar, explica, solo prolonga el conflicto interno. “Fingir que no pasa nada, normalmente no nos ayuda. Solo sigue acumulando. Porque fingir que no sientes, enfada. Que el otro lo note, enfada”. La única salida real es enfrentarse con honestidad a lo que se siente, sin miedo al desorden momentáneo que pueda causar. “A veces solo necesitamos atrevernos a girar la botella que se ha llenado y dejar que todo caiga. Darnos el tiempo para revisar, para hablar, para no hacer como si nada. Esperando siempre, claro, que esto nos ayude”.


