Las conductas manipuladoras cotidianas suelen pasar inadvertidas, incluso entre personas que no buscan dañar de forma consciente. En muchas ocasiones, se disfrazan de gestos emocionales o de reacciones aparentemente inofensivas, pero esconden la intención de influir en los demás.
La psicóloga Celia Betrián señala varios ejemplos de estos comportamientos, que según su experiencia tratando parejas, deterioran la comunicación y debilitan las relaciones personales.
Las pequeñas maniobras emocionales se cuelan en la vida diaria
Una de las formas más comunes de manipulación emocional consiste en victimizarse para generar lástima. Decir “nadie me entiende” con el propósito de obtener compasión o conseguir que otros actúen en beneficio propio es una estrategia manipuladora. Expresar emociones es necesario, pero también lo es asumir la responsabilidad de buscar soluciones personales.
Otra conducta habitual es esperar que la otra persona adivine lo que uno siente. Enfadarse porque alguien no detectó un malestar sin haberlo comunicado es un intento de control. Tal como explica Betrián, la responsabilidad emocional incluye verbalizar el propio estado: “Hoy me siento triste por X”. La claridad evita malentendidos y favorece la empatía real.
Celia Betrián, psicóloga
También es manipulador darle la vuelta a una situación para no asumir culpa. Responder con frases como “tú lo hiciste peor” impide reconocer errores y bloquea el diálogo. Admitir la parte que corresponde y resolver los conflictos de forma conjunta refuerza la confianza y la solidez de la relación.
Otra manifestación de manipulación es apagar a los demás para sentirse superior. Ridiculizar, menospreciar o invalidar a alguien con el fin de elevar la autoestima propia revela inseguridad y dependencia del reconocimiento externo. En estos casos, resulta esencial revisar el ego y trabajar la autoestima.
Hacer promesas que no se piensan cumplir para conseguir algo constituye igualmente una forma de manipulación. Decir “lo haré” sin intención de hacerlo solo para obtener un beneficio inmediato genera resentimiento. La honestidad, en cambio, evita juegos de poder y contribuye a relaciones más sanas.
Por último, dejar de hablar para que la otra persona adivine un enfado es otro intento de controlar desde el silencio. Ignorar mensajes o retirarse del diálogo con la esperanza de que el otro “note que estás enfadado” sustituye la comunicación por el castigo. Expresar con serenidad “Estoy enfadado con esto, necesito un tiempo” promueve la madurez emocional y el respeto mutuo.
Estas actitudes, aunque son frecuentes, impiden la convivencia equilibrada y erosionan la confianza. Reconocerlas y modificarlas no solo mejora la relación con los demás, sino que también fortalece el bienestar personal y la autenticidad emocional.

