La Organización Mundial de la Salud define la obesidad como una “compleja enfermedad crónica que se define por una acumulación excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”, un paso más allá del sobrepeso. “La obesidad puede provocar un aumento del riesgo de diabetes de tipo 2 y cardiopatías, puede afectar la salud ósea y la reproducción y aumenta el riesgo de que aparezcan determinados tipos de cáncer. Además, también influye en aspectos de la calidad de vida como el sueño o el movimiento”, prosigue la entidad.
Según los datos publicados por la propia OMS, una de cada ocho personas del planeta padecía obesidad en 2022, un 16% de la población mayor de 18 años. Asimismo, en 2024 se contabilizaban 35 millones de niños menores de 5 años con sobrepeso, un dato que mantiene atentos a médicos y especialistas. Sin embargo, el cambio de sobrepeso a obesidad puede tener un componente más mental que de mala dieta o vida sedentaria. Rosalía Rodríguez, catedrática de la Universitat International de Catalunya, exponía su punto de vista en The Conversation.
El abuso de refinados, la comida rápida o ultraprocesados, el azúcar y el exceso de carne roja son algunos de los grandes males de nuestros días
“Su origen profundo reside en el sistema nervioso central, especialmente en el hipotálamo, la región que actúa como un ‘termostato energético’. Durante el 95 % de nuestra historia evolutiva hemos vivido en escasez: caminar, cazar y recolectar era imprescindible, y el cerebro desarrolló mecanismos muy eficaces para defender la masa grasa, porque perderla podía significar no sobrevivir”, comentaba la divulgadora. Desde su punto de vista, esta realidad ha cambiado drásticamente con la modernización de la sociedad.
“Ese ‘cerebro ancestral’ opera hoy en un entorno absolutamente opuesto: alimentos hipercalóricos disponibles 24 horas, sedentarismo, estrés crónico, alteraciones del sueño y dietas ultraprocesadas. El resultado es un desajuste entre nuestra biología y nuestro estilo de vida, amplificado en personas con predisposición genética. A ello se suma algo que la investigación empieza a explorar con claridad: el sistema que regula el peso no funciona igual en hombres y en mujeres”, destacaba.
La obesidad no solo es un problema de salud pública, sino que también se ha convertido en un negocio lucrativo, con un impacto significativo en la economía
Un elemento muy particular
Rodríguez destacaba que el problema arranca con la inflamación del hipotálamo, que puede producirse por distintos motivos. Sea culpa del estrés, las dietas con una elevada cantidad de calorías, la falta de sueño, las alteraciones hormonales o incluso la “susceptibilidad genética”, las neuronas que regulan tanto el hambre como la saciedad ven alterada su actividad. Algunas personas logran volver espontáneamente al peso inicial tras una sobrealimentación; otras, en cambio, muestran un ‘freno hipotalámico’ menos eficaz y acumulan peso con más facilidad”, dejaba claro la investigadora.
“No es un fallo de voluntad, como está estigmatizado a nivel social, ni un problema individual. Es una enfermedad compleja con raíces profundas en un cerebro adaptado para sobrevivir en la escasez. Abordarla requiere un doble enfoque: promover estilos de vida saludables y, cuando es necesario, utilizar terapias que actúen sobre los circuitos cerebrales que regulan el peso. Comprender cómo funciona –y cómo falla– el hipotálamo será clave para frenar la pandemia silenciosa del siglo XXI”, resaltaba.


