La Organización Mundial de la Salud define la obesidad como una “compleja enfermedad crónica que se define por una acumulación excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”, un paso más allá del sobrepeso. “La obesidad puede provocar un aumento del riesgo de diabetes de tipo 2 y cardiopatías, puede afectar la salud ósea y la reproducción y aumenta el riesgo de que aparezcan determinados tipos de cáncer. Además, también influye en aspectos de la calidad de vida como el sueño o el movimiento”, prosigue la entidad.
Los datos publicados por la OMS constatan que una de cada ocho personas padecía obesidad en 2022, y más concretamente un 16% de la población mayor de 18 años. Para intentar dar con la clave de porqué alguien padece de obesidad, los médicos y seres queridos suelen mirar factores como la dieta o una vida sedentaria. Sin embargo, el estrés y el cerebro también pueden tener mucho que ver. Rajita Sinha, psicóloga y fundadora del Centro Interdisciplinario para el Estrés de la Universidad de Yale, contaba en la BBC la razón por la que comemos por estrés.
Ejemplo de madre e hija estresadas
“El estrés es realmente la respuesta de tu cuerpo y de tu mente a las situaciones difíciles y abrumadoras que, en un momento dado, te pueden hacer sentir que no puedes hacer nada al respecto”, expresaba la investigadora, en una conversación con Ruth Alexander del programa Food Chain. Este sistema de alarma actúa sobre todas las células del cuerpo, según sus propias palabras, y a largo plazo esto puede amplificar afectaciones como la depresión, los problemas de sueño o el aumento de peso.
De forma similar se pronunciaba la neuro-oftalmóloga Mithu Storoni, quien participó en la misma entrevista para la televisión británica. La divulgadora se valió de una experiencia personal para expresar cómo el estrés puede amplificar o erradicar por completo el hambre en un cuerpo. “Recuerdo cuando estudiaba para mis exámenes, me sentía enferma. Por supuesto sabemos ahora que una de las razones por la que esto sucede se debe a que hay una conexión directa entre tu sistema gastrointestinal, tu estómago e intestinos, y tu cerebro”, aportaba.
Comida rápida
Una cadena rompible
“Por otro lado, también sabemos que el momento en el que te estresas agudamente tu cerebro necesita azúcar”, añadía. Y es que la sustancia encargada de endulzarlo todo también es responsable de una rueda de hámster. Sinha detallaba que un cuerpo estresado inunda su torrente sanguíneo de glucosa, lo que vuelve a la insulina, encargada de regularla, menos efectiva. Esta glucosa se queda sin usarse para energía, aumentando los niveles de azúcar en sangre. De ahí que las personas con estrés crónico puedan acabar generando aumento de peso o diabetes.
Al mismo tiempo, la ganancia de kilos hace que el cuerpo sea más susceptible a los cambios de apetito, y como respuesta el cerebro reclama todavía más azúcar. “Lo llamamos el ciclo de alimentación anticipada, que es que una cosa lleva a la otra. Es un círculo vicioso y más difícil de romper porque nos quedamos estancados en él”, confesaba Sinha. Para contrarrestarlo, tanto ella como Storoni aconsejan hacer planes anticipados para combatir el estrés, centrarse en dormir bien, esquivar los alimentos con carbohidratos simples, priorizar las proteínas y “consumir regularmente pequeñas porciones saludables durante el día”.


