La autoestima no es solo una cuestión de carácter o de actitud positiva. Desde el punto de vista del cerebro, la autoestima es un pilar clave que condiciona cómo nos percibimos, cómo nos relacionamos y hasta qué punto creemos merecer afecto. Así lo explica Ana Ibáñez, neurocientífica y divulgadora especializada en entrenamiento cerebral en una charla de Aprendemos Juntos, que subraya que la autoestima “es el valor que nos damos a nosotros mismos, pero también la creencia inconsciente de si tenemos derecho a ser queridos por los demás”.
Tres claves para mejorar nuestra autoestima
Para Ana Ibáñez esta asociación que hace el cerebro para nada es casual. Nuestro cerebro primitivo vincula el amor recibido con la supervivencia. “Cuando nacemos somos absolutamente indefensos. Que alguien nos quiera significa que nos cuida y que sobrevivimos”, explica. Ese aprendizaje temprano deja huellas profundas que, aunque ya no sean necesarias en la edad adulta, siguen en nosotros como si nuestra vida dependiera de la aprobación externa. Por lo tanto, partiendo de esta base, la neurocientífica plantea tres claves fundamentales para fortalecer la autoestima.
La primera clave pasa por revisar el pasado y diferenciarlo del presente. “Tenemos que evaluar qué sinónimos hicimos de niños. Si aprendimos que nos querían solo si lo hacíamos todo bien, si éramos responsables o callados, etc”, explica. El paso clave es preguntarse si esas reglas siguen siendo reales a día de hoy. Romper esos automatismos es, para Ibáñez, un acto de reprogramación cerebral difícil de llevar a cabo, pero necesario.
Hablarse bien y quererse es importante para fortalecer la autoestima
La segunda clave está relacionada con el éxito y el fracaso. “La autoestima está muy ligada a nivel cerebral al hecho de hacerlo bien, y eso es un error”, afirma. De pequeños solemos recibir reconocimiento cuando acertamos, pero no cuando fallamos, lo que puede generar la creencia de que el amor depende del rendimiento. En la edad adulta, este patrón se traduce en autoexigencia extrema y culpa. Revisar esa asociación, la de que fracaso equivale a no ser querido, es esencial para fortalecer nuestra autoestima y darnos más valor.
La tercera clave es encontrar el equilibrio entre la voz crítica y la voz empática. Ibáñez no pretende eliminar la autocrítica, sino equilibrarla. “Podemos decir ‘esto no me gusta cómo lo estoy haciendo’ y querer mejorar, pero lo que no nos viene bien es mirarnos sin ninguna empatía”, advierte. En ese punto introduce el humor como herramienta neurobiológica: reírse de los propios fallos rompe el esquema del cerebro y reduce el estrés. “El poder reírnos de nosotros mismos es maravilloso. Pongamos un nombre divertido a aquellas cosas de nosotros que no nos gustan. Si eres muy organizado, ponerte mister, no sé, organizator o insoportator o lo que tú quieras, algo que te digan en tu casa, pero ríete de eso, permítete reírte de eso y que tu familia y tú podáis reíros de eso. Os aseguro que esto es un potenciador enorme de autoestima”.
Una buena actitud hacia uno mismo mejora la autoestima
Este planteamiento coincide con una investigación científica reciente realizada en España. Un estudio de Pérez-Aranda y colaboradores analizó el impacto de la autocompasión y el mindfulness en la población española y concluyó que una actitud más comprensiva hacia uno mismo se asocia con menores niveles de ansiedad y depresión, así como con una mayor resiliencia psicológica.
Aprender a observar las propias dificultades sin juzgar y con amabilidad no solo mejora el bienestar emocional, sino que actúa como un factor protector a nivel psicológico, reforzando la autoestima, siendo menos dependiente del éxito o del error.

