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Mariana Capurro, psicóloga: “La primera Navidad tras el divorcio reactiva el duelo infantil, incluso en niños que durante el año parecían adaptados”

HIJOS

La psicóloga advierte que muchos niños esconden su dolor para no preocupar a los adultos, algo respaldado por estudios sobre apego y duelo infantil

Mariana Capurro, psicóloga. 

Mariana Capurro, psicóloga. 

Cedida

La primera Navidad tras un divorcio, no siempre llega con lágrimas ni con grandes conflictos. A veces se presenta de forma mucho más silenciosa para los hijos: un niño que parece adaptarse, que cumple las rutinas y que asegura que está bien. Sin embargo, como explica la psicóloga Mariana Capurro para Guyana Guardian, “la Navidad concentra símbolos de unión, rituales familiares y recuerdos compartidos”. Y cuando esa imagen de familia se fragmenta, el impacto emocional puede reaparecer con fuerza, incluso en aquellos que durante el año han mostrado una gran capacidad de adaptación.

Las fiestas pueden reactivar ausencias, comparaciones y conflictos de lealtad que muchos hijos no saben— o no se atreven— a expresar con palabras. Sentarse a la mesa sin uno de sus progenitores, dividir los días entre dos casas o repetir tradiciones que ya no son iguales, puede intensificar un duelo que parecía dormido. “Llevarlo bien muchas veces significa callar lo que duele”, señala Capurro, recordando que los más pequeños suelen proteger a los adultos posponiendo su propio malestar.

Dividir los días puede vivirse como una experiencia fragmentada para los niños

Mariana Capurro

Psicóloga

En esta entrevista, la psicóloga analiza por qué la primera Navidad tras un divorcio es un momento especialmente vulnerable para los niños, qué emociones suelen aparecer y cómo las actitudes de los adultos— más allá de regalos, agendas o celebraciones perfectas— pueden marcar la diferencia. 

La psicóloga analiza por qué la primera Navidad tras un divorcio es un momento especialmente vulnerable para los niños. 
La psicóloga analiza por qué la primera Navidad tras un divorcio es un momento especialmente vulnerable para los niños. Unsplash

¿Por qué suele ser especialmente difícil para los más pequeños, incluso cuando parecen “llevarlo bien”? 

Durante el año, muchos logran adaptarse a la nueva organización familiar con una sorprendente capacidad de ajuste. Van al colegio, mantienen rutinas y, en apariencia, todo “funciona”. Sin embargo, la Navidad no es un periodo neutro: concentra símbolos de unión, rituales familiares y recuerdos compartidos. Para un niño, sentarse a la mesa sin uno de los progenitores o repetir tradiciones que ahora ya no son iguales puede reactivar el duelo de forma intensa. Estudios sobre apego y duelo infantil muestran que ellos pueden posponer la expresión emocional para no preocupar a los adultos, especialmente en contextos que perciben como frágiles. Por eso, “llevarlo bien” muchas veces significa callar lo que duele.

¿Qué emociones son más habituales durante estas fechas y cómo suelen expresarlas?

La experiencia emocional suele ser compleja y contradictoria. Puede haber tristeza por lo que ya no está, culpa por disfrutar en un contexto donde uno de los padres está ausente, miedo a que los conflictos aumenten y enfado por no tener control sobre las decisiones. En la vida cotidiana esto se traduce en distintas conductas: un niño que vuelve a mojar la cama, otro que se muestra irritable durante las comidas familiares, o aquel que parece excesivamente complaciente. La investigación en psicología evolutiva es clara: expresan antes con el comportamiento que con las palabras.

¿Cómo afecta a su sensación de seguridad y de pertenencia? Para los adultos, dividir los días puede parecer una solución justa y organizada. Para los más pequeños, en cambio, puede vivirse como una experiencia fragmentada: dos casas, dos celebraciones, dos versiones de la Navidad. La seguridad emocional infantil se construye a partir de la continuidad y la previsibilidad. Cuando esta se rompe, algunos verbalizan sentirse “de paso”, como si no terminaran de encajar del todo en ningún sitio. En consulta es habitual escuchar frases como “aquí no es del todo Navidad” o “la otra parte me la pierdo”.

Para un niño, vivir la primera Navidad tras la separación puede sentirse como estar de paso entre dos casas

Mariana Capurro

Psicóloga

¿Es un error intentar compensar el divorcio con regalos, viajes o celebraciones excesivas? 

Es una reacción comprensible. Muchos adultos intentan proteger a sus hijos del dolor ofreciendo experiencias especiales. Sin embargo, la evidencia clínica indica que el exceso puede tener el efecto contrario: el niño percibe que hay algo que debe ser compensado, aunque no se diga. Además, puede aparecer una presión implícita por estar contento. En la práctica, ellos recuerdan más una tarde tranquila, una conversación sin prisas o un adulto emocionalmente disponible que un regalo costoso.

¿Qué señales nos indican que no se está gestionando bien esta primera Navidad tras la separación, aunque no lo verbalice?

A veces las señales son sutiles: mayor cansancio, cambios en el apetito, dolores de barriga antes de los encuentros familiares o un aumento de la necesidad de atención. Otras veces aparecen regresiones claras, como miedo a dormir solo o dificultades para separarse de la figura de referencia. La literatura sobre estrés infantil subraya que el cuerpo suele ser el primer canal de expresión cuando las emociones no encuentran palabras.

¿Qué papel juegan las comparaciones (“en casa de mamá/papá es mejor”) y cómo pueden gestionarlas los adultos sin entrar en conflicto? 

Frases como “en casa de mamá hay más gente” o “con papá sí hacemos esto” no suelen ser juicios, sino intentos de integrar realidades distintas. El problema surge cuando los adultos responden desde la herida o la competencia. Validar la experiencia del niño sin entrar en comparaciones— “entiendo que allí sea diferente”— reduce el conflicto y le transmite permiso para querer ambos espacios.

¿Es mejor mantener las tradiciones tal y como eran antes del divorcio o crear nuevas rutinas adaptadas a la nueva realidad? 

No hay una única respuesta válida. Mantener algunas tradiciones puede ofrecer continuidad y sensación de hogar. Pero forzarlas, especialmente si están cargadas de nostalgia o tensión, puede resultar doloroso. Crear nuevas rutinas adaptadas a la nueva realidad, más sencillas, más flexibles, les permite construir recuerdos que no estén anclados exclusivamente a la pérdida.

Para un niño, ¿qué es más importante en esta primera Navidad tras el divorcio: la estructura, la estabilidad emocional o la actitud de los padres?

La estructura ayuda, pero no compensa un clima emocional tenso. Numerosos estudios sobre regulación emocional infantil muestran que los pequeños toman como referencia el estado emocional de los adultos. Un progenitor que puede mostrarse sereno, aunque triste, ofrece más seguridad que una agenda perfecta sostenida desde el estrés.

¿Puede un niño sentir que “traiciona” a uno de sus padres si disfruta con el otro? 

Sí, y es más frecuente de lo que parece. Este conflicto de lealtades puede llevarle a inhibir su alegría, a minimizar lo bien que lo ha pasado o incluso a mostrarse triste al regresar. Cuando los adultos verbalizan que está bien disfrutar en ambos hogares, alivian una carga emocional muy pesada.

El malestar infantil puede traducirse en un niño que moja la cama, se irrita o se muestra complaciente

Mariana Capurro

Psicòloga

¿Puede esa primera Navidad tras el divorcio marcar la forma en que ese niño vivirá las fiestas en su vida adulta? 

Puede dejar huella, especialmente cuando el dolor, la confusión o el conflicto quedan silenciados o minimizados. Suele vivirse en un momento de especial vulnerabilidad emocional, y si el niño siente que no puede expresar lo que le pasa, esa experiencia puede quedar asociada a sensaciones difusas de tristeza, tensión o incomodidad que reaparecen en la edad adulta en forma de rechazo a las fiestas, melancolía inexplicable o dificultad para disfrutarlas plenamente. La psicología del desarrollo y los estudios sobre memoria emocional señalan que no son tanto los acontecimientos en sí los que dejan marca, sino la ausencia de acompañamiento emocional en momentos significativos.

Sin embargo, estas experiencias no son determinantes ni irreversibles. Cuando se siente escuchado, cuando sus emociones son validadas y no se le exige estar bien antes de tiempo, la vivencia puede resignificarse con los años. Un adulto que hoy recuerda aquella Navidad difícil puede también recordar que hubo alguien que supo estar, explicar, sostener y cuidar. En ese sentido, no es tanto lo que ocurre, sino cómo se elabora: si la experiencia se integra como una pérdida que pudo ser compartida, en lugar de como una herida que tuvo que vivirse en soledad.

¿Qué pesa más para un niño en estas fechas: con quién pasa cada día o cómo se sienten emocionalmente los adultos que le rodean?

Pesa mucho más el clima emocional que la distribución concreta de los días o los lugares. Un niño tiene una gran capacidad de adaptación a pasar la Navidad en casas distintas, con personas diferentes o siguiendo rutinas nuevas, siempre que perciba estabilidad emocional a su alrededor. Lo que resulta verdaderamente difícil de sostener es sentirse responsable del bienestar de los adultos. Cuando el hijo capta tristeza no expresada, tensión, resentimiento o competencia entre los progenitores, puede asumir, aunque nadie se lo pida explícitamente, la tarea de calmar, agradar o no decepcionar.

Esto se observa en los pequeños que moderan su alegría, que mienten sobre lo bien que lo han pasado o que se muestran excesivamente atentos al estado de ánimo de sus padres. Si sienten que debe elegir, proteger o compensar a un adulto, la experiencia deja de ser vivida como una fiesta y pasa a convertirse en una carga. Por eso, más allá de con quién se celebra la Navidad, lo que más pesa es que el niño pueda ocupar su lugar: el de alguien que no tiene que cuidar a nadie para poder disfrutar.

La Navidad introduce cambios importantes en las rutinas, en los horarios y en las normas, y al mismo tiempo intensifica las emociones.
La Navidad introduce cambios importantes en las rutinas, en los horarios y en las normas, y al mismo tiempo intensifica las emociones.Unsplash

¿Por qué algunos se portan peor en Navidad tras la separación y cómo suelen interpretarlo erróneamente los adultos?

La Navidad introduce cambios importantes en las rutinas, en los horarios y en las normas, y al mismo tiempo intensifica las emociones. Para un niño que ya está haciendo un gran esfuerzo de adaptación tras la separación, este contexto puede desbordar su capacidad de autorregulación. La acumulación de estímulos, expectativas familiares, encuentros sociales y movimientos entre casas actúa como un amplificador del malestar emocional que quizá durante el año ha logrado mantener contenido.

Esto pueden ser rabietas más frecuentes, respuestas desproporcionadas, mayor impulsividad o conductas que los adultos viven como provocadoras. Sin embargo, desde la psicología infantil sabemos que cuando un hijo “se porta peor” suele estar diciendo que algo le supera. 

¿Cuál es el error habitual de los adultos en esos casos?

Leer estas conductas únicamente como falta de límites, mala educación o manipulación, cuando en realidad son una demanda implícita de contención, estructura y regulación emocional externa. Cuanto más alterado está el mundo emocional del niño, más necesita adultos que interpreten su conducta como un mensaje y no como un desafío.

Conviene recordar que la primera Navidad tras un divorcio no necesita ser perfecta para ser suficientemente buena. Para los niños, lo verdaderamente reparador no es que todo salga “bien”, sino sentir que sus emociones, también las incómoda, tienen un lugar y no suponen un problema para los adultos. Cuando los padres pueden sostener el malestar sin negarlo, sin competir y sin pedir al niño que esté mejor de lo que puede, se abre la posibilidad de construir nuevas Navidades más honestas, más humanas y, con el tiempo, también más tranquilas.

Laura Villanueva

Laura Villanueva

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Coordinadora de Peludos y SEO en Guyana Guardian. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Navarra y máster en Periodismo Deportivo. Especializada en bienestar y temas sociales. Ha trabajado en Diario de Navarra y Mundo Deportivo.