“El perro ayuda a fortalecer el vínculo entre madre e hijo dentro de la cárcel”: terapia asistida con animales en el Centro Wad-Ras en Barcelona
TAA
Perros como mediadores emocionales en un programa que refuerza el vínculo entre madres e hijos en prisión, creando espacios de cuidado, aprendizaje y bienestar en un entorno marcado por la privación de libertad

Terapia asistida con madres e hijos en el Centro Penitenciario de Wad-Ras en Barcelona.

En una sala del Centro Penitenciario de Wad-Ras, la cárcel de mujeres de Barcelona donde conviven internas con sus hijos de hasta tres años, el ambiente habitual de control y rutina se transforma por unas horas. Hay risas, miradas atentas y manos pequeñas que se acercan con curiosidad a un perro que se mueve con calma entre madres e hijos. No es una escena habitual dentro de una prisión, pero ocurre gracias a un programa de terapia asistida con animales, impulsado por la asociación CENIAC en colaboración con el equipo educativo del centro. Una iniciativa que busca crear espacios de seguridad, afecto y vínculo en uno de los contextos más complejos —y menos visibles— para la crianza.
La presencia de los perros no es anecdótica. En un entorno marcado por la restricción y la falta de intimidad, los animales actúan como mediadores emocionales capaces de reducir el estrés, facilitar la comunicación y favorecer el vínculo entre madres e hijos pequeños. A partir de esta experiencia, profesionales del ámbito educativo, psicológico y pedagógico trabajan de la mano para ofrecer una intervención que complemente el día a día del centro y responda a necesidades emocionales que, muchas veces, quedan invisibilizadas. El objetivo es claro: generar un espacio seguro y estimulante donde madres e hijos puedan relacionarse, expresarse y crecer juntos.
Con madres e hijos en prisión, los animales actúan como un elemento neutral que no juzga y que permite experimentar afecto, juego y cuidado de manera segura
“Buscamos facilitar la expresión emocional, fortalecer vínculos afectivos entre madres e hijos, y promover la regulación emocional, la empatía, el respeto y el autocontrol. Todo ello en un entorno donde, de otro modo, sería difícil generar estas experiencias de forma natural”, explica Aroa Terraza, directora de la asociación CENIAC, que junto a Trini Gadea, educadora y responsable del grupo de madres e hijos del Centro Penitenciario de Wad-Ras, puso en marcha el programa. “Nosotras no somos funcionarias, trabajamos el vínculo, y la iniciativa surgió a raíz del pánico que sentía una de las niñas hacia los perros. Sufría episodios de ansiedad porque no tenía contacto con ellos los fines de semana que salía con su familia”, añade Gadea.

Cada sesión está previamente planificada teniendo en cuenta las necesidades detectadas, los miedos e intereses, la edad y el temperamento de los niños, así como el nivel de experiencia de las madres con los animales y los posibles rechazos o temores hacia ellos. “El acompañamiento es siempre personalizado: algunas madres interactúan directamente, otras prefieren observar cómo participan sus hijos, y los animales se presentan de forma progresiva para generar confianza”, explica Terraza.
En ellas, los animales cumplen un papel activo como mediadores emocionales y sociales, aportando sensibilidad, su manera de relacionarse y su capacidad de regulación emocional a las participantes. “Su presencia facilita la confianza, la motivación y la conexión entre madres e hijos, creando un entorno seguro y estimulante. Y aunque los animales no ‘aprenden’ de la misma manera que los humanos, sí refuerzan habilidades que forman parte de su entrenamiento —como la obediencia, la socialización y la interacción positiva— a través del juego, la educación y los momentos de afecto”, añade.
No contamos con un espacio donde puedan coincidir las doce madres con sus doce hijos, así que siempre trabajamos en grupos pequeños
Desde la observación clínica, el equipo profesional detectó que entre las madres que habían vivido con perros surgía interés por incorporar elementos de estimulación sensorial en la relación con sus hijos. Así lo explica Laura Ramos, psicóloga del programa: “Se mostraron muy receptivas a comprender cómo este tipo de interacciones podía favorecer el desarrollo emocional y sensorial de los niños. Muchas expresaron los cambios positivos que observaban: mayor atención, más calma, curiosidad y una participación más activa”.
Este proceso de observación, en un espacio seguro, ayudó a las madres a comprender mejor las necesidades de sus hijos y reforzar su capacidad de acompañarlos. “En ese sentido, el animal acompaña en el proceso y facilita experiencias compartidas que ayudan a fortalecer el vínculo entre madre e hijo dentro del contexto penitenciario”, concluye Ramos.
El animal acompaña en el proceso y facilita experiencias compartidas que ayudan a fortalecer el vínculo entre madre e hijo dentro del contexto penitenciario
Aunque, tal y como explica Trini, la participación y la interacción entre madres e hijos están condicionadas por las limitaciones físicas del propio centro. “No contamos con un espacio donde puedan coincidir las doce madres con sus doce hijos, así que siempre trabajamos en grupos pequeños”, apunta Gadea. Para formarlos, se tienen en cuenta factores como la edad de los niños, la procedencia de las mujeres, las formas de crianza o las experiencias vitales compartidas.
“Siempre intentamos que las dinámicas fluyan sin forzar situaciones. No es necesario que sean amigas, basta con que se traten con respeto”, añade. En un contexto de convivencia compleja y marcada por trayectorias vitales muy distintas, el objetivo es generar un clima seguro y funcional, tanto para los adultos como para los pequeños.
Impacto emocional
Los niños solo pueden permanecer en el centro penitenciario hasta los tres años. En ese tiempo limitado, la terapia asistida con perros se convierte en una herramienta clave para favorecer la conexión emocional, la participación activa y la creación de espacios terapéuticos más naturales y menos institucionalizados. “Gracias al trabajo interdisciplinar entre los equipos de CENIAC y del centro penitenciario, las sesiones permiten generar un ambiente más relajado y accesible, algo difícil de conseguir en un entorno altamente controlado”, explica Ramos, psicóloga del programa.
Desde el punto de vista clínico, la presencia de los animales actúa como un elemento motivador para las mujeres y como un estímulo sensorial para los niños. “Se trata de una herramienta social y terapéutica, pero sobre todo emocional y conductual, que permite trabajar la empatía, la gestión de las emociones, el autocontrol y el respeto, competencias especialmente relevantes en este colectivo”, añade.

Los efectos comienzan a percibirse desde las primeras sesiones. Así lo señala Carla Valdivia, pedagoga, quien destaca que ya en el segundo encuentro, tanto las madres como los niños, se mostraban más confiados y receptivos. “Algunas participantes se sintieron cómodas compartiendo aspectos personales con las técnicas, lo que evidencia un aumento en la sensación de seguridad y apertura emocional”. En aquellos casos en los que inicialmente existía miedo o rechazo hacia los perros, también se observaron cambios significativos. “Las mujeres confiaron en que fuéramos nosotras o la educadora referente quienes acompañáramos a sus hijos en el primer contacto con los animales. Ese gesto refleja una mayor disposición a participar y un avance en la construcción de confianza, tanto con el equipo como con el propio proceso”, apunta Valdivia.
Más allá del vínculo inmediato, el contacto con los perros ayudan a crear un espacio de calma y seguridad, libre de juicios, donde las madres puedan expresarse con mayor libertad. “Estas dinámicas favorecen la autoestima, potencian las habilidades sociales y promueven una comunicación más respetuosa”, sentencia. Además, este trabajo repercute directamente en la relación madre-hijo.
Las madres confiaron en que fuéramos nosotras o la educadora quienes acompañáramos a sus hijos en el primer contacto con los animales. Ese gesto refleja un avance en la confianza
Para Trini Gadea, educadora, el bienestar emocional es clave. “Las madres se agobian cuando un juicio no sale bien o cuando tienen a alguien enfermo fuera. Se sienten impotentes, y creemos que una madre que emocionalmente está bien, mejora toda la dinámica”, explica. La convivencia— reconoce— no siempre es sencilla: mujeres de distintos países, con trayectorias vitales difíciles y formas de criar distintas, conviven mientras afrontan la maternidad en un contexto donde su libertad está privada.
Y es ahí donde nacen algunas carencias. “Nunca olvidaré el día que les pregunté qué cuentos les contaban sus padres cuando eran pequeñas y muchas me dijeron que ninguno. No sabían qué era un cuentacuentos ni qué podían contar a sus hijos”, recuerda. “Ellas quieren hacerlo diferente, pero no tienen modelos. Ahí es donde entramos nosotras: hay que modificar ciertos patrones desde el afecto, no desde la imposición”.
Más allá de la intervención
El bienestar de los animales también es un eje fundamental en la intervención. Desde CENIAC, el equipo selecciona perros con un perfil adecuado para el trabajo terapéutico y evalúa su estado emocional antes, durante y después de cada sesión. La duración y la intensidad de las actividades se ajustan siempre a sus necesidades, y todas las interacciones están supervisadas. “Cada perro está acompañado en todo momento por una de las técnicas del equipo, con quien además convive en su vida cotidiana. Los animales con los que trabajamos forman parte de nuestra familia”, explica Terraza. Este cuidado constante permite garantizar un vínculo seguro y positivo, asegurando que los perros también se beneficien de la experiencia y no sufran estrés.

Para el equipo profesional, trabajar en un contexto penitenciario supone también un aprendizaje. “Intervenir con colectivos con los que no se trabaja de forma habitual es especialmente enriquecedor. Poder observar efectos positivos inmediatos en madres e hijos resulta muy motivador y refuerza el valor de estas metodologías en entornos complejos”, señala Ramos.
Experiencias como estas demuestran que incluso intervenciones de corta duración pueden generar beneficios significativos en contextos sociales sensibles. “Los animales no sustituyen otras intervenciones, pero sí actúan como un recurso complementario que facilita los procesos terapéuticos, motiva la participación y abre espacios donde las personas se sienten más seguras y disponibles para trabajar aspectos esenciales de su bienestar”, añade la psicóloga.
Y dar visibilidad a estos resultados, puede animar a que más centros impulsen programas más amplios de intervenciones asistidas, “capaces de aportar mejores socioeducativas, emocionales y de convivencia en colectivos que habitualmente tienen menos acceso a recursos terapéuticos”, finaliza.
Desde el ámbito educativo, Trini Gadea subraya la importancia de ofrecer modelos de crianza positivos. “Muchas veces se necesitan especialistas concretos para abordar determinadas situaciones, pero también es fundamental acompañar desde el afecto y reforzar las capacidades que ya tienen estas madres”, explica. Porque en un entorno marcado por la falta de referentes, y las trayectorias vitales complicadas, generar espacios de cuidado, vínculo y aprendizaje compartido se convierte en una herramienta clave para el bienestar presente y futuro de madres e hijos.

