Laura Pinillas, bióloga, sobre la intolerancia a la lactosa: “Lo raro es seguir siendo tolerante. Nuestro cuerpo activa la lactasa al nacer y la va apagando con la edad”
Salud
Según la experta, lo normal en los humanos es dejar de digerir bien la leche conforme nos vamos haciendo adultos
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Laura Pinillas, bióloga
La intolerancia a la lactosa suele percibirse como una anomalía o un problema de salud, pero desde el punto de vista biológico ocurre justo lo contrario. Así lo explica la bióloga Laura Pinillas, quien recuerda que “lo raro es seguir siendo tolerante. Nuestro cuerpo activa la lactasa al nacer y la va apagando con la edad”.
Según la experta, la dificultad para digerir la leche en la edad adulta no es una enfermedad, sino la condición genética más común en la especie humana.
¿Cómo caen los niveles de lactasa?
Laura contextualiza este proceso desde la biología evolutiva. “Nosotros somos mamíferos y, como tal, el principal alimento cuando nacemos es la leche materna”, señala. En esa etapa, el organismo produce lactasa, la enzima encargada de descomponer la lactosa en glucosa y galactosa.
Sin embargo, como ocurre en el resto de los mamíferos, tras el destete deja de ser necesario digerir leche, por lo que “los niveles de lactasa caen en picado”. En el ser humano, este fenómeno se conoce como no persistencia de la lactasa y explica por qué una gran parte de la población adulta experimenta síntomas digestivos al consumir lácteos.
La ciencia ampara este relato, ya que los estudios actuales sitúan la intolerancia a la lactosa entre el 65% y el 70% de la población mundial, en mayor o menor grado.

El National Institute of Diabetes and Digestive and Kidney Diseases (NIDDK) de Estados Unidos explica que la mayoría de los humanos pierde la capacidad de producir lactasa después de la infancia, lo que convierte a la tolerancia en una excepción genética más que en la norma.
La historia da un giro con la evolución cultural. Pinillas subraya que la domesticación de animales y la ganadería cambiaron las reglas del juego. “Los humanos que tenían disponible leche y encima tenían la lactasa para poder metabolizarla sobrevivían mejor”, explica, lo que supuso una clara ventaja en épocas de escasez. Esta presión selectiva favoreció la llamada persistencia de la lactasa en algunas poblaciones, especialmente en Europa y partes de África.
Una revisión publicada en la revista Nature Reviews Genetics detalla cómo mutaciones genéticas permitieron mantener activa la lactasa en la edad adulta, convirtiéndose en uno de los ejemplos más claros de evolución reciente en humanos.

En su post, la bióloga también desmonta otro mito frecuente dentro de este ámbito: las personas tolerantes deberían evitar la ingesta de leche. “Si la leche no te hace daño, sigue consumiéndola”, afirma.
Instituciones como la Harvard T.H. Chan School of Public Health recuerdan que los lácteos aportan calcio, proteínas y, en muchos casos, vitamina D, siendo una opción válida dentro de una dieta equilibrada para quienes los toleran. De todos, modos y como apunta Laura, está comprobado que, la cultura alimentaria no solo ha influido en nuestros hábitos, sino también en nuestra propia genética.
