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Recuerdos sintéticos, memoria recobrada

Creadores

El museo DHub de Barcelona usa la IA y bancos de millones de fotos para modelar recuerdos de los visitantes que se prestan a un experimento

Una de las formas que tenían para reunirse con los trabajadores para organizar su lucha era encontrándose en espacios públicos aparentando llevar a cabo acciones cotidianas

Carlos Vallejo

Releyendo Borges, el dietario donde Bioy Casares documenta todas sus conversaciones con el genio literario, con quien durante años, y décadas, cenaba en su casa –ejemplo de amistad incorruptible— me encontré una entrada en la que aquel, fastidiado por la que creía su cercana muerte, pregunta dónde iban a quedar sus recuerdos. ¿De verdad desaparecerían con él? Le parecía injustísima, y casi inimaginable, esa obviedad.

Todos, según vamos entrando en años, pensamos variaciones de esta pregunta: desaparecer yo, vale, bien, me toca, pero ¿y mis recuerdos de éste, y de aquella, de los seres queridos que me precedieron en el viaje del que no se regresa? Nos parece que al irnos con nuestros recuerdos, los matamos a ellos por segunda vez. Es una responsabilidad insoportable.

Museu del disseny, al DHUB

Propias

Por eso recomiendo encarecidamente al lector que, mientras tenga recuerdos, haga lo imposible por seguir en este mundo. Es exactamente lo que yo hago. Hasta ahora con éxito, aunque, claro, como escribió Blake, y como dice la última nota manuscrita que dejó Pessoa, “I don’t know what tomorrow will bring”. No sé lo que pasará mañana.

¡Si pudiera, por lo menos, dejar aquí, para que otros los compartan, recuerdos que me parecen preciosos, que acaricio como joyas sin precio, y de los que no hay otro testimonio ni otra valoración que mi incierta memoria! Recuerdos, por ejemplo, de mi abuelo, que era muy buena persona y que murió prematuramente, yo creo que minado por lo que tuvo que sufrir –como tantos— durante la guerra civil. 

Los recuerdos pueden reaparecer en imágenes gracias a la IA del Museo de Disseny DHub de Barcelona

Ojalá yo tuviera, por lo menos, una fotografía de aquellas tardes de juegos de magia que nos hacía a sus asombrados nietos en el comedor de su piso… hacía bailar su sombrero de copa…  Para conseguir esa imposible fotografía de mi abuelo en acción, el otro día fui al DHub, que dirige uno de los sujetos más inteligentes y alerta que hoy están activos en nuestro país. 

José Luis de Vicente piensa en maneras de activar el museo de la plaza de les Glòries de Barcelona, el museo del diseño, y los museos en general, para procurar que la visita no sea, como hasta ahora suele ser, una experiencia solo pasiva –que consiste en contemplar y procesar lo que ha hecho otro, sea el artista, el personaje histórico o el acontecimiento exterior, ajeno-, sino una vivencia personal de ida y vuelta, más participativa, activamente transformadora y democrática.

Una imagen generada con IA. La historia de la madre de Roser, que alquiló un balcón frente a la cárcel Modelo de Barcelona para ver a su padre, republicano preso

DHub

Allí, durante unos meses, el equipo del equipo de investigación y diseño Domestic Streamers –Alex Gasulla, Airí Dordas y otros cuyo nombre no fijé—, mediante el programa Synthetic Memories Lead, se ha dedicado a aplicar los recursos de la inteligencia artificial y de varios bancos de millones de imágenes para realizar a partir de esas imágenes fotografías sintéticas de los recuerdos de los visitantes que han querido intentarlo. Yo me sometí al procedimiento. 

Airí, que es una joven con una voz dulce y conocimientos de psicología, me hacía preguntas para que yo definiese mi recuerdo, y a partir de mis palabras un hábil informático iba introduciendo palabras-datos en el ordenador –oscuridad, señor mayor, sombrero de copa bailando, una sala burguesa, muebles macizos, niños sentados en el suelo de azulejos catalanes— y perfilando el recuerdo hasta sacar milagrosamente de las palabras su imagen.

Un sombrero de copa, uno de los objetos procesados por la IA

DHub

En esta página el lector encontrará recuerdos sintéticamente fotografiados de otros visitantes del DHub que quisieron –creo que fueron trescientos— fotografiar sus recuerdos. Algunos son mágicos, otros muy tristes; todos, una vez vista la imagen y leído el relato, inolvidables. Siempre los rostros, formados con acumulación de píxeles, son borrosos, como lo son nuestros recuerdos.

Entiendo que el mío puede parecer banal, pero el lector sensible, que acumula recuerdos parecidos y siente que son preciosos, comprenderá que en esos rincones insospechados anida la pura vida. Y que el mismo proceso de pronunciar palabras e ir generando imágenes a partir de ellas tiene algo de sanación y de magia. 

A partir de palabras y descripciones, la IA genera una imagen lo más detallada posible

Aquí verá los recuerdos sintéticos de algunas personas que han accedido a hacerlos públicos.  Carles Vallejo, que recuerda las asambleas clandestinas de Comisiones Obreras en un bosquecillo de Vallvidrera. Seguro que serían exaltantes y peligrosas. Pepita, que siendo niña caminó varios kilómetros para ir por primera vez al tren, masa imponente “aquel monstruo negro que sacaba humo”.

Antonio y Adelina, emigrantes que en Ámsterdam se paraban a ver los escaparates con ropa de niña, como la suya, que habían tenido que dejar en Sabadell y contaban los días para volver a verla. Roser, que añoraba a su padre, un doctor republicano preso, y cuya madre alquiló un balcón –gesto inefable— en un edificio frente a la cárcel Modelo para verle de lejos durante la hora en que salían los presos al patio. Cuántas cosas, cuántas vivencias, cuánta herida sin relato ni imagen. Hasta ahora.

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