La Unión Europea parece ser un buen lugar para que las mujeres tomen el mando y sean madres; de familia numerosa, además. Empezando por Ursula Von der Leyen, la presidenta de la Comisión: “Veinticinco años en primera línea de la política y la crianza de siete hijos”, como contó la periodista Beatriz Navarro en un perfil publicado en este Magazine, titulado, precisamente: “La mujer más poderosa de Europa”. En él se desgranaba la vida de una mujer de 67 años “cuyo perfil de trabajadora infatigable, sobresaliente en todo lo que ha hecho, pluscuamperfecta, puede ‘crear distancia’”, pero que ha demostrado sobradamente que se puede ser madre y ejercer bien el poder.
Von der Leyen no es la única dentro las instituciones europeas que combina la maternidad con las máximas responsabilidades. La española Teresa Ribera, vicepresidenta de la Comisión, tiene tres hijas, lo que no le ha impedido desarrollar una carrera brillante. Nadia Calviño, ex vicepresidenta económica del gobierno español y actual presidenta del Banco Europeo de Inversiones, es, además, de madre de cuatro.
Estas mujeres han demostrado que se puede ser madre y ejercer bien el poder
Aún en territorio europeo, más mujeres con poder: Mette Frederiksen, primera ministra de Dinamarca, combina lidiar con la agresividad de la Administración Trump con la criar a sus dos hijos. En Letonia, su primera ministra, Evika Siliņa, educa a tres adolescentes y dirige un país. En Islandia, la máxima dirigente, Katrín Jakobsdóttir —de 49 años, como Silina—, es también madre de familia numerosa.
La autoridad y la maternidad combinan bien en otros centros de poder. Se estrenan en el Comité Olímpico Internacional, donde su nueva presidenta, la zimbabuense Kirsty Coventry, ganadora de siete medallas olímpicas, ha celebrado su puesto con sus dos hijas pequeñas, para las que quiere “ser un ejemplo”. En el mundo de la cultura también hay madres poderosas: Audrey Azoulay, con dos hijos, es directora general de la Unesco desde 2017. Fue reelegida en 2021 por una amplia mayoría que alaba su gestión y el haber despolitizado la institución cultural más importante del mundo.

Jacinta Arden con su hija Neve en el 2020 mientras era primera ministra de Nueva Zelanda
Mucho poder global también tiene la Fundación Gates, que desde 1994 ha destinado más de 77 mil millones de dólares para la erradicación de la pobreza. Detrás de la gestión de esta astronómica cifra ha estado su cofundadora, Melinda Gates, otra mujer con indiscutible poder, que ha sabido combinarlo con la crianza de tres hijos. Aunque, como ella misma explica, no le resultó fácil. En una publicación de Instagram, confesaba que, durante los primeros años de maternidad le acechaba constantemente una pregunta que puede resultar familiar: “¿Estás haciendo lo suficiente por ellos?”. Una sensación “que aumentó de forma muy intensa cuando empezamos nuestra fundación y tenía tantas nuevas responsabilidades fuera de la familia”.
Las altas finanzas son otro sinónimo de potestad y mucha tiene otra española con mando: Ana Patricia Botín, presidenta del Banco Santander, al cargo de cuatro hijos y una de las entidades más potentes del mundo. Susan Wojcicki, CEO de YouTube, es otra profesional sobresaliente a la que la maternidad (cinco criaturas) no ha afectado. Tampoco el tener hijos ha impedido que la ingeniera estadounidense Mary Teresa Barra sea la presidenta y directora ejecutiva de General Motors, una de las compañías más importantes del planeta, desde 2014.
Susan Wojcicki, CEO de YouTube, es otra profesional sobresaliente a la que la maternidad (cinco criaturas) no ha afectado
En estos lares tenemos otra empresaria, Marta Ortega, que combina muy bien la llegada de su tercer bebé con la presidencia no ejecutiva del gigante Inditex desde 2022. A sus 41 años, es un ejemplo de joven madre con poder, algo que comparte con la exministra Irene Montero —tres criaturas— y con la ex primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Arden. Esta mandataria generó mucho titulares cuando, tras asumir su cargo en 2017, se convirtió en la primera líder mundial en casi tres décadas en tener un bebé (la anterior fue la primera ministra de Pakistán, Benazir Bhutto, en 1990).
El embarazo de Arden despertó susceptibilidades, que ella se encargó de liquidar: al ser cuestionada sobre cómo aquel bebé iba a afectar su capacidad de mando, Arden dijo que era “inaceptable” preguntar a las mujeres si la maternidad iba a interferir en su éxito profesional. Y, con los hechos, demostró que tenía razón: durante la pandemia mandó con mano firme y proporcionada, apostó por los derechos sociales y obtuvo la mayoría absoluta en las siguientes elecciones. En España surgieron recelos similares a los que despertó Arden cuando Carme Chacón, ministra de Defensa de José Luis Zapatero, pasó revista a las tropas embarazada o cuando Soraya Sáenz de Santamaría, la poderosa vicepresidenta del gobierno de Mariano Rajoy, dio a luz a su primer hijo.

Mette Frederiksen, primera ministra de Dinamarca con su familia
Esta ristra de ejemplos de mujeres formadas, con demostrada capacidad de mando y decisión, son la prueba de que es posible combinar la maternidad y el poder con éxito. En cierto modo, es algo que no debería sorprender, porque a lo largo de la historia, la maternidad ha sido la vía para que las mujeres llegaran a lo más alto del escalafón. Ahí están todas esas reinas y regentes a las que, como apunta la catedrática emérita de Historia Medieval, María Jesús Fuente, la autoridad les llegaba, precisamente, por su descendencia: “Casarse con el rey hacía a la reina, pero tener hijos la ratificaba como tal y la ensalzaba, al cumplir con su misión principal: la maternidad”, explica al Magazine. La reina, especifica: “No solo daba a luz a sus hijos, sino que podía crear otro cuerpo para ella, el cuerpo político”.
Sin embargo, poder y maternidad siguen viéndose como algo inusual, chocante. Como en un reflejo pavloviano, parece que sean incompatibles. Que presidir la Comisión Europea, una gran empresa o un banco internacional no es algo conciliable con ejercer de madre. Pese a que existen millones de ejemplos que demuestran, a todos los niveles de la sociedad, que maternidad y poder son absolutamente compatibles, este binomio aún despierta recelos.
Sin embargo, poder y maternidad siguen viéndose como algo inusual, chocante
“Ante los ejemplos que das de madres poderosas, la observación de muchos es la frase: ‘Pero tiene que dedicarse a los hijos…’”, observa la escritora y articulista Juana Gallego, experta en género y comunicación. “Esa es la primera reacción que tenemos incrustada en el cerebro. Solo hacer un artículo como este, sobre las madres y el poder —¡y no los padres y el poder!—, ya indica que somos las que tenemos el problema”.
En el caso de los hombres, dice, “no preguntamos cómo resuelven la paternidad. ¿Por qué? Porque la sociedad considera que hay alguien —la madre—, que es quién se ocupa de la crianza. Evidentemente, la mujer tiene que tener 9 meses de embarazo y un parto, pero eso no significa que tenga que estar ocupándose única y exclusivamente de la criatura. Los cuidados pueden ser compartidos perfectamente por la pareja.”

Ana Patricia Botín con su hijo, Pablo, en el 2012
“Es fuerte que se hagan artículos sobre maternidad y poder cuando nunca se han hecho sobre paternidad y poder. En la vida hemos sabido cuántos hijos tienen los políticos, si los grandes mandatarios han tenido gemelos o si los jefes de los Ibex 35 dieron pecho o biberón…”, ironiza Marta Pontnou. La también escritora y articulista reflexiona sobre otro aspecto clave en esta cuestión: en general, el que las mujeres manden, molesta.
La etiqueta de mandona arrastra tanta negatividad que mujeres que mandan mucho —como Sheryl Sandberg, exdirectora de Meta y madre de dos hijas—, lanzó una campaña con el lema: “ban bossy”. Prohibir el concepto peyorativo de niña mandona que tantas hemos escuchado alguna vez. Hacer entender que el que las niñas sean asertivas y tengan ideas propias, no equivale a ser una pequeña tirana.
De todos modos, como señala Marta Pontnou, todavía queda mucho por hacer: “Porque el poder siempre ha estado asociado al género masculino y también a unas cualidades masculinas de imposición, seriedad, rigor… A un hombre mandón se le asocia con la autoridad y en cambio, a una mujer mandona se la tacha de altiva, gritona…”.
Pontnou, que ha sido asesora de imagen del gobierno de Pere Aragonés, señala que, a veces, frente mujeres poderosas, ocurre que mucha gente les dice: “Nos entendemos bien, porque mandas como un hombre”. Otro absurdo: “No hay una manera de 'mandar como un hombre’ y una manera de ‘mandar como una mujer'. El poder se puede ejercer bien o mal, seas hombre, mujer o cactus”.

Kirsty Coventry, la nueva presidenta del COI
Además de normalizar plenamente el binomio maternidad y poder, la otra cuenta pendiente es democratizarlo. Que no sea exclusividad de altas directivas, presidentas, ministras y reinas; mujeres con medios para gestionar los cuidados. Que gotee hacia las otras capas de la sociedad y que el ser madre no sea un impedimento para acceder a un trabajo. Y que, como recuerda Juana Gallego, pase factura: “Porque la maternidad penaliza, tanto a las que tienen dinero como a las que no. En el primer año dejan de ingresar el 11,4% respecto al año anterior. Y llega al 33% al cabo de una década. Son datos contrastados, mientras que los hombres ni se plantean que cuando vayan a ser padres van a tener problemas en su vida laboral. Al contrario, les da estatus”.
Marta Pontnou también es firme partidaria de democratizar el acceso al poder: “Porque está claro que poder y riqueza, dinero y posición, como el que tienen las mujeres que citas, significa poder librarte de hacer ciertas cosas. Pero al final, tengas el puesto y el dinero que tengas, la carga mental siempre acaba siendo, mayoritariamente, nuestra”.
Descubrí el concepto de ‘la madre lo suficientemente buena’”
Una carga mental que, además, incluye esa pregunta-zumbido que se hacía Melinda Gates: ¿estaré haciendo lo suficiente, con mayúsculas, por mis hijos? Una presión extra, alimentada por la figura irreal de la madre perfecta, que tanto se promociona en las redes sociales. En el citado texto de Instagram, Gates escribe hasta que punto llegó a frustrarse por no poder serlo.
Afortunadamente, encontró la salida: “Descubrí el concepto de ‘la madre lo suficientemente buena’”, dice. Una idea acuñada por el pediatra y psicólogo Donald Winnicott, que abogaba por la naturalidad en la relación con los hijos, la maternidad como algo innato y propio: los mismos parámetros que aplicar con el poder.