Columbus Circle suele oírse antes de verse. Sea por el murmullo de los estudiantes que corren hacia su recital en la escuela secundaria LaGuardia, un instituto tan prodigioso en la generación de creatividad —como Liza Minnelli o Timothée Chalamet— que la película Fame escribió la definición ficticia de lo que contiene, o por la confluencia de la futura élite de la música clásica en la Universidad Juilliard (Miles Davis, Robin Williams). El punto de salida para tanto talento está a solo unas manzanas de distancia.
Es una plaza que se juzga por sus vistas y su entorno. De la misma forma en que Montjuïc y el MNAC insuflan vida a la plaza Espanya en Barcelona, o que la de Cibeles en Madrid conduce hasta el Retiro o al pie de Gran Vía, Columbus Circle, con su magnífica estatua en el centro de una gloriosa rotonda monumental, es más el generador de energía que la manifestación visible.
El Mo Lounge, en el piso 35, o en su bar de inspiración 'speakeasy '
Lo que realmente canta del lugar es lo que lo rodea. Uno entra en Central Park desde su extremo inferior, justo en Columbus Circle, cuya entrada suele estar ocupada por músicos en plena jam session.
'The Bar': un bar excepcional en el corazón de Manhattan
Quizás lo que faltaba para los turistas a pie era una vista aérea del bullicio de la ciudad. La elegancia del hotel Mandarin Oriental, situado sobre el centro comercial de lujo The Shops, en lo alto de la plaza, cambia la ecuación. Allí, en la cúspide de la opulencia, se ofrece una perspectiva que hace justicia al entorno: una vista de 360 grados a través de enormes ventanales de cristal.
El recorrido comienza con una magnífica lámpara de cristal de 950 kilos suspendida sobre el vestíbulo. El hotel se enorgullece de su filosofía oriental: de arriba abajo, nada está fuera de lugar, y se ve desde su compromiso con la sostenibilidad en cada rincón hasta la maestría artística representada en los retratos del artista taiwanés Paul Ching-Bor, que cuelgan en las habitaciones, y que llega hasta la suite presidencial del piso 53. Incluso con una noche gastronómica en el Mo Lounge, en el piso 35, o en su bar de inspiración speakeasy se puede comprender, desde las alturas, el panorama neoyorquino.
Mo Lounge en el piso 35 con vistas a la ciudad
Ya de nuevo a pie de calle, las escenas navideñas se mezclan con la decadencia musical propia de la época. Desde la punta de Manhattan hasta su base, los vendedores de árboles de Navidad ocupan pequeñas casetas de madera en las aceras, y sus mercancías se alinean a lo largo de las manzanas hasta que un neoyorquino inspirado escoge a un amigo vegetal para cargarlo rumbo a casa. Justo en la entrada de Central Park, en 59th Street, se instala cada año el mercado navideño, que inunda la entrada del parque con una luz cálida y un alegre murmullo de conversaciones.
Los clubs de jazz neoyorquinos son un rducto de libertad y estilo
Clubs
Jazz en el aire
The Jazz Club at Aman New York
Se requiere reserva en este paraíso underground para entusiastas. El íntimo local tiene asientos de terciopelo, músicos de primer nivel y un sistema de sonido que transporta al oyente en un verdadero viaje musical bajo tierra.
Dizzy’s Club
Las jam sessions nocturnas y el talento de primer nivel son lo que hace que los habituales vuelvan a Dizzy’s una y otra vez. Su nombre, por supuesto, hace referencia al legendario Dizzy Gillespie, aunque bien podría aludir también a las vistas del skyline de Manhattan desde las alturas (dizzy significa ‘mareado’) o a esa sensación de vértigo feliz con la que uno se marcha.
All & Sundry
Un relativamente recién llegado a la escena, sus sesiones de jazz de los lunes y sábados pueden ser la cima perfecta para cualquier noche. El club mantiene sus puertas abiertas a todo el mundo, y en el aire flota un espíritu libre. Vienes por la música y te quedas por los cócteles.
