Arte y literatura en la nueva era de la trascendencia laica
Tendencias 2026
Un mundo en cambio constante obliga a los artistas y los escritores a esforzarse en las formas y las temáticas por encontrarle sentido y explicarlo

El escritor Juan Tallón, que ha publicado este año 'Mil cosas', un libro en la línea de la hibridación del relato

En el arte y la literatura, las tendencias para el 2026 apuntan hacia un mismo eje: la búsqueda de nuevas formas de sentido en un mundo en permanente cambio. Se extiende la hibridación formal en obras que ya no pretenden representar la realidad, sino habitarla y repensarla, articulando relaciones, procesos y sensibilidades; no ofrecer respuestas, pero sí modos más matizados de entender cómo pensamos, sentimos y coexistimos.

El ecosistema creativo estará dominado por obras centradas en las relaciones más que en las identidades individuales. La aceleración tecnológica, la ansiedad global y la conciencia ecológica abocan a reformular la forma, la materia y la narración. La descentralización del ser humano, muy visible durante la última década, no desaparecerá, pero evolucionará hacia un interés mayor por cómo convivimos y cómo se recomponen los vínculos en sistemas compartidos por humanos, máquinas y organismos. Ejemplos son la novela Teoría del juego (2025) de Arià Paco y el poemario Citizen (2014) de Claudia Rankine, que exploran cómo las relaciones y las estructuras sociales organizan el afecto, el deseo y la desigualdad en el presente.
En paralelo, comienza a percibirse un retorno a la narración, aunque profundamente transformada. Tras años de fragmentación formal, emerge una necesidad de relatos amplios capaces de articular distintas capas de sentido. En este eje de hibridación radical, Mil cosas (2025) de Juan Tallón se inserta junto a Annihilation (2014) de Jeff VanderMeer: la narración tensiona forma y experiencia, produciendo textos donde la saturación del mundo es estética y no solo temática. La trama es también experiencia sensorial. Todo apunta a que en el 2026 este tipo de narrativa híbrida y expandida será central, no como moda estilística.
En una narrativa que tiende a la hibridación formal, la trama se expande y se hace también experiencia sensorial
La impermanencia pasará de ser un tema a consolidarse como estructura creadora. En Comerás flores (2025) de Lucía Solla Sobral u On earth we’re briefly gorgeous (2019) de Ocean Vuong, la escritura usa la vulnerabilidad del cuerpo y de la voz narrativa para articular sentido en un contexto de precariedad. En las artes plásticas, el argentino Adrián Villar Rojas lleva tiempo explorando esta dirección en instalaciones que se degradan o transforman con el paso del tiempo. Algo similar ocurre en libros como Clavícula (2017) de Marta Sanz, donde el texto, concebido como flujo más que conjunto cerrado, configura un modo de escritura expandida.
A la vez, frente a la saturación digital y la precariedad emocional del presente, se expande una tendencia hacia formas de trascendencia laica. No se trata de un retorno religioso, sino de una búsqueda de profundidad y presencia sensorial. Autores como María Sánchez con Tierra de mujeres (2019) articulan una sensibilidad contemplativa que dialoga con la obra de Han Kang, particularmente La vegetariana (2007), donde la experiencia corporal y sensorial se convierte en forma de resistencia estética, en consonancia con artistas como Marguerite Humeau o instalaciones de Olafur Eliasson que exploran experiencias que apelan a lo meditativo.

La inteligencia artificial, por su parte, se integrará de manera natural en los procesos creativos como una estrategia estética para investigar nuevas formas de estructura, voz y temporalidad narrativa. El trabajo de artistas como Ian Cheng con sistemas generativos anticipa el uso de IA como motor narrativo y estructural, y muchos escritores experimentales ya exploran modelos de lenguaje para generar variaciones narrativas o arquitecturas no lineales. Destacan Stephen Marche, con la novela Death of an author (2023); Nick Montfort y su poema The truelist (2017), generado por programa, o el texto evolutivo Simbiografía (2022–2023) de Ángel Alberto Sesma González.
Este panorama se completa con la creciente conciencia de las temporalidades largas propias del planeta. La estética del “colapso lento” sustituye la narrativa del apocalipsis repentino por la de la degradación gradual y cotidiana. En literatura, Carcoma (2021) de Layla Martínez, que articula lo ecológico y lo político en escenarios materialmente tensos, funciona junto a autores como Amitav Ghosh (The great derangement, 2016) en la configuración de ficciones planetarias que entienden la crisis ecológica como experiencia narrativa continua.
Finalmente, el arte y la literatura avanzan hacia una sensibilidad centrada en el cuidado, la comunidad y la vulnerabilidad compartida. Obras de Teresa Solar o las piezas de Saelia Aparicio exploran cuerpos y colectivos como espacios de tránsito y reparación. En el ámbito literario, La bajamar (2022) de Aroa Moreno Durán y The argonauts (2015) de Maggie Nelson son obras que colocan el cuerpo, la intimidad y la comunidad en el centro de una política afectiva renovada, y libros como Clavícula (2017) de Marta Sanz ponen en primer plano la fragilidad personal como motor político.

