¿Puede una empresa gallega salvar Christian Lacroix, una ‘bella durmiente’ de la moda?

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Sociedad Textil Lonia compra la empresa de Christian Lacroix, icono de los excesos de los ochenta y víctima del sistema de la moda

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AFP

La industria de la moda está sembrada de espinitas. Historias que deberían haber tenido un final feliz, pero que, por caprichos del destino, quedaron truncadas. La de Christian Lacroix es una de ellas. Su trayectoria, marcada por un ascenso meteórico y un desplome igualmente dramático, encapsula las complejidades de un sistema que premia tanto la innovación como la rentabilidad inmediata.

En 1987, Bernard Arnault, por entonces un joven empresario con ambiciones desmedidas, convenció a Lacroix para abandonar su puesto en Jean Patou y fundar su propia casa de alta costura bajo el paraguas del ahora gigante LVMH. La apuesta era arriesgada y no contó con el apoyo de la opinión pública (el empresario caía pesado por sus métodos y Patou era una de las casas de costura más queridas de Francia), pero Arnault veía en Lacroix, nacido en Arles en 1951 y profundamente inspirado por la opulencia y teatralidad del siglo XVIII, un talento capaz de redefinir el lujo. Desde el principio, Lacroix deslumbró con sus vestidos puf elaborados con tafetanes voluminosos y colores brillantes, que capturaron la imaginación de una clientela sedienta de extravagancia en plena era de excesos ochenteros. 

En 2009, en medio de la crisis financiera global, Christian Lacroix se declaró en quiebra

Lo que se presentó como un cuento de hadas empresarial empezó a mostrar sus grietas. A pesar del genio de Lacroix, la maison nunca logró ser financieramente viable. El cambio de década trajo consigo un giro hacia la sobriedad minimalista, dejando al diseñador bailando solo a un compás que no se parecía al ritmo que marcaba el paso en los noventa. Además, las tensiones con LVMH no tardaron en llegar. El de Arles, acostumbrado a la libertad creativa, se sintió atrapado por un sistema que priorizaba los números sobre la visión artística. En una entrevista tras su desfile de enero de 2005, llegó a declarar: “Lo que quiero es que por fin se me escuche, lo que no ha ocurrido en los últimos 17 años”. Para 2005, Arnault, que había demostrado su destreza como resucitador de marcas pero no como creador de las mismas, decidió cortar al bies y vender la firma al grupo estadounidense Falic Group, propietario de la cadena Duty Free Americas.

La venta marcó el principio del fin para la casa Lacroix tal y como se había concebido.

En 2009, en medio de la crisis financiera global, Christian Lacroix se declaró en quiebra. Fue un golpe devastador que obligó al diseñador a despedirse de las pasarelas. Su última colección de alta costura, presentada ese mismo año, fue un emotivo adiós que dejó claro el vacío que su salida dejaría en la industria. Sin embargo, Lacroix, la persona, no desapareció del todo. Encontró un nuevo propósito en el diseño de vestuario teatral y de ópera, un ámbito donde su amor por la grandilocuencia y el detalle encontró una audiencia ávida y receptiva. Desde entonces, ha trabajado en producciones de renombre internacional, dejando entrever que, lejos de haberse apagado, su chispa sigue viva. También ha realizado moda de forma puntual, como su larga colaboración con Desigual que comenzó en 2011 y sus participaciones estelares en Schiaparelli en 2013 y Dries Van Noten en 2019.

 La Sociedad Textil Lonia expresó su intención de honrar el legado y la creatividad inagotable de la casa Lacroix

La firma que lleva su nombre, en cambio, languideció. Bajo la gestión del Falic Group, perdió dirección y relevancia, convirtiéndose en poco más que un eco de su antigua gloria que sólo despertaba admiración por su archivo. Así permaneció durante años, una reliquia más en el vasto cementerio de casas que alguna vez fueron relevantes.

Y entonces (ahora), llegó Sociedad Textil Lonia. Fundada en Galicia en 1997, la empresa, controlada por la familia Domínguez y participada por Puig, ha construido un sólido imperio (afirma contar con 600 tiendas en 43 países, así como más de 2.500 trabajadores) a partir de marcas como CH Carolina Herrera (la línea de precio medio de la casa propiedad de Puig) y Purificación García.

“Al adquirir la Maison Christian Lacroix, con su enorme riqueza de archivos e historia de la alta costura francesa, Sociedad Textil Lonia amplía su grupo de marcas reforzando su presencia internacional en el mundo de la alta moda”, explicaba la empresa mediante un comunicado. En ese documento, STL expresó su intención de honrar el legado y la creatividad inagotable de la casa, pero la industria observa con escepticismo. Después de todo, el historial de resurrecciones de marcas no siempre ha sido exitoso, y la observación induce a pensar que implementarán una estrategia que se incline hacia lo comercial en detrimento de lo artístico. Aún así, algunos se han tomado la adquisición como una invitación a soñar. Existe algo indiscutiblemente romántico en la idea de que una compañía como STL, con raíces modestas y una mentalidad aparentemente alejada de la alta costura, pueda ser la clave para devolverle la vida a Christian Lacroix. Lo que está claro es que, en una industria donde el pasado y el futuro conviven en precario equilibrio, el destino de Lacroix es hoy un símbolo de posibilidades por explorar.

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