El mundo vuelve a vestirse al gusto de Rachel Zoe, la estilista más influyente del siglo XXI

Fashion week

Fue la arquitecta silenciosa del estilo de los 2000, la mente detrás del paparazzi como estética y del estilismo como estrategia

Regresa la estilista de las 'celebrities' en el 2000, Rachel Zoe

Regresa la estilista de las 'celebrities' en el 2000, Rachel Zoe

Getty Images

Durante la primera década del 2000, todas las celebrities compartían la misma silueta y el mismo uniforme. Diminutas, bronceadas, eclipsadas por bolsos y vasos de Starbucks tan grandes que las empequeñecían aún más. Llevaban gafas de sol que cubrían media cara y vaqueros de tiro tan bajo que desafiaban las leyes de la física (y de alguna otra ciencia). Nicole Richie, Mischa Barton y Lindsay Lohan flotaban sobre sandalias doradas con plataforma, envueltas en túnicas vintage y peinadas como si acabaran de bajarse de un avión privado con destino a una fiesta de Lenny Kravitz en St. Barts. No era coincidencia: era estrategia de marca. Y había una mente detrás. La de Rachel Zoe.

La estilista que convirtió a sus clientas en extensiones de sí misma —sus competidores se referían a ellas como Zoebots— no solo impuso una estética. Impuso una forma de estar en el mundo. La fama no se ganaba; se construía foto a foto de paparazzi. Y eso, en la economía de la celebridad prei-Instagram, era oro puro.

Así, Zoe fue mucho más que una estilista: fue una arquitecta de la imagen viral antes de que existiera la viralidad. Entendió que, a falta de alfombra roja, buena era la acera frente al Chateau Marmont. En las portadas de Star o Us Weekly, que tenían que llenar sus páginas para vender ejemplares, se multiplicaron las mujeres vestidas con el look Zoe. Las calles se convirtieron en un desfile, y Rachel Zoe era su directora creativa.

Mientras convertía a sus clientas en estrellas, Rachel Zoe también ascendía. Su silueta —filiforme, bronceada, rotundamente reconocible— y su muletilla constante, “I die”, no eran solo una hipérbole estilística: eran una declaración de principios, una forma de habitar el exceso desde el abismo, ya fuera el de la euforia o el del colapso nutricional. 

En 2008, The Rachel Zoe Project la presentó como lo que ya era: una figura contradictoria, obsesiva, imparable, a ratos manipuladora. El reality no solo confirmó muchas de las sospechas que circulaban en la prensa rosa —dietas extremas, control absoluto sobre sus girls—, sino que alimentó otras nuevas. 

Mientras convertía a sus clientas en estrellas, Rachel Zoe también ascendía

En una entrevista con The New York Times, Zoe trató de defenderse: “Es como ser castigada por tus padres por algo que no hiciste”, dijo entonces, en referencia a los rumores que la acusaban de promover cócteles adelgazantes o de competir visualmente con sus clientas. “Lo más grave, en mi opinión, es que digan que me lanzo a la cámara para robar protagonismo a chicas como Nicole Richie o Keira Knightley.”

Ahora, Rachel Zoe vuelve a donde todo empezó: a la televisión, al reality, al lugar donde la personalidad se edifica a base de confesiones editadas. Esta semana se ha confirmado su fichaje por The Real Housewives of Beverly Hills, y no se trata simplemente de un regreso personal, sino de una constatación colectiva: todo lo que Zoe representó ha vuelto. No sólo la talla cero o las gafas XXL, ha vuelto una cultura visual entera: la de la instantánea de paparazzi como narrativa de marca, la necesidad de que algo parezca espontáneo para que funcione.

Un ejemplo local y reciente: Aitana con su bolso de aceite de oliva diseñado por Palomo Spain, o las imágenes de Ester Expósito vestida de Desigual por las calles de Los Ángeles, captadas por sorpresa justo antes de anunciarse como nueva embajadora de la marca. Ambas siguen la estela de Bottega Veneta, que en 2023 acarició la originalidad al vestir una campaña completa de imágenes filtradas de Kendall Jenner y A$AP Rocky paseando por Los Ángeles. El truco funcionó precisamente porque parecía verdad. Solo más tarde se supo que todo había sido pactado con agencias como Backgrid y que las fotos habían sido licenciadas como parte de una estrategia publicitaria milimétrica.

¿Por qué sigue funcionando, incluso dos años después? Porque queremos creer. La audiencia actual, saturada de contenido, anhela autenticidad, pero se conforma con su simulacro. Prefiere convencerse de que Bella Hadid elige esas botas Ugg, de que Aitana no puede salir de casa sin su botella de aceite de oliva. En ese contexto, Rachel Zoe no ha vuelto: simplemente ha esperado a que el ambiente vuelva a parecerse al que ella propició cuando convirtió la imagen fortuita en lenguaje, y ese lenguaje —el de la espontaneidad coreografiada, el glamour con apariencia de descuido— es hoy plantilla creativa en la era de TikTok.

Que regrese ahora como parte del elenco de Housewives no es un síntoma de retroceso, sino de repetición. Como los vaqueros de tiro bajo, los tops asimétricos o las campañas que fingen haber sido robadas: todo lo que Zoe representó está, otra vez, en circulación. Solo que ahora lo sabemos. Y aun así, lo compramos.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...