Lauren Sánchez Bezos, ¿influencer de moda?
Fashion week
De los tabloides al 'front row', ha hecho de la moda de archivo su nave espacial: el medio más rápido —y más exclusivo— para llegar al corazón de la industria
Jeff Bezos y Lauren Sánchez Bezos saliendo del The Ritz durante la Paris Fashion Week
París, primer sábado de octubre. Lauren Sánchez Bezos sale del Ritz del brazo de su marido, Jeff Bezos, con un traje gris de John Galliano, primavera de 1995. El corte es milimétrico: hombros amplios, cintura entallada, falda lápiz. En la mano, un Birkin negro. Detrás, los fotógrafos. Delante, el futuro: uno donde la expresentadora de televisión adorada por los tabloides se sienta en la primera fila de la semana de la moda y cada aparición se convierte en declaración de estilo.
Durante su estancia en la Ciudad de la Luz asistió a dos de las citas más esperadas: Balenciaga —donde coincidió con Meghan Markle y Victoria Federica— y Chanel, donde los Bezos compartieron espacio con Nicole Kidman y Carlota Casiraghi, entre otras figuras de esa nueva aristocracia mediática que mezcla título, fama y algoritmo. A Chanel acudió con otro modelo vintage del 95 (tal vez su año predilecto), y en París también lució un Vivienne Westwood rojo, igualmente de archivo. El pasado se ha convertido en su mejor inversión.
Lauren Sánchez
Y pocos personajes encajan mejor en este tiempo de exceso, exhibición… y archivo
No hace tanto, Lauren Sánchez era un nombre que despertaba más curiosidad en la prensa rosa que en la de moda. Sus primeras apariciones en Vogue, centradas en su compromiso y su boda, provocaron rechazo, incluso dentro de la propia industria. Chloe Malle, nueva responsable de contenido editorial de la revista, reconoció después que aquellas historias —descritas como “un riesgo calculado”— le valieron amenazas de muerte. Pero el efecto fue inmediato: Sánchez dejó de ser “la novia de Jeff Bezos” para convertirse en personaje.
Y pocos personajes encajan mejor en este tiempo de exceso, exhibición… y archivo. Porque si algo define la moda desde 2020 es su obsesión con el pasado. El vintage se ha convertido en la nueva prueba de sofisticación: refinó a Kim Kardashian, coronó a Bella Hadid, elevó a Sabrina Carpenter y consolidó a Zendaya como referencia de gusto. Lo que era una declaración de conocimiento; parece haberse convertido en un gesto de poder. Ser “entendida” significaba acceder a prendas únicas que ya no existen en el mercado, pero cuando el acceso depende solo de un cheque, el conocimiento deja de ser el filtro. El paso decisivo de Sánchez llegó ahora, con el traje de Galliano.
No lo había conseguido con su boda, una performance en tres actos: Schiaparelli, Dolce & Gabbana y Versace. Corsés, encajes, molduras de sirena. En Venecia, frente a los canales, protestaban los activistas que no querían que la ciudad “se rindiera a los oligarcas”, mientras ella confirmaba su perfil de VIC —Very Important Client—. El mercado del lujo atraviesa su primera desaceleración en quince años, y las marcas buscan en figuras como ella a sus clientas más rentables. Los datos lo confirman: el 2% de los compradores concentra el 40% de las ventas. Sánchez es el retrato de ese grupo: una VIC que compra como quien interpreta un personaje de sí misma, mientras redefine lo que significa ser moda en 2025.
En su camino hacia el estatus de referente de estilo ha sido fundamental Molly Dickson, su recién contratada estilista —la misma que viste a Sydney Sweeney o Lana Del Rey—, quien le ha abierto las puertas del archivo y afinado la narrativa de su imagen. Y, de nuevo, Vogue ha sido el escaparate perfecto para esa transformación: aunque en el artículo dedicado a su Galliano del 95 se borrara la firma del autor, la revista se ha convertido en la principal aliada de su rebranding visual.
Las imágenes de Sánchez a las puertas del Ritz no son tanto un look del día como una tesis sobre la evolución del gusto: la representación de cómo el archivo se ha convertido en la nueva frontera del estatus.
Esta historia suena familiar. Hace una década, otra mujer procedente del ecosistema del entretenimiento irrumpió en las páginas de la revista: Kim Kardashian, en su primera portada junto a Kanye West. Entonces también se habló de “intrusión”, de vulgaridad y de legitimación por matrimonio. Hoy, Kim es una referencia global de estilo, propietaria de una marca de moda y figura habitual en los desfiles. Sánchez, con sus corsés de gala y su Galliano vintage, parece ocupar el mismo rol para una nueva era: menos aspiracional, más performativa; menos sobre gusto, más sobre visibilidad.
En la lógica contemporánea de la moda, el vintage era la puerta de entrada al conocimiento, pero ahora parece atajo hacia la consagración. Lauren Sánchez Bezos lo ha entendido —o al menos, lo ha comprado—. La pregunta, claro, no es si tiene estilo, sino qué representa ese estilo. ¿El triunfo del ojo entendido o la victoria del presupuesto ilimitado? ¿La sofisticación del archivo o la espectacularización del capital?