La moda ha aprendido a convivir con el escándalo: un tuit es para siempre, pero sus consecuencias ya no lo son
Fashion week
Los viejos posts de Bella Hadid reabren un debate que parecía agotado: el de la cancelación. En una industria que ha aprendido a perdonar o a olvidar, los escándalos no destruyen reputaciones, las reciclan
Bella Hadid en el centro del debate sobre la cancelación: ¿debe rendir cuentas por los tuits que publicó con 16 años?
Bella Hadid volvió a los titulares esta semana, aunque no por la razón que Victoria’s Secret hubiera querido. Días después de su regreso triunfal a la pasarela —su primer desfile tras un retiro motivado por problemas de salud y una estancia reciente en una clínica alemana para tratar la enfermedad de Lyme—, un usuario de Reddit desenterró antiguos tuits escritos por la modelo cuando tenía 16 años. En ellos, Hadid citaba letras del rapero Tyler, the Creator y utilizaba un insulto racial. Los mensajes, fechados entre 2009 y 2012, se viralizaron de inmediato.
Tras su aparición en el desfile de Victoria’s Secret, reaparecieron varios tuits de 2012 de Bella Hadid que incluían letras de canciones controvertidas
“¿Cómo puede seguir siendo la princesa intocable de la moda con un pasado así?”, escribió el usuario que los difundió en el foro FauxMoi, un espacio de cotilleos de celebridades en Reddit. En pocas horas, la publicación acumuló miles de comentarios: unos exigían disculpas; otros defendían que era absurdo juzgar a alguien por lo que escribió siendo menor de edad. El debate pronto dejó de ser sobre racismo para transformarse en algo más difuso: una conversación sobre el poder (y el agotamiento) de la cancelación.
La indignación ya no destruye carreras en la moda; las reordena
Esta vez, no hubo comunicado, ni ruptura de contratos, ni disculpa pública. Hadid permaneció en silencio. Las marcas con las que trabaja también. Y el episodio, que en otra época habría escalado hasta los titulares globales, se desinfló tan rápido como estalló.
El episodio revela algo más profundo: la moda ha aprendido a convivir con el escándalo. La indignación ya no destruye carreras; las reordena.
Hemos pasado de Kate Moss y John Galliano —los desterrados fundacionales de la era de la cancelación— a Bella Hadid, que puede permitirse ignorar el ruido. Moss desapareció apenas ocho meses después de que una foto suya consumiendo cocaína le costara contratos con H&M, Burberry y Chanel. Emitió una disculpa pública, regresó en la portada de Vogue y hoy es tratada como una institución.
Galliano, en cambio, necesitó tres años de exilio tras su despido de Dior por un vídeo con insultos antisemitas. Solo después de disculparse públicamente y someterse a tratamiento, reapareció en Margiela como símbolo de redención creativa.
Por el camino, la industria ha asimilado cada controversia hasta volverla inocua: Dolce & Gabbana, tras ofender a China con una campaña plagada de clichés raciales, viste de nuevo a medio Hollywood; Alexander Wang, acusado de acoso sexual, llenó de nuevo un front row neoyorquino; Balenciaga, tras su campaña de 2022, ha recuperado la confianza de sus embajadoras más visibles.
La moda, en definitiva, ha demostrado que sabe olvidar. No porque se haya vuelto más tolerante, sino porque depende demasiado de sus figuras para renunciar a ellas. Su sistema económico y simbólico se alimenta tanto de la transgresión como de la redención.
Cancelar a alguien equivale, en cierto modo, a amputar parte de su propio relato colectivo. A eso se suma un cansancio generalizado. Las audiencias, saturadas de polémicas políticas, guerras y crisis globales, han perdido la energía moral de otros tiempos. En una era de atención fragmentada, los errores del pasado pesan menos que la capacidad de generar interés presente. Los escándalos se olvidan no por benevolencia, sino por agotamiento.
Hadid ya había sido acusada de racismo en 2019, cuando publicó una foto en la que la suela de su zapato parecía apuntar hacia aviones de Arabia Saudí y Emiratos Árabes. En aquel momento se disculpó públicamente, apelando a su herencia árabe. Hoy no lo ha hecho, y quizás no lo necesite. Su silencio no es arrogancia, sino una lectura precisa de la ofensa, cometida cuando era adolescente, y del momento: la cancelación ha perdido su poder performativo. Como las tendencias, también tenía fecha de caducidad. Y parece que ha pasado de moda.