Loco protocolo

Cristales de Bohemia

Loco protocolo
Escritor

En mi casa solo hay tres cubiertos: cuchara, tenedor y cuchillo, y este último apenas lo usamos porque cortamos con el canto de la cuchara —a lo Paul Bocuse—. Recuerdo que en casa de mis exsuegros franceses tajé el queso con el tenedor y, de pronto, decidieron que ya no tenían más hambre. ¡Desconocía que hubiera un dispositivo creado únicamente para cortar queso! El caso es que tampoco tenemos cucharillas; el postre nos lo tomamos con las soperas, somos muy ansiosos. En cuanto a la cristalería: vasos mellados de Duralex y algunos de cervezas Alcázar. En verdad, tenemos varios juegos de copas, pero llenos de ­polvo, pues mi madre los tiene de adorno detrás de la vitrina del mueble del salón. Así somos. Las cosas “lujosas” no las usamos, vaya que se rompan.

No os debería extrañar mi asombro al ver siete cubiertos y cuatro copas diferentes en algunos restaurantes. Tanto protocolo me parece un gasto tonto de energía humana y de agua. Además, me ponen irascible todos los ritos que suceden en las mesas de dichos comedores prémium. Mientras que en los barrios obreros te sirven y te dejan comer tranquilo, aunque sea sobre una mesa roja de Coca-Cola y frente a un servilletero que te da las gracias por la visita, en los barrios ricos el camarero no para de interrumpirte. 

Mesa restaurante lujo

 

Getty Images/iStockphoto

Por ejemplo, nada más sentarte hay unos platos colocados, que piensas que van a ser tus platos, ¡pero no, son solo de adorno! El camarero se los lleva y te trae otros. Un follón y un mareo de platos. Después, te pregunta por el vino. Jamás devolvería una botella, aunque me supiera a poloflash derretido. Y se acerca cada trece respiraciones a preguntarte si está todo bueno. ¿Cómo podría decirle que no, si me está sonriendo hasta con las muelas del juicio? Cuando piensas que ya no tiene ninguna excusa para irrumpir de nuevo en tu intimidad, ¡viene a barrer la mesa con una escobilla y un recogedor de PinyPon! ¡Me va a cortar la digestión!

Me parece una soberana estupidez todo este baile ceremonioso. El colmo llega cuando el camarero coloca al lado del segundo plato una capsulita que, al presionarla, saca una servilleta húmeda para las manos. ¿Y sabéis cómo la retira? Con unas pinzas, como si tuviera ébola.

Pues eso, loco protocolo.

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