Desde el primerísimo de los días, y ahí sigue. Inmarchitable. Àngel Llàcer es, a fecha de hoy, el único que no ha abandonado la mesa del jurado de Tu cara me suena. Comenzó en la primera edición y continúa en la duodécima, ahora acompañado por Chenoa, Lolita Flores y Florentino Fernández. No obstante, esta no ha sido una temporada cualquiera para él, pues su regreso se daba tras vivir una etapa muy difícil en la que su cuerpo se debatió entre la vida y la muerte a raíz de una bacteria que contrajo durante un viaje a Vietnam.
Afortunadamente, pudo salir adelante, y de nuevo puede la audiencia deleitarse con los hilarantes momentos que siempre protagoniza durante las entregas del exitoso programa de imitaciones de Antena 3. Ahora bien, ¿cuánto conoce el público al catalán que antaño ejercía como profesor de interpretación de los concursantes de Operación triunfo? Está claro que la respuesta variará en función del seguidor, pero nunca está de más referir a esas ocasiones en las que él mismo ha revelado curiosidades que pocos tenían en el radar. Así lo hizo hace poco más de un año.

Àngel Llàcer y Manel Fuentes en 'Tu cara me suena'' en 2023.
“No poder comer bien me amarga la vida”
Su faceta 'gourmet': de cocinar para seducir, a llevar ‘tuppers’ de un lado a otro
Llàcer no oculta su pasión por la gastronomía ni siquiera en entrevistas centradas en su trayectoria artística. Al ser preguntado por aquello que más le amarga la vida, respondía en marzo de 2024 sin dudar: “No poder comer bien”. Lo confesaba entonces en conversación con el vertical Metrópoli del diario EL MUNDO. No es una simple frase, pues su amor por la buena comida le ha llevado a desarrollar rutinas de lo más particulares para asegurarse de comer como a él le gusta, incluso cuando está de gira. “Me he venido de Barcelona con mi maleta y los tuppers de comida que he cocinado ya. Y los voy sacando poco a poco para comer bien, siempre y cuando no vaya a restaurantes, claro”, contaba divertido.
Con la misma espontaneidad, admite que entre sus platos estrella están los arroces, que borda con ingredientes de despensa. “Soy de esos que con cosas muy sencillas hago un buen plato”, decía orgulloso. Para el actor y director, cocinar no es un trámite ni un acto de supervivencia. Más bien es una forma de dedicarse tiempo. De disfrutar, de cuidar. “No soy de los que dicen ‘para mí solo, ni me molesto en cocinar’. Yo sí le dedico tiempo”, añadía. Y no solo eso, ya que también se reconoce capaz de transformar su gracia en los fogones en un arte de seducción. Si se trata de impresionar, lo tiene claro: “Sobre todo [mi mejor plato] se lo haría a alguien con quien me quisiera acostar. La seducción de una barriguita no está mal”, bromeaba.
El caso es que, más allá del juego y la coquetería, Àngel se toma su comida muy en serio. Detesta el ruido de los cubiertos en los restaurantes, “el 'chin chin' me molesta y lo digo, y quedo como un viejo imbécil, lo sé, pero no lo soporto”, así como tampoco soporta pagar 4,50 euros por un pan. Eso sí, se reconocía fiel cliente de la panadería Turris, que está al lado de su casa. A la hora de la verdad, lo que le gusta es lo auténtico, lo casero, sin excesos ni artificios.

Àngel en una imagen de archivo.
“He sido muy timado por gurús, terapias y dietas”
Una vida marcada por la risa y el disfrute, entre aceite y patatas fritas
Aunque mantiene un físico ágil, Àngel asegura que no se cuida “nada”, salvo cuando la agenda lo permite. “No me pongo cremas, no hago mucho ejercicio ahora porque me operé de una hernia discal”, comentaba. Sin embargo, cuando puede, se apoya en un entrenador personal, y confiesa que ha caído en “todas las dietas milagro habidas y por haber”. Lejos de lamentarlo, lo dice entre risas, como quien acepta que su credulidad forma parte de su encanto. Curiosamente, a pesar de que no le gusta el chocolate, ni el queso, ni el helado, hay un alimento ante el que se rinde sin remedio: las patatas fritas. “Podría comer sin parar, y nada de air fryer de esas que están de moda, no; con mucho aceite en sartén. Mi madre no me las hacía, así que ahora me doy el gusto”, decía.
Tan obsesivo puede llegar a ser, que ha llegado a montar un pollo —literal— para que le envíen una garrafa de aceite olvidada en un apartamento de Bilbao. “No era un aceite especial ni nada, simplemente era mío, y no quería renunciar a él”. Llàcer, en su quinta década, vive una etapa de reflexión. No teme en absoluto al paso del tiempo: lo celebra. “Me han dicho que a partir de los 50 llega lo mejor. Yo creo que alcanzas un momento de tranquilidad, de que lo que tenga que ser, será, que es momento de disfrutar”, reflexionaba más de un año atrás. ¿Un brindis? “Por seguir así de estupendo otros 50 años más”. Y si es con buena comida de por medio, está claro que mejor aún.