Fue premio Goya, conquistó el Festival de San Sebastián y deslumbró con su papel en La voz dormida, pero María León no tiene reparos en hablar de guisos, cocidos y migas de pan con la misma pasión con la que defiende un personaje en escena. Hace apenas un mes, cuando aún se encontraba en Madrid con la obra Casa de muñecas, la actriz atendió a METRÓPOLI, el suplemento de ocio y gastronomía de EL MUNDO, con un titular rotundo: “Soy muy comilona y en casa la comida era una ley”. Sin artificios, sin postureo y con esa naturalidad de serie que tanto la caracteriza.
Quizá sea ese descaro tan suyo lo que le llevó a lanzarse el pasado año a la aventura de MasterChef Celebrity 9, donde pese a ser la sexta expulsada, demostró tener salero más allá de los platós. “Descubrí que soy curiosa en la cocina, que tengo salero y que salgo del paso”, expuso en la entrevista mencionada. Eso, además de que en su menú no faltan tomates, limones ni un buen jamón, pero sí sobra todo lo que huela a afectación. Porque si algo dejó claro, es que para ella la comida es un lenguaje emocional completo y de raíz: “Mi madre nos ha alimentado siempre como una manera de amar, de querernos”.
“Comer me pone el corazón contento”
La comida como refugio, motor e incluso excusa para el amor
León no oculta su dependencia del buen yantar. “Siempre suelo llevar mucha comida encima, porque cuando no como, me cambia mucho el carácter”, confesó con desparpajo. A sus 40 años, la actriz mantiene una relación visceral y honesta con la comida, que incluso va más allá de los fogones. Tan sencillo como que hablar de ella es también hablar de su madre, Carmina Barrios, matriarca de una familia de artistas donde el alimento se convirtió en sinónimo de cariño: “Lo primero que me pregunta cuando me ve es ‘¿has comido?’”.
Carmina Barrios y María León, madre e hija en la vida real y 'Carmina o revienta', la película que dirigió su hijo Paco León.
Además, la gastronomía, para María, tiene memoria. “Yo con Paco me reúno mucho e intentamos hacer guisos, como las papas con carne”, dijo en referencia a su hermano y tantas veces compañero de aventuras cinematográficas. Y como en el cine, hay tradición, sí, pero también improvisación: “El gazpacho de mi madre lo hago a ojo, de la misma manera que se lo he visto hacer a la Carmina”. Así, entre cucharas heredadas y tomates que considera “milagros” ha ido tejiendo esa identidad que no se entiende sin la mesa.
“Soy de buen comer”
Sin filtros, sin prejuicios y con mucho apetito
Es innegable que a María León se la conquista por el estómago. “Incluso si compartimos un plátano, a mí me hace muy feliz”, refirió, dejando claro que el qué importa menos que el cómo y con quién. Y si se trata de probar cosas nuevas, no se arruga: “Cuando estuve en México, comí grillitos. Y en Bolivia probé lagarto y cocodrilo”. Eso sí, reconocía que los insectos fueron “algo que no he conseguido superar”. No por asco. Más bien porque hay umbrales que, aunque uno cruce, no siempre deja atrás.
Cabe destacar que tampoco tiene manías confesables a la hora de comer, salvo una curiosa postura: “Me siento a la mesa siempre con un pie debajo del culo. Estoy más cómoda, porque soy muy bajita”. Y si hay algo que no falta la mesa en cuestión es humor. Porque María no entiende la vida —ni el comer— sin un poco de gracia, aunque a veces también se dé un “atracón de chocolate, que es lo único que no puedo controlar”.
María León en 'MasterChef Celebrity 9'.
“Yo soy mi propio perejil”
Platos, emociones y sazón: así cocina su presente
La cocina no solo alimenta el cuerpo, sino que la conecta con lo que fue y con lo que quiere seguir siendo. “El cocido me dan ganas de llorar solo de pensarlo”, se confesaba, con ese algo casi poético en el vínculo emocional con la comida, como si cada bocado la devolviera a una infancia marcada por los aromas de casa. Y, aunque admitía que últimamente le falta salero “para tener esperanza”, la cocina es lo que ofrece mucho consuelo. “Tengo que sazonar muchas veces mi esperanza”, se sinceraba.
Porque como todos, María no es ajena a las amarguras —“los últimos tres años han sido muy duros”, admitía—, pero se esfuerza por mantener la dulzura en su receta vital a base de “canela, hierbabuena, romero y que no falte la naranja”. Cuando algo le amarga el día, responde con fuego: “Me gusta mucho el picante. Creo que es sano y lo pongo a todo”. Y si hay que montar un pollo, que sea con fundamento: “Con los conflictos sufro mucho, entonces no suelo montar el pollo... y si lo hago, luego pido 30 veces perdón”. Y es que en su vida, como en sus platos, manda el sabor real. Porque si algo tiene claro, es que no hay dicha más grande que la de sentarse a la mesa: “Aquí el milagro es que exista la comida”.
