El periodismo deportivo es un terreno tan apasionante como expuesto. En un país donde el fútbol se vive con una intensidad casi religiosa, jugadores y periodistas se convierten con frecuencia en la diana emocional que mucha gente utiliza para liberar su frustración. Si un futbolista tiene un mal día, las redes se llenan de reproches, muchas veces de sus propios seguidores, y el periodista que narra ese partido de manera imparcial no tarda en ser acusado de favoritismo y de llevar una camiseta invisible, aunque solo esté intentando hacer su trabajo de la mejor manera posible.
Esto es lo que sucede en el 99% de los casos, pero, muy de vez en cuando, aparece alguien que desarma a todos. Una figura que, por su autenticidad, respeto y pasión, logra algo casi imposible: caer bien a todos. Michael Robinson fue uno de esos pocos. Su voz, su humor, su humanidad y su amor por el deporte lo convirtieron en un narrador irrepetible. Desde que nos dejó, su ausencia sigue siendo palpable, especialmente en esas noches grandes de fútbol como una Champions, un clásico o una final, cuando, sin darnos cuenta, seguimos esperando escuchar su voz.
Durante los casi 30 años que Robinson ejerció como periodista tras retirarse como futbolista, 28 fueron junto a su inseparable amigo, Carlos Martínez, otra de las más icónicas voces de nuestro país. Juntos, compartieron narraciones, viajes, hoteles y comidas, hasta convertirse en una de las duplas más memorables de la historia del periodismo deportivo. Según el propio Carlos, su vínculo era como el de un vestuario: íntimo y de confianza total.

Juntos vivieron momentos inolvidables, narrando algunos de los mejores partidos de la historia
Michael ya es parte de mí. Hay cosas que no se olvidan
En el pódcast de Iker Casillas, Martínez explica que, tras tantísimos años juntos, un día Michael le reveló que tenía cáncer en fase 4 y que no había cura, lo que lo descolocó por completo, pues era algo completamente inesperado y realmente difícil de asimilar: “El día que me contó que tenía cáncer fue yendo a un partido de fútbol. Me dijo: ‘Te voy a contar una cosa… me voy a morir’. Así. Seco. Le dije: ‘¿Cómo?’. Pensé que me estaba vacilando. Le llamaba ‘el inglés’ o ‘el guiri’, como siempre. Pero me dijo: ‘No, no. Que me voy a morir. Tengo un cáncer de piel en estado 4. No tiene cura’”.
Lo verdaderamente sorprendente de Robinson es que, a pesar de su estado y sabiendo que apenas le quedaban algunos meses de vida, su positividad impregnaba cualquier lugar en el que estaba. Lo intentó todo para aferrarse a la vida que le encantaba, pero no lo logró, aunque nunca dejó de luchar:

28 años de amistad y profesión compartieron juntos
“En ningún momento lo que estaba pasando le hizo rendirse. En ningún momento Michael estaba vencido por el cáncer. En ninguno. Intentó curar su enfermedad con todo: terapias alternativas, tratamientos experimentales… hizo de todo. Pero nunca se rindió. Eso es una enseñanza vital. Te puede pasar cualquier cosa en la vida, pero lo importante es no rendirse. Fueron 18 meses increíbles con él”, recuerda Carlos visiblemente emocionado.
Aunque han pasado ya más de 5 años desde su muerte, Carlos asegura que aún hoy sigue echándolo de menos, algo que probablemente siga siendo así durante mucho tiempo, como todos los que seguimos esperando escuchar su voz cuando ponemos El día después. Por eso, siempre lo recordaremos como el gran periodista que fue: “Michael ya es parte de mí. Hay cosas que no se olvidan. Su manera de vivir, de comunicar, de reírse de todo… y de irse. Eso no se enseña, pero a mí me marcó para siempre”, sentencia Martínez.