En su expansión por todas las orillas del Mediterráneo y más allá, el imperio romano fue dejando huellas arquitectónicas que, dos milenios después, siguen en pie y mostrando el esplendor alcanzado en ese periodo histórico. A los italianos le duele oír a menudo que muchas de las mejores construcciones de la época romana están fuera de las fronteras de su actual país, pero acaban rindiéndose a la evidencia si se les enumera lo que se puede hallar en Túnez, España, Francia, Croacia o Líbano.
Es también el caso de Libia, un país que siempre ha quedado un tanto marginado de los circuitos turísticos convencionales por su tambaleante situación política. Primero fue el gobierno férreo del coronel Gadafi, un personaje que no generaba precisamente simpatía. Tras su derrocamiento, la situación descontrolada entre grupos armados a partir de 2011. Pero hace tres años que los operadores han regresado con cautela a ese país que alberga dos de las joyas romanas más esplendorosas del Mediterráneo. Y que también son dos de sus principales activos turísticos, junto con los hechizantes paisajes desérticos del Sáhara.

Teatro romano en Leptis Magna.
A 120 kilómetros al este de la capital, Trípoli, se halla el yacimiento de Leptis Magna. Situado en la desembocadura del Wadi Lebda –que genera un precioso y recogido puerto natural–, hay quien se atreve a afirmar que son los mejores restos romanos del Mediterráneo. El yacimiento se acurruca tras una muralla bizantina por el este y formando un espacio ordenado en cuadrícula donde se agolpan templos dedicados a Augusto, el foro antiguo y el dedicado a Severo, dos arcos que homenajean a Trajano y al propio Severo, un ninfeo y unos baños públicos. La calle principal, escoltada por columnas que mayoritariamente siguen en pie, ofrece un aspecto soberbio.
El edificio más espectacular de Leptis Magna es su teatro, en forma de media luna –con las gradas y el escenario parcialmente restaurados–, con los habitáculos para los actores reconocibles y las estructuras arcadas que daban acceso al público en muy buen estado.

Ruinas romanas de Sabratha, en Libia
Por su ubicación a la orilla del mar y libre de construcciones modernas, Leptis Magna ofrece un paseo silencioso y evocador. La llegada de los bizantinos superpuso algunas estructuras. Así, además de la muralla defensiva oriental, se pueden visitar una basílica con mosaicos e incluso una puerta de acceso al recinto.
Para ir de Leptis Magna a Sabratha hay que pasar obligatoriamente por Trípoli, lo que ofrece la oportunidad de visitar el Museo Nacional, en el que se guardan algunas de las estatuas, capiteles y mosaicos más valiosos excavados en ambos yacimientos.
Ambos yacimientos se ubican en la costa del Mediterráneo, pero están en sentidos opuestos de la capital
Sabratha ofrece también un emplazamiento junto al mar. Pero en este caso se imbrican las ruinas con edificios modernos. Ello no resta belleza al teatro, perfectamente conservado y encarado a la playa. Llaman la atención los relieves del proscenio y unas esculturas de delfines gigantescos. Justo en la orilla está el templo de Isis. Nuevamente, aparecen dos basílicas cristianas, pero también templos dedicados a Antonino y a Hércules, y un peristilo muy entero.
Sabratha tiene un museo donde se exhiben algunas piezas valiosas, aunque las más llamativas hayan sido trasladadas a la capital.

Columnas del escenario del anfiteatro de Sabratha
Los insaciables de las culturas antiguas tienen una tercera cita en Cirene, para visitar una de las colonias griegas más importantes. Sin embargo, hay que tener muchas ganas de tragar polvo, pues se halla a más de 1.200 kilómetros de Trípoli, cerca ya de la frontera con Egipto.
Cómo llegar
El acceso a los yacimientos de Sabratha y Leptis Magna se realiza a menudo desde la tunecina isla de Yerba, que cuenta con aeropuerto internacional y está cercano a la frontera entre ambos países. Antes de visitar Libia hay que informarse de la situación política, que permanece relativamente estable desde 2021, pero que vive un equilibrio frágil.