Reflexiones bajo la lluvia en Punta Uva
Serendipias
El sonido atronador de una tormenta envuelve esta cabaña fundida con la selva. La naturaleza me entrega a los sigilosos pasos de la guatusa, un simpático roedor que se cobija en los huecos formados bajo los palafitos de las villas tropicales; las monsteras se mecen con la brisa, y la lluvia comienza a caer suavemente sobre Punta Uva, un paraíso en el aún remoto sur del Caribe costarricense, mientras escribo en la terraza.
Nace entonces ese momento contemplativo que solo ocurre cuando te detienes. Y la lluvia suele ser una buena excusa.
En Costa Rica, los ticos dicen que existen dos épocas: la de lluvia y la de más lluvia
En el porche de este fantástico ecolodge camuflado en el verde superlativo, las gotas comienzan a buscarse sobre las hojas de la platanera. Estoy solo, a oscuras y lejos de mi lugar de origen. Siento en la nuca un ligero cosquilleo y el instante me lleva a hacer un balance de todo aquello que agradezco, lo esencial, lo que ves desde otra perspectiva cuando te encuentras lejos. Por ejemplo, los asuntos afectivos que dejo por resolver en este agitado mes de junio al otro lado del Atlántico. Esos dolores que solo descubres cuando la lluvia cae, como una vez dijo John Steinbeck.
Desconexión en una playa de Costa Rica
Sin embargo, esta vez la lluvia tica parece anunciar un final y un inicio, como una especie de renovación, al mismo tiempo que resuena en mí el eco de todas las ocasiones en que la lluvia me encontró alrededor del mundo. En la cocina de un pueblo del sur de India donde me cobijé una noche de monzón, el agua cayendo entre ofrendas de frutas y flores en el jardín de una casa de Laos donde trabajaba con el ordenador el pasado mes de octubre; o hace demasiados años, resguardado en una puerta esperando que dejara de llover junto a alguien que me besó antes de que saliera el arcoíris en el cielo. La imagen irresistible de correr bajo la lluvia por las calles de París hasta chocarte con alguien de forma accidental, o el olor a incienso y tierra mojada en el patio trasero de una casa en Sri Lanka.
Ese sentimiento y la melancolía que siempre vuelven, como en la icónica película El mismo amor, la misma lluvia; aunque sus significados e interpretaciones sean diferentes según el contexto y la cultura.
Para los habitantes chinos, la falta de lluvia era reflejo de desequilibrios en el Gobierno, mientras que para la fe hindú es la liberación de las aguas retenidas por los demonios y el reinicio de las cosechas tras la temporada seca. En el caso de Costa Rica, los ticos dicen que existen dos épocas: la de lluvia y la de más lluvia. La base que alimenta una jungla frondosa que, en estos momentos, se convierte en testigo y me abraza como un bálsamo inesperado.
Solo entonces, cuando la lluvia aprieta, siento una fila de hormigas cortahojas en la espalda, la naturaleza me hace un hueco y bajo las casas de madera, junto a los roedores, algo se escapa y se aleja. Porque a veces, ver la lluvia es aceptar, incluso una versión más tangible de la nostalgia. Pero siempre suena diferente, según el momento y lugar del mundo donde te encuentres.