Mongolia tiene una superficie inmensa, que supera en tres veces a la de España. En el imaginario occidental, se trata de unas estepas alfombradas de hierba que se van ondulando hasta el infinito. Y en buena parte del territorio es así. Pero también tiene uno de los desiertos más temibles de la Tierra –el Gobi– flanqueándolo por el sur y montañas intimidatorias –con el techo del Kujten-uul (4.374 metros)– cerrando el norte y el sector occidental.
Aun con esa diversidad paisajística, hay una característica común que va apareciendo a lo largo del territorio: las piedras de ciervo. Se denominan así a monolitos de roca tallada, enhiestos y presentados aislados o en grupos numerosos que comenzaron a alzar los nómadas que habitaron esas tierras hace ya 3.200 años.
Las piedras de ciervo son llamadas así porque, en la creencia de aquellas tribus de la edad de bronce, el paso entre la muerte y la ascensión a los cielos se hacía subido a lomos de uno de esos animales, que tenían la capacidad de volar. Sin embargo, la gran mayoría de los menhires que se localizan en Mongolia no reflejan a esos cérvidos sino a renos, un artiodáctilo todavía muy común en las grandes estepas asiáticas.
Y es que también en la Siberia rusa se localizan las llamadas piedras de ciervo, que tal vez hayan tomado ese nombre popular de su directa traducción del inglés. En mongol se llaman bugan chuluu.
Una piedra de ciervo localizada cerca de la cascada Ulaan Tsutgalan, en el río Orkhon, en Mongolia
La tipología de las piedras de ciervo es muy variada. Las hay que tienen un metro de alto y han sido talladas en una sola de sus caras, mientras otras ostentan los grabados en la parte terminal. Las más estilizadas superan los cuatro metros y medio de altura, pero una característica común es que la zona con las tallas siempre está orientada hacia el este. Es el lugar desde donde sale el sol, lo que podría ser una explicación de su función ritual.
En la edad de bronce de Mongolia las piedras de ciervo seguramente fueron utilizadas para prácticas chamánicas no solo funerarias sino también curativas. Los actuales pobladores –muchos animistas y una inmensa mayoría, budista–, respetan con veneración esos enclaves arqueológicos.
En 2023 la Unesco decidió declarar las piedras de ciervo mongolas patrimonio de la humanidad. Protegerlas, sin embargo, es bastante difícil, pues se hallan a menudo muy alejadas de núcleos de población –que, en cualquier caso, son pequeños– y con complicaciones para vallarlas, acotarlas o asignarles personal que evite daños o expolios.
Uno de los conjuntos más interesantes se halla a las afueras de Mörön, a unos veinte kilómetros al oeste de la ciudad. El yacimiento se conoce como Uushigiin Övör, y sus menhires no solo muestran ciervos sino también estrellas. Hay catorce estelas de entre dos y cuatro metros de alto acompañando un recinto funerario.
Para verlas en el momento más hermoso, hay que llegar justo antes de que despunte el sol, que acaricia las losas con unas luces doradas durante un buen rato. Unos sencillos rótulos en inglés –muy sensibles al paso del tiempo y los agentes meteorológicos, tienen visos de borrarse rápidamente– informan de las características de cada menhir y de la antigüedad que se le supone. Las ondas que tienen los ciervos cerca de su lomo podrían ser alas, lo que reforzaría la idea de que se trata de vehículos para acceder al cielo.
Cómo llegar
Mörön está a 100 kilómetros al sur de Khatgal, la localidad de referencia situada en el extremo sur del lago Khövsgöl. El viaje por tierra desde la capital del país, Ulan Bator, es arduo. Hay 700 kilómetros de distancia y es difícil cubrirlos en una sola jornada.


