Recorridos guiados mediante códigos QR, experiencias sensoriales provocadas por la realidad virtual, así como espectáculos inmersivos que adentran al visitante al interior de obras de arte. Esas son algunas de las propuestas más demandadas por los turistas a día de hoy. Pero las miles de apps, la IA o los imprescindibles smartphones que guían nuestras escapadas y nuestro ocio en ocasiones son incapaces de competir con el atractivo que suponen vivencias físicas que invitan a hacer un viaje al pasado como si de una máquina del tiempo se tratara. Eso ocurre cuando surge la ocasión de subir a un viejo tren de vapor.
Es un medio de locomoción tan cinematográfico como evocador. Son locomotoras sólo vistas al tamaño reducido del celuloide. Así que impresionan cuando se comprueba su verdadero volumen, su fortaleza y el estruendo que genera su puesta en marcha. Eso por no mencionar el encanto que irradia la incomodidad de sus antiguos vagones donde el plástico no existe. Aquí todo es de madera y las ventanillas se pueden abrir y bajar al antojo del viajero, aunque eso suponga que de vez en cuando el humo que exhala la chimenea de la locomotora invada a los pasajeros.
Tren de vapor cargado de turistas por el valle del Urola
Unas sensaciones tan añejas y tan ajenas a nuestra aséptica cotidianeidad se pueden vivir en primera persona en el pueblo vasco de Azpeitia. Ahí permanece en uso un vetusto ferrocarril a vapor que circula durante unos kilómetros junto al río Urola, recordando así al último de los trenes de vía estrecha que surgieron en el siglo XX para unir las poblaciones del interior guipuzcoano con las localidades de la costa cantábrica.
El Ferrocarril del Urola nació en 1926 para viajar desde Zumárraga hasta Zumaia. En total fueron 36 kilómetros de itinerario para un tren que, por entonces, fue el colmo de la modernidad. De hecho, aunque en la actualidad una pequeña parte de ese recorrido se hace en un convoy de vagones arrastrados por una locomotora de vapor, lo cierto es que la línea del Urola se concibió desde sus orígenes como un tren eléctrico, para lo cual hasta se creó una central junto a la estación de Azpeitia para abastecer de la electricidad necesaria a la catenaria de todo el trazado.
Por los andenes y talleres del museo se descubre el lujoso vagón en el que viajaba Alfonso XII
Sin embargo, pese a la modernidad y la colosal inversión pública que se hizo, la línea nunca terminó de ser rentable. De hecho, con el paso de los años fue exageradamente deficitaria, así que en 1988 se decidió su cierre definitivo y poco a poco se fue desmantelando. No obstante, su epicentro ubicado en la población de Azpeitia suponía un patrimonio ferroviario de enorme valor, de modo que acabó por convertirse en el Museo del Ferrocarril Vasco que gestiona la compañía Euskotren.
En Azpeitia no sólo se mantiene en pie la vieja estación que reinterpreta la tradición arquitectónica vasca. También están los antiguos talleres y los garajes de la línea, la estación de transformación eléctrica original, las oficinas de administración del Ferrocarril de Urola y una playa de vías que a día de hoy rebosa locomotoras y vagones llegados de aquí y de allá.
Locomotora de vapor expuesta en el Museo del Ferrocarril Vasco
Los amantes a la historia ferroviaria aquí disfrutan de lo lindo viendo ejemplares de otras épocas, como una maquina salida en 1887 de la factoría de Newcastle que fundó Robert Stephenson, el hijo del inventor del ferrocarril. Así como se expone otra locomotora hecha en Budapest, alguna que recorrió durante décadas los paisajes de Portugal y una máquina alemana de la firma AEG que se denominaba la tragaluces por el desmesurado consumo eléctrico que suponía su funcionamiento y el riesgo de apagones que acarreaba a su paso.
También por los andenes y talleres del museo se descubre el lujoso vagón en el que viajaba Alfonso XII cuya elegancia contrasta con la robustez de los vagones de carga que circulaban por las amplísimas instalaciones de Altos Hornos de Vizcaya, ubicados junto a la ría de Bilbao. Además, hay convoyes de antaño, tranvías, trolebuses y hasta vagones de metro, dando así una visión de lo más completa sobre la evolución que ha tenido este medio de transporte sobre carriles.
Pero no se trata solo de mostrar tales cambios. Una de las señas de identidad del Museo del Ferrocarril Vasco es que los elementos expuestos en la playa de vías se hallan en perfecto estado de revista y listos para funcionar.
Sus maquinarias y engranajes están restaurados para que en cualquier momento se pongan en marcha. Así ocurre por ejemplo con las impresionantes locomotoras llamadas Aurrera y Zugastieta. Dos prodigios de la técnica del siglo XIX, que ahora en el siglo XXI todavía son susceptibles de enganchar a sus espaldas a varios vagones y así salir cargados con los visitantes del museo a dar un paseo junto al río Urola.
Antiguo taller de reparaciones de los ferroviarios
En realidad este trayecto en el viejo ferrocarril es el gran atractivo de la visita. Es cierto que los aficionados al mundillo de los trenes gozan con una amplia colección que va más allá de las grandes máquinas. También hay salas dedicadas a uniformes, relojes, señalética o insignias que maravillan a los adeptos la temática. Al igual que se asombran cuando ven a pleno rendimiento el histórico taller de reparaciones con su admirable entramado de correas y poleas.
Pero no cabe duda de que el plato fuerte consiste en subirse al tren y dejarse llevar por su traqueteo y sus sonidos. La experiencia fascina a los más pequeños y muy pocos adultos quedan indiferentes. Porque un tren a vapor siempre es sinónimo de viaje y de aventura. Apenas son diez kilómetros de trayecto, con inicio y final en la estación de Azpeitia, pero colman las ansías de todos.
De vez en cuando al vapor de la locomotora se cuela en los vagones
Es un recorrido ya de por sí muy atractivo a través del verdor de este valle guipuzcoano. Pero a las vistas y a la lentitud de antaño se le suman otros alicientes como el paso por un renegrido túnel. En ese momento, a oscuras y con el humo entrando por las ventanas, es fácil imaginar cómo viajaban nuestros ancestros. Además, tampoco falta atravesar un puente de piedra sobre el río para que el tren componga una imagen de postal.
Y tras cruzar el Urola se llega a la pequeña estación de Lasao, destino de la excursión y momento de emprender el regreso. Si bien antes el pasaje desciende de los vagones para observar cómo el maquinista y su ayudante carbonero tienen que hacer una costosa maniobra antes de retomar la marcha en sentido contrario. Solo cuando la vieja locomotora está preparada y con los vagones bien enganchados, se vuelve a hacer sonar su silbato y se avisa: ¡Viajeros al tren!
El santuario de Loyola
El viejo tren de vapor no es el único motivo para visitar Azpeitia. Esta localidad guipuzcoana presume de ser el lugar de nacimiento de Ignacio de Loyola. Y en honor al fundador de la Compañía de Jesús aquí se encuentra un enorme santuario junto al río Urola, si bien distante del Museo del Ferrocarril Vasco.
Interior de la basílica de Loyola
De hecho, el santuario y la basílica de estilo barroco se hallan muy cerca de la casa donde nació el santo, un lugar en el que los jesuitas desde el siglo XVII construyeron un gran complejo religioso para que pudieran acudir los miembros de la orden y peregrinos de medio mundo.


