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Recorriendo los encantos de Segovia sin prisas

'Slow travel'

Además de destino gastronómico y literario, el casco histórico de la ciudad castellana es patrimonio de la humanidad

Los vuelos en globo sobre el casco urbano segoviano son muy habituales

Armando Cerra

La Segovia más tópica es demasiado escasa. No basta con maravillarse bajo el acueducto, saciarse con un cochinillo y fotografiar el alcázar que inspiró a Walt Disney. ¿Por qué no paladearla a conciencia? Tal y como hizo Antonio Machado. De hecho, seguir el rastro del poeta sevillano es la mejor inmersión en los encantos segovianos.

Machado llegó en 1919 para dar clases de francés en el Instituto General y Técnico, que ahora se llama Mariano Quintanilla y permanece en el mismo lugar, a un paso del acueducto. De manera que llegar a él supone caminar junto a este emblema de la Hispania romana con dos mil años de edad y una conservación increíble para una obra levantada sin argamasa ni cemento.

El Acueducto de Segovia, auténtico emblema de la Hispania romana

Armando Cerra

Es imposible no pasmarse al deambular a su sombra. Seguro que el propio Machado no dejó de admirarlo por mucho que lo contemplara cada día. Y es más que posible que a la ida o a la vuelta del trabajo se detuviera en la plaza del Azoguejo para apreciar en plenitud su monumentalidad.

Hoy en día, los turistas eligen esta bella plaza para observarlo, pero solo un pequeño porcentaje aprovechan para adentrarse en la ciudad siguiendo el trazado de la calle Real, por la cual subía y bajaba el escritor a diario, sin cansarse de ella porque llegó a llamarla “caminito de mi devoción”. De hecho, esta vía esconde huellas machadianas.

Machado llegó en 1919 para dar clases de francés en el Instituto General y Técnico

El literato ya compró en la librería Cervantes al inicio de la calle. Al igual que entró a la Casa de los Picos para impartir la primera de sus conferencias. Por cierto, a un paso de esta fachada inconfundible se halla la iglesia de San Martín, donde es casi obligado fotografiarse con las esculturas de unas sirenas que también atraerían la mirada del poeta, ya que alegran este rincón desde 1852.

Pero otros lugares de la biografía machadiana se han perdido. Por ejemplo, el Gran Hotel Comercio donde se citó por primera vez con Pilar Valderrama, que en sus versos se trasmutó en Guiomar. O tampoco ha resistido el paso del tiempo el Casino de la Unión de cuya tertulia era incondicional y donde le inmortalizaron en una de sus fotos más célebres.

El volumen de la catedral segoviana domina todo el núcleo urbano

Armando Cerra

Su paseo de cada jornada por la calle Real le llevaba a la plaza Mayor. Ahí se encuentra el Ayuntamiento a cuyo balcón se asomó don Antonio el 14 de abril de 1931 para proclamar la Segunda República e izar la tricolor. El mismo día que junto a otros intelectuales fundó la Agrupación para la Defensa de la República en el interior del teatro Juan Bravo situado en un lateral de esta plaza. Así que no es extraño que haya una estatua suya ante la fachada de dicho teatro.

El poeta de bronce mira en dirección a la catedral. Ahí se despliega la edificación segoviana que plasma varios siglos de arte, desde sus inicios góticos hasta el final del barroco. En definitiva, la plaza Mayor es el corazón de la ciudad. Tanto, que pese a ser el área más elevada del callejero, nadie renuncia a pasear por ella y sus aledaños para disfrutar de los cafés, bares y restaurantes con más solera.

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En ese entorno vivió desde 1919 hasta 1932 nuestro autor, en concreto en una humilde casa de huéspedes de la calle de los Desamparados. Y pese al austero alojamiento, fue un periodo tremendamente fructífero, ya que en la casa museo creada en la vieja pensión se descubre todo lo que escribió aquí o los muchos episodios personales que vivió.

De modo que es posible prolongar la visita guiados por el escritor. Sin embargo, pasando varias jornadas en la ciudad castellana, es bueno cambiar de tercio. Por ejemplo, sería un pecado abandonarla sin recrearse con el alcázar, cuyo nombre indica un origen musulmán, si bien el paso de las centurias lo ha convertido en un castillo de cuento. Pero que nadie se quede solo con la foto panorámica porque su interior proporciona un intenso paseo histórico a través de sus salones reales o su armería, por no mencionar la torre de Juan II.

El teatro Juan Bravo desde los soportales de la plaza Mayor

Armando Cerra

Ese torreón es un estupendo balcón sobre el caserío. Un punto perfecto para otear el skyline dominado por la catedral y secundado por campanarios como los de San Quirce y de la Trinidad, o la torre de Hércules que perteneció al convento de las dominicas. Y eso son solo unas pocas joyas en piedra de una ciudad declarada patrimonio de la humanidad.

Sin embargo, quien busque la mejor visión de tantos tesoros debe olvidar el vértigo y subirse a un globo. Compañías como Voyager Ballons aprovechan las condiciones meteorológicas de Segovia para sobrevolar la ciudad y contemplarla entre el relieve de la sierra de Guadarrama y la llanura que plasma el dicho “ancha es Castilla”.

Se vuela siempre con las primeras luces del día y desde arriba se comprueba que Segovia requiere una visita pausada y más larga de lo esperado. A vista de pájaro se divisa el plano urbano plagado de atractivos por descubrir una vez que se ponga pie a tierra. 

La lista es larga: la iglesia de San Miguel donde se proclamó reina a Isabel la Católica, el convento de San José de las carmelitas descalzas realizado siguiendo los deseos de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, o la Real Casa Moneda a orillas del Eresma. Un enclave fundado por Felipe II y que es ideal para terminar la visita evocando una vez más a Machado con sus versos: “En Segovia una tarde de paseo / por la alameda que el Eresma baña”.