Una escapada sorprendente al pasado romano de Mérida

Con historia

Desde hace más de 30 años, el conjunto arqueológico de la capital extremeña es patrimonio de la humanidad

Al salir de los pasillos del teatro romano de Mérida, el escenario con dos mil años de historia deslumbra

Al salir de los pasillos del teatro romano de Mérida, el escenario con dos mil años de historia deslumbra

Mónica Grimal

Al final de Gladiator se ve como el protagonista de la peli, Máximo Décimo Meridio, emprende el regreso definitivo a su hogar. En sus devaneos previos a la muerte sueña con que atraviesa un espeso trigal mientras sube hasta una colina donde le aguardan su casa y su familia en Hispania. La escena, aunque grabada en otro lugar, es capaz de transmitir todo el color y calor del paisaje extremeño. Y para comprobarlo basta con viajar por carretera hasta Mérida, la Emerita Augusta que nombra el doblador de Russell Crowe.

En ese camino por la provincia de Badajoz se ve un paisaje similar al de la cinta y recordar semejante ambientación de cine es ideal para disfrutar más aún de ese viaje en el tiempo que propone la riqueza monumental de la capital de Extremadura. Mérida se fundó en el año 25 a.C. Como colonia Iulia Augusta Emerita. Un nombre que evoca al emperador Octavio Augusto que ordenó su fundación y al objetivo de la misma, ya que se creó para asentar a los veteranos o eméritos de las legiones que habían luchado en la conquista de Hispania.

El Teatro Romano de Mérida todavía acoge la celebración de espectáculos

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Mónica Grimal

El emplazamiento no podía ser mejor. A orillas del Guadiana y su afluente el Albarregas. Agua, tierras fértiles y la posibilidad de vadear el amplio cauce del Guadiana gracias a una isla central. Así que dicho y hecho, pero lo primero era construir un puente para salvar el gran río. Una tarea nada sencilla, ya sus casi 800 metros de longitud lo convirtieron en el puente más largo jamás construido por los romanos. Un récord que tardó un par de siglos en batirse, cuando en tiempos de Trajano se hizo otro mayor sobre el Danubio.

Pero a diferencia del que se tendió entre las actuales Rumanía y Serbia, el puente romano de Mérida permanece en pie. Durante dos mil años ha estado en uso continuado y soportando todo tipo de tráfico. Si bien ahora es una vía peatonal y la mejor forma de introducirse en el pasado emeritense. De hecho, una vez cruzado el puente el paseo continúa por lo que antaño fue el Decumanus Maximus, la gran avenida de la colonia que coincide más o menos con la calle Santa Eulalia.

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Actualmente esa línea recta desde el río conduce a la plaza de España, auténtico epicentro social de la ciudad, sin embargo, hace dos milenios se adentraba más hasta desembocar en el foro. Una enorme plaza rodeada de edificios cuyos pocos restos conforman el conocido como Pórtico del Foro. A partir de aquí hay que callejear por las inmediaciones. Así se llega al arco de Trajano, denominación enigmática porque se desconoce el vínculo con aquel emperador.

Ese deambular por el corazón romano de Mérida también lleva al estilizado templo de Diana. Antaño se integraba en el propio foro, si bien el paso de los siglos ha desdibujado el trazado original y las viviendas ocupan lo que fue la gran plaza romana. Tanto es así que incluso el templo acoge desde el siglo XVI una casona señorial. Se trata del palacio renacentista conde de los Corbos. De manera que se descubre una elegante fusión entre dos periodos de la historia y del arte. Algo tan inspirador que se ha convertido en un singular espacio cultural para el teatro y la música.

La abundancia de restos arqueológicos de Mérida maravilla a los turistas

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Mónica Grimal

No obstante, si se busca el escenario por antonomasia es obligado caminar un poquito más. En cuestión de minutos se alcanza la emblemática zona arqueológica. Ahí está el teatro romano de Mérida, construido hacia el año 15 a.C. Y que sigue en uso. El recinto acoge el prestigioso Festival de Teatro Clásico originado ni más ni menos que en 1933 con la obra Medea adaptada por Unamuno e interpretada por la venerada Margarita Xirgú. A partir de entonces, cualquier intérprete ha soñado con actuar alguna vez aquí. Y no sólo gente del mundo dramático. Además, el teatro romano se transforma de vez en cuando en colosal sala de conciertos para shows tan memorables como el que ofreció el rockero extremeño Robe Iniesta en 2021.

Aun así no hace falta que haya una función programada para disfrutar del teatro romano. Lo más común es visitarlo como sitio arqueológico. Su amplio graderío semicircular se concibió siguiendo los tratados de Vitrubio y hoy cuando se llega hasta sus asientos atravesando los oscuros pasillos abovedados sigue deslumbrando a los espectadores en cuanto ven la escena con su monumental decorado pétreo de columnas corintias y estatuas mitológicas.

La grada invita a sentarse para contemplar el panorama y también para reflexionar al descubrir que este tesoro de la cultura fue sepultado bajo toneladas de tierra. Cuando cayó el imperio romano, el cristianismo imperante se olvidó por completo del mundo teatral, así que el edificio cayó en el abandono y el expolio. A principios del siglo XX estaba enterrado. Solo emergían a la superficie varias zonas altas del graderío, conocidas popularmente como las Siete Sillas. Y con esa pista, los arqueólogos se decidieron excavar en 1910 y durante las décadas siguientes se devolvió la vida el recinto.

En situación similar estaba el vecino anfiteatro, el coliseo ovalado para los gladiadores que glorificó Gladiator  y mucho antes Espartaco. Unos espectáculos mucho más sangrientos que en el cine ya que luchaban hombres a vida o muerte, algunas veces entre ellos y otras contra bestias exóticas traídas de los confines del imperio. Basta con un poquito de imaginación para estremecerse al pisar esa arena donde murieron seres humanos. Sin embargo, en la época era un lugar muy frecuentado por los emeritenses, como demuestra su aforo de 15.000 personas.

El anfiteatro de Mérida todavía era más grande en origen

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Mónica Grimal

Y todavía era mayor el circo, que cuenta con su propio referente cinematográfico, Ben-Hur y su célebre carrera de cuadrigas. También en Mérida competían tanto cuadrigas como bigas, en este caso de dos caballos. Y los aurigas que las guiaban se jugaban la vida ante 30.000 personas dando vueltas y vueltas alrededor de la spina central decorada con obeliscos y esculturas. Hoy no queda mucho de aquello salvo el inmenso solar de más 400 metros de largo y 100 de ancho. Pero gracias al cine es fácil fantasear con lo que aquí se vivía.

Si en Emerita Augusta se levantaron semejantes recintos fue porque la colonial fundada para los eméritos acabó siendo muy relevante, de hecho, en pocos años ya era capital de una de las tres provincias que formaban Hispania, y con el emperador Diocleciano era la principal urbe de la península. Tal importancia se plasma en más yacimientos. Una ruta romana completa por Mérida ha de llevar hasta la casa del Mitreo, a las arcadas el acueducto de los Milagros, a los columbarios que servían de enterramiento o a los restos de termas y mosaicos conservados en la zona del Perístilo entre el teatro y el anfiteatro.

La arquitectura de Moneo es parte del encanto del Museo Nacional de Arte Romano

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Mónica Grimal

Todos estos yacimientos y otros abastecen a la colección del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. Ahí se exponen estatuas, cerámicas, mosaicos y recreaciones de viviendas que dan idea de cómo era la vida en la antigüedad. Pero si es interesante el contenido también lo es el continente, ya que el edificio es una obra que proyectó un joven Rafael Moneo fusionando el ladrillo y los arcos de la tradición con un espíritu muy contemporáneo. 

En definitiva, una monumental metáfora de lo que supone la visita a la Mérida actual 2.000 años después de su fundación.

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