Mucho antes de que comprendiéramos por estos lares el significado de la palabra japonesa tsunami, España ya había sufrido el devastador fenómeno de olas gigantes capaces de arrasar con todo lo que surge a su paso. Las crónicas históricas recuerdan varias azotando la Península, sobre todo en el litoral atlántico de Cádiz y Huelva. Allí llegó un terrible tsunami tras el célebre terremoto de Lisboa de 1755 y como efecto de aquel seísmo, la actual Costa de la Luz mutó en costa desolada, especialmente en localidades onubenses como Isla Cristina.
El mar arrasó con el lugar. Cuando bajaron las aguas ya solo quedaba volver a la vida para aprovechar la riqueza del enclave. Con ese propósito llegaron marineros venidos de Catalunya y Valencia. Al principio acudían a pasar la temporada más propicia para la pesca. Pero no tardaron en reconocer el potencial del territorio, incluyendo un clima privilegiado. Por eso se quedaron para siempre y este rincón atlántico tuvo una singular fundación mediterránea en el siglo XVIII.
La plaza de La Laguna, el epicentro del casco histórico ayamontino
La ola colosal también abatió la cercana población de Ayamonte, si bien es cierto que estaba más resguardada a orillas del Guadiana. Un río que aquí no divaga ni se oculta como hace aguas arriba. Ya junto a su desembocadura es un río mayúsculo y la frontera con Portugal. O más bien punto de unión, porque Ayamonte siempre ha tenido contacto íntimo con sus vecinos lusos de Castro Marim y Vila Real de Santo António.
Tanto que la presencia de un magnífico puente uniendo ambas orillas no impide que se mantenga el ferry como conexión, doméstica e internacional al mismo tiempo, para pasar a comprar aquí o allá. Es cierto que han tenido puntos de fricción, algunos tan memorables como el que narra Carlos Cano en su canción María la Portuguesa, pero las buenas relaciones han sido y son la norma.
Los ocasos de tonos naranjas, malvas y rojos son una de las imágenes que se llevan en la retina los visitantes
Es una muestra más de que en este vértice de Andalucía todos son bienvenidos. Lo fueron aquellos marineros mediterráneos del pasado y lo son los vecinos portugueses. También tuvieron un grato recibimiento los ingleses que a fines del siglo XIX y gran parte del XX se instalaron para explotar la riqueza minera de Huelva. Y casi en paralelo se acogió a los alemanes (incluidos espías) que llegaron para aminorar esa influencia británica.
Ahora se adopta a pescadores llegados de pueblos atlánticos africanos. Del mismo modo que se espera a los turistas aterrizados desde el norte de Europa para que alucinen con un clima inimaginable en sus latitudes.
Iglesia de Nuestra Señora de las Angustias originada en el siglo XVI
Si bien no hace falta llegar desde tan lejos para disfrutar de esta esquina de España. Sin duda no es el tramo más famoso de la costa andaluza. Pero ahí radica su encanto, en descubrirlo con los cinco sentidos. Empezando por el gusto y el olfato. Aquí huele a mar y a goce culinario gracias a un repertorio de pescado que convierte el lugar en un paraíso foodie.
Es otra sorpresa más, porque a Huelva se le identifica con ibéricos y un jamón único, pero marisco y pescado son la base de las recetas tradicionales y las más modernas. Para degustar las primeras, lo mejor es darse un festín en Casa Luciano de Ayamonte y para asombrarse con las segundas hay que reservar mesa en Doña Lola, en Isla Cristina.
Además, este último local ofrece una panorámica completa de la desembocadura del río Carreras y de las marismas. Un paisaje cambiante con cada marea y que vuelve a plasmar la atmósfera acogedora de esta zona andaluza, ahora para la fauna.
En las más de 2.000 hectáreas marismeñas desplegadas entre Isla Cristina y Ayamonte hallan refugio y alimento elegantes flamencos, charranes, correlimos, águilas pescadoras y cientos de aves más. Un show ornitológico para ver y escuchar a cualquier hora del día. Pero mucho mejor si se contempla al caer la tarde. De hecho, los ocasos incendiando el cielo de tonos naranjas, malvas y rojos son una de las imágenes que se llevan en la retina todos los visitantes.
Bandada de flamencos rosas sobrevolando las marismas
No obstante, mucho antes de la puesta de sol hay que darse un garbeo por los dos núcleos. En el caso de Ayamonte, todo se inicia junto al embarcadero del Guadiana. Bien sea para embarcar en un crucero fluvial por las últimas millas del río. O bien para recorrer el casco histórico, el cual tiene dos epicentros: las plazas de la Laguna y de la Coronación.
Y entre ambas esperan un buen muestrario de casas de burgueses e indianos enriquecidos al otro lado del charco, además de templos como el del Salvador o la iglesia de las Angustias. El primero situado muy cerca de lo que fue el originario castillo ayamontino. Y la segunda como casa de la patrona local, cuya imagen apareció en el río y por la que pugnaron españoles y portugueses.
En el caso de Isla Cristina, el terremoto lisboeta y el posterior tsunami se encargaron de destruir todo lo que hubiera de antes. Pero no significa que carezca de puntos de interés. Por ejemplo, está la plaza de las Flores con muestras modernistas como la Casa de don Justo, que diseñó Aníbal González, el arquitecto andaluz que dio forma a la plaza de España en Sevilla.
No lejos de ahí está la iglesia de San Francisco y la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío. Y con un aspecto radicalmente distinto aguarda el Faro del Cantil, que pese a su nombre y su forma no es un faro, sino un singular edificio con vistas al importante puerto de Isla Cristina.
La subasta de la tarde en la lonja de Isla Cristina
No hay que olvidar que aquí los pescadores descargan toneladas y toneladas para surtir a las tres subastas diarias que tienen lugar en la lonja de Isla Cristina, referente para el pescado y marisco fresco en España. La actividad es frenética y merece la pena conocerla, algo que es posible gracias a las visitas guiadas a su interior.
Entrar permite comprender la dimensión del sector en la zona. Y para terminar de asimilar la importancia de la pesca, después conviene acudir a la Fundación Garum donde una exposición muestra que aquí todo lo bueno llega por vía marítima y que el territorio ya era punta de lanza de la llamada economía azul mucho antes de que tal término se pusiera de moda.
Las dunas de arena todavía protegen las playas de Isla Cristina
En definitiva, la costa occidental de Huelva es tan desconocida como sabrosa e interesante. Y por supuesto, tratándose de una porción de litoral, tampoco faltan las playas para darse un baño en verano, un paseíto con más fresco o practicar deportes que necesitan de viento y olas. Así ocurre en el larguísimo arenal cercado por dunas de Isla Cristina que se prolonga sin descanso durante una docena de kilómetros. Mientras que, si se buscan playas en Ayamonte, hay que dirigirse a Punta del Moral y a Isla Canela. Este islote mirando al Atlántico debe su nombre a un naufragio legendario protagonizado por un buque cuyas bodegas acumulaban kilos y kilos de esta cotizada especia. ¿Leyenda? Quizás. Pero es otra muestra de que en esta parte de Huelva todo viene del mar.
Donde dormir
Parador de Ayamonte
Los atardeceres en la zona son míticos. Y hay pocos lugares mejores para contemplarlos que el parador de Ayamonte, ubicado en una elevación sobre el caserío ayamontino, el cauce del Guadiana y la orilla portuguesa. De hecho, en este cerro estaría el origen más remoto de la población. Pero este hotel es mucho más que un excelente mirador. Sus más de 50 habitaciones tienen como norma la amplitud y la modernidad, además de estar en perfecta conexión con el exterior ajardinado, donde no falta una piscina y una agradable terraza para tomar algo. Así como tampoco falta un restaurante propio, cuya carta se hace eco de la mejor tradición gastronómica local, ¡no podía ser de otro modo!


