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“Cada mañana nos levantamos con miedo de ver dónde habrá dejado el regalo... No teníamos ni idea de que para él pudiera ser tan estresante usar el arenero”: comportamientos humanos que pueden traumatizar a los gatos

Cuidados

En comportamiento felino, en algunas ocasiones la causa de un problema proviene de una emoción que el gato ha vinculado a un momento concreto y que transforma por completo su percepción del entorno

Cuando un gato experimenta un cambio en su comportamiento, hay que buscar el origen. 

IStock

Durante meses, Simón entraba y salía del arenero con desconfianza, corriendo como si le persiguiera el diablo. Poco después, sus tutores empezaron a encontrar sus heces escondidas por diversos rincones de la casa: detrás de las puertas, tras la lavadora, detrás de la cortina del salón, e incluso dentro del armario si, por despiste, quedaba abierto.

Simón era un gato esterilizado de tres años, de pelo largo, con ojos grandes que parecían dos soles y un carácter dulce que le hacía pedir caricias a todas horas. Sus humanos estaban desesperados y no entendían qué le estaba sucediendo. “Cada mañana nos levantamos con miedo de ver dónde habrá dejado el regalo”, me contaron. Y cada vez que lo veían acercarse a la caja de arena, contenían la respiración, esperando que, por fin, la utilizara.

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Cuando conocí a Simón no parecía enfermo, y de hecho, antes de visitarlos, les pedí que su veterinario descartara cualquier causa física. Era un gato alegre, juguetón y curioso; comía con ganas, perseguía ratones de peluche por el pasillo y se acurrucaba en el sofá al anochecer. Pero, a pesar de parecer un gato completamente normal, tenía un serio problema con el arenero.

A veces, los problemas de comportamiento tienen un origen que fácilmente puede pasar inadvertido, y eso le estaba pasando a Simón y a sus humanos. Tras hablar mucho con la pareja, me explicaron que Simón había tenido episodios de diarrea en el pasado y, al ser un gato de pelo largo, a menudo se ensuciaba al usar el arenero. “No queríamos que manchara toda la casa, así que cada vez que oíamos que hacía caca íbamos corriendo para limpiarlo antes de que saliera”, me explicaron.

A veces, los problemas de comportamiento tienen un origen que fácilmente puede pasar inadvertido

Solían cogerlo en cuanto salía del arenero, antes de que pudiera esconderse y ensuciar toda la casa. Era un gesto de cuidado y amor, pero para Simón se había convertido en un momento de tensión e incomodidad. Así, día tras día, Simón empezó a asociar el arenero con esa experiencia desagradable. Lo que para sus humanos era un acto de limpieza y cuidado, para él era un aviso de que, tras usar el arenero, vendría algo que no le gustaba nada.

Entonces, tomó una decisión sencilla: si el arenero traía problemas, mejor evitarlo. Para la lógica humana esto no tiene sentido, pero para la lógica felina sí. Las aversiones al arenero son bastante comunes y suceden cuando, al utilizarlo, el gato experimenta algo desagradable.

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A veces la causa de un problema se encuentra en la emoción que el gato ha vinculado a un momento concreto. 

Pixabay

Simón empezó a buscar lugares alternativos donde pudiera hacer sus necesidades sin que le siguieran después, se aguantaba las ganas durante el día y lo hacía por la noche, para asegurarse de que no le molestaban. Un rincón detrás de la cortina, el interior de un armario o un pequeño hueco entre el sofá y la pared se convirtieron en sus nuevos “baños”. Para él, eran lugares seguros donde no le acechaba una toalla húmeda ni unas manos descaradas.

A veces, en comportamiento felino, la causa de un problema está en una asociación inesperada, en una emoción que el gato ha vinculado a un momento concreto y que transforma por completo su percepción del entorno. Por ejemplo, si un gato siente dolor al usar el arenero, puede asociar ese dolor al arenero y evitarlo. O si, mientras lo usa, se asusta por un ruido fuerte, puede vincular ese miedo al arenero y dejar de utilizarlo. Eso fue lo que le ocurrió al protagonista de esta historia.

Los gatos no actúan por despecho ni por capricho, sino porque algo en su mundo interno o externo no está en equilibrio

Cuando les expliqué lo que sucedía, pude ver alivio en la cara de sus tutores. “No teníamos ni idea de que para él pudiera ser tan estresante”, me dijeron. Les propuse un plan de trabajo para enriquecer el entorno y disminuir así el estrés, además cambiamos el arenero por uno nuevo, neutro, libre de recuerdos negativos, cambiamos la ubicación del mismo y trabajamos para ofrecer intimidad y premiar tanto los acercamientos como, sobre todo, el uso del nuevo arenero. Poco a poco, el miedo se transformó en seguridad, y la tensión de Simón fue desapareciendo.

En cuestión de semanas, algo cambió. Una mañana, Simón utilizó el arenero y salió de él sin correr, sin bajar la cola, con toda la tranquilidad del mundo. Se sacudió, caminó hacia el salón y se tumbó al sol, dejando atrás la inquietud que había marcado cada uno de esos momentos durante meses. “No sabes la emoción que sentimos al verlo usar el arenero sin miedo, tuvimos que controlarnos para no gritar de alegría y asustarlo”, me contaron después, con una sonrisa.

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Desde entonces, Simón no ha vuelto a defecar fuera del arenero. Ha recuperado la confianza en su casa y, sobre todo, en sus humanos. Su caso nos recuerda que, detrás de cada comportamiento, hay un motivo. Que los gatos no actúan por despecho ni por capricho, sino porque algo en su mundo interno o externo no está en equilibrio. Y que, muchas veces, ese equilibrio se recupera con empatía, paciencia y la capacidad de mirar más allá de lo evidente. A veces, un misterio felino solo necesita ser entendido para encontrar la solución. En ese momento, tanto los gatos como sus humanos pueden volver a vivir en paz.