“Amenazar con eliminar a los gatos es ilegal y, si no se cumple la ley, los vecinos pueden ser corresponsables”: ¿cómo mediar cuando hay conflicto entre fincas privadas y felinos comunitarios?

Sociedad

El artículo 25 de la Ley 7/2023 de protección de los derechos y el bienestar de los animales obliga a los ayuntamientos a aplicar el método CER (Captura, Esterilización y Retorno) para gestionar éticamente las colonias felinas, pero muchas comunidades de vecinos se muestran reticentes a esta convivencia

Medium black cat with some white spots standing in front of the wooden door of a house.

Muchos vecinos amenazan la integridad de las comunidades felinas. 

Getty Images

Aunque los gatos comunitarios están protegidos por la Ley 7/2023 de protección de los derechos y el bienestar de los animales, su presencia en espacios privados o comunitarios continúa siendo un foco de conflicto. A menudo, quienes los alimentan y cuidan —normalmente gestoras acreditadas por el ayuntamiento— se enfrentan a miradas incómodas, comentarios hostiles o incluso amenazas por parte de vecinas y vecinos que los consideran una molestia. Pero más allá del debate emocional, hay un marco legal claro que ampara tanto a los animales como a quienes los cuidan.

El artículo 25 de la citada ley obliga a los ayuntamientos a aplicar el método CER (Captura, Esterilización y Retorno) para gestionar éticamente las colonias felinas. Paralelamente, el Código Penal castiga el maltrato animal con penas de hasta 18 meses de prisión y multas que pueden alcanzar los 50.000 euros. En este contexto, obstaculizar el acceso a las colonias o amenazar con eliminar gatos no solo es injusto, sino ilegal. Y las comunidades vecinales pueden ser corresponsables si no se aplica la ley correctamente.

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Sin embargo, la teoría legal no siempre se traduce en convivencia armónica. En la práctica, los conflictos se originan por cuestiones tan diversas como olores, ruidos, restos de comida o simple desconocimiento. A veces, emergen incluso por fobias o alergias no comunicadas, y en los casos más graves, pueden derivar en agresiones físicas o verbales hacia las personas cuidadoras. En este tipo de situaciones, la clave está en la prevención y en una mediación estructurada, empática y respetuosa.

La mediación, clave en los conflictos vecinales

Desde Mishilovers, proponemos un enfoque basado en la escucha activa y el cuidado compartido. Todo proceso de mediación comienza con una reunión inicial, donde se invita tanto a quienes están a favor como a quienes se muestran contrarios a la presencia felina. En caso de que alguien no pueda asistir, puede aportar su visión a través de un formulario previo. En ese encuentro se analiza el número de gatos presentes, el estado de la colonia, las personas que gestionan la colonia de manera autorizada, las quejas vecinales y la existencia de amenazas o incidentes previos. Una mediadora especializada actúa como figura neutral para facilitar el diálogo.

Durante las sesiones, se recuerda que estos animales no pueden ser desplazados sin justificación legal, y que cualquier acto de maltrato está tipificado como delito penal. No se trata de imponer una única visión, sino de encontrar puntos de acuerdo que permitan mejorar la gestión de la colonia, regular los espacios de alimentación y reducir las molestias. En algunos casos se ha optado por instalar areneros naturales, señalizar claramente las zonas habilitadas o reorganizar puntos de comida más alejados de entradas o zonas comunes.

También se trabaja la seguridad, tanto de los gatos como de las personas que les cuidan y del entorno: se insta a denunciar cualquier intento de envenenamiento o daño, se puede plantear la instalación de cámaras de vigilancia y se establece un canal directo de comunicación vecinal, con mediación municipal y seguimiento a los seis o doce meses.

Un ejemplo real lo encontramos en algunas comunidades que viven bajo constante tensión por la presencia de gatos. Solo con la colaboración entre vecindario, gestoras de colonias y administración local se pueden reorganizar puntos de comida, sensibilizar al vecindario y permitir que el ayuntamiento realice su labor para con en el cuidado de esas colonias, desde la salud y alimentación, hasta la esterilización. No permitir esto provoca graves problemas de convivencia, como por ejemplo el ocasionado por la muerte de animales que no pueden ser recogidos por las autoridades al encontrarse en una finca privada sin acceso autorizado. Lo que parece un conflicto sin salida se puede transformar en una red de cuidado mutuo y vigilancia compartida si lo hacemos con la voluntad de mejorar como personas y comunidad.

La poca colaboración provoca graves problemas de convivencia

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Más allá de la legalidad, hay una realidad humana que no siempre se ve. Las personas que cuidan colonias felinas lo hacen con formación específica en bienestar animal: entienden el comportamiento felino, saben cómo actuar ante enfermedades comunes y aprenden a prevenir el sufrimiento. Se convierten, en la práctica, en enfermeras urbanas que mejoran la vida de los animales y ayudan a quienes conviven con ellos a entender mejor sus necesidades. Cuidar de un gato comunitario no es simplemente darle de comer: es responsabilizarse de su bienestar integral.

La alimentación, además, no es un capricho. Es un deber de convivencia y humanidad. En muchas localidades, los ayuntamientos ya están asumiendo esa responsabilidad mediante la provisión de pienso para los puntos autorizados. Pero esta colaboración institucional no hace más que reforzar algo que la calle ya sabía: que la convivencia humano-animal forma parte del día a día de nuestras ciudades y pueblos. Lo ha sido siempre. Igual que convivimos con palomas, gorriones o erizos, también compartimos espacio con los gatos, cuya presencia ha sido históricamente útil y emocionalmente enriquecedora.

En muchas localidades, los ayuntamientos ya están asumiendo esa responsabilidad mediante la provisión de pienso para los puntos autorizados

¿Qué tipo de sociedad queremos ser con los gatos?

La pregunta de fondo, sin embargo, va más allá de los gatos. Tiene que ver con qué tipo de sociedad queremos ser. En un mundo donde muchas veces solo miramos hacia nuestro propio ombligo, corremos el riesgo de perder el sentido de comunidad. La falta de empatía hacia otras formas de vida no solo revela un empobrecimiento emocional, sino que afecta directamente a cómo nos relacionamos con las demás personas. Como advierten estudios sobre la llamada ecological empathy, nuestra capacidad para convivir de forma respetuosa con el entorno animal está estrechamente vinculada con el compromiso hacia un mundo más justo y sostenible. Dice mucho de nosotras como personas y como sociedad.

Este concepto está relacionado con la teoría de la expansión del círculo moral, que sugiere que el desarrollo ético de una sociedad implica incluir progresivamente en nuestra consideración moral a todos los seres sintientes. No basta con proteger a nuestros familiares y amigos; el verdadero reto es defender a todos, sobretodo a quienes no pueden defenderse por sí mismos, ya sea por ignorancia o por no tener voz, aunque no se ajusten a nuestras expectativas humanas. Como especie, tenemos la oportunidad —y la obligación— de actuar con una empatía que abarque más allá de nuestra comodidad y gratificación inmediata.

Un gato por la calle.

Proteger a los gatos que viven en la calle es un gran reto. 

FUNDACIÓN AFFINITY / Europa Press

Porque cuando exigimos que un animal no moleste, no tenga instintos, no exprese comportamientos naturales, estamos pidiendo algo imposible. Si no respetamos su espacio, creyendo que es nuestro porque hemos pagado por él, estamos confundiendo capitalismo con naturaleza. Y cuando solo valoramos su presencia si encaja en nuestros estándares estéticos o higiénicos, corremos el riesgo de convertirnos en una sociedad sin alma, que busca un bienestar hecho a medida, sin aceptar que hay otras vidas en juego y muchas realidades conviviendo juntas que debemos respetar. Mientras millones de animales desaparecen del planeta por acción directa o negligencia humana, la responsabilidad no es de otros: es nuestra.

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Frente a esta realidad, Mishilovers defiende una gestión integral, con enfoque comunitario y mirada compasiva. Promovemos la corresponsabilidad entre ciudadanía, administración y cuidadores, con protocolos claros, censos regulares, formación continua y apoyo emocional. Las colonias no deben recaer sobre una sola persona, sino ser gestionadas en red, con espacios de encuentro y colaboración activa.

Los gatos no son intrusos: son parte del paisaje emocional y afectivo de los barrios. Diversos estudios han mostrado que su presencia mejora la salud mental, reduce la soledad y fomenta vínculos intergeneracionales, especialmente entre infancia y personas mayores. Una colonia bien gestionada no solo protege a los animales: cuida también de quienes los rodean. Porque al final, convivir con respeto no es solo una cuestión legal: es una cuestión de humanidad.

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