“Las colonias felinas se enfrentan a la compra compulsiva de camadas regaladas sin control”: por qué la Navidad agrava la vulnerabilidad de los gatos comunitarios

Cuidados 

Las colonias felinas se enfrentan a la compra compulsiva de camadas regaladas sin control, al frío, el cierre de espacios naturales como camping, a la mejor presencia de personas gestoras y a la escasez de alimentos

Colonias felinas.

Los gatos acaban siendo víctimas del sistema que decide quién merece vivir y quién puede ser olvidado. 

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Cada diciembre, las calles se iluminan, los hogares se llenan de música y las mesas rebosan de abundancia. En nombre del amor, la familia y el espíritu navideño, nos esforzamos por ser mejores personas. Pero, ¿qué clase de bondad ejercemos si para celebrarla permitimos la muerte, el miedo y el sufrimiento de millones de animales? 

Europa ha avanzado legalmente en protección animal. El Artículo 13 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea establece que los animales son seres sensibles y que sus necesidades deben ser plenamente consideradas en las políticas públicas. Y sin embargo, durante estas fechas, la industria cárnica se intensifica amparada en una supuesta tradición, estética o placer.

Colonias felinas

Mientras los animales de granja y laboratorio sufren de forma industrializada, otros permanecen en los márgenes: los gatos comunitarios. 

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Cada Navidad, más de 3 millones de aves son matadas únicamente para utilizar sus plumas de decoración, disfraces o complementos de lujo, y el 90% provienen de países sin regulación específica donde se despluman vivas para mantener la calidad de la pluma intacta. Se sacrifican más de 45 millones de pavos solo en Europa, muchos criados en condiciones de hacinamiento y sufrimiento extremo. 

La industria cosmética y farmacéutica también incrementa su producción, intensificando las pruebas en laboratorios. Según el informe de la Comisión Europea de 2023, más de 8,4 millones de animales fueron utilizados en experimentación en el último año, muchos de ellos para pruebas de productos no esenciales. Y en los mataderos europeos, millones de cerdos, terneras y aves mueren en procesos que, aunque regulados, siguen generando sufrimiento evitable y opaco a la ciudadanía. 

Estas cifras no son para castigar la ilusión, sino para transformarla. Porque el verdadero amor no excluye. Porque celebrar no debería implicar destruir otras vidas.

¿Y los invisibles de siempre?

Mientras los animales de granja y laboratorio sufren de forma industrializada, otros permanecen en los márgenes: los gatos comunitarios. No forman parte de la narrativa navideña ni de las campañas de adopción, pero su sufrimiento también se agudiza en estas fechas. Las colonias felinas se enfrentan a la compra compulsiva de camadas regaladas sin control, al frío, el cierre de espacios naturales como camping, a la mejor presencia de personas gestoras y a la escasez de alimentos. Sin olvidar que muchos municipios no cuentan con un Plan de Gestión Ética, lo que provoca que muchos de ellos sean víctimas de envenenamientos, atropellos o retiradas ilegales.  

Los gatos acaban siendo víctimas del sistema que decide quién merece vivir y quién puede ser olvidado. Y el verdadero problema no es el consumo, sino la desconexión emocional que los acompaña. Nos han enseñado a vincular la ternura a un día concreto, a regalar para cumplir, a comer sin pensar, a adornar con símbolos que ocultan sufrimiento. Felicidad muy corta que dura lo que dura ese objeto nuevo o esa sensación que desaparecerá, dejando luego un hueco a nuestra existencia que no sabemos llenar con nuestra propia energía. 

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¿Qué pasaría si lleváramos el espíritu navideño a nuestra vida diaria? Si la ternura se ejerciera cada vez que evitamos causar daño. Si el regalo más noble fuera proteger una vida. Si nuestra celebración fuera un acto de coherencia y no de contradicción.

Hay quien sostiene que la compasión no cambia el sistema, pero sin compasión el sistema se perpetúa. Cada gesto cuenta. Desde elegir un menú vegano o vegetariano, donar a entidades que trabajan por el bienestar animal con criterios éticos y transparentes, o reivindicar políticas públicas que protejan la vida animal con fundamentos científicos y compasivos, hasta acciones tan sencillas como evitar comprar productos decorativos con materiales de origen animal o regalos que impliquen sufrimiento.

La vida no se celebra matando

Esta Navidad, miles de personas encenderán luces mientras, en paralelo, millones de animales mueren en la oscuridad de la ignorancia, del “mejor no saber”, de la tradición mal entendida. La verdadera paz comienza cuando dejamos de hacer daño. La verdadera bondad no tiene fecha en el calendario. Y el verdadero espíritu navideño se mide no por lo que compras, sino por lo que proteges.

El sufrimiento animal no es un hecho aislado ni accidental. Es estructural. Atraviesa el modelo de consumo, las tradiciones culturales, el diseño urbano, las políticas públicas y hasta la forma en que concebimos el ocio. Y, con demasiada frecuencia, queda silenciado bajo la indiferencia o el rechazo a mirar de frente. Desde toros agonizando en festejos populares hasta gatos comunitarios que se esconden bajo los coches por miedo al ser humano, el dolor de los animales está presente en calles, campos, laboratorios, montañas y granjas. Y no deja de existir solo porque decidamos no verlo.

El bienestar animal, entendido como respuesta organizada y sistémica, se alza como una vía transformadora. No se trata únicamente de paliar el dolor cuando ocurre, sino de construir condiciones colectivas que lo prevengan. Y hacerlo desde una perspectiva de justicia, sostenibilidad y cuidado, no desde la caridad puntual.

De la compasión individual a la organización estructural

Muchos proyectos de protección animal comienzan con una experiencia directa: una persona que ve a un animal herido, una colonia abandonada, una situación de maltrato. Pero el cambio real ocurre cuando esa compasión se convierte en protocolo, organización y estructura. Es lo que hacen cada día decenas de entidades sin ánimo de lucro, redes de voluntariado y coordinadoras comunitarias que han asumido tareas que, en muchos casos, deberían ser responsabilidad pública: esterilizaciones, seguimiento veterinario, censado legal, mediación vecinal, formación ciudadana...

Cada gato alimentado con regularidad, cada tratamiento recibido, cada refugio construido, es un paso hacia el bienestar. Pero para que sea sostenible, esa acción debe sistematizarse, evaluarse y protegerse legalmente. Uno de los mecanismos más sutiles pero efectivos de violencia es la invisibilización. Ocurre cuando una realidad dolorosa “molesta” y, en lugar de afrontarse, se tapa o se elimina. Es lo que pasa con los gatos comunitarios que conviven escondidos, huyendo del contacto humano. 

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A menudo son perseguidos, desplazados o retirados sin respetar ni a las gestoras responsables ni a los procedimientos legales. Su existencia incomoda a quienes prefieren no adaptarse a la presencia de vida y naturaleza en sus entornos urbanos o rurales. Y los conflictos vecinales rompen sociedades que no quieren entender otro dogma que las decisiones drásticas de matar impunemente, como sucedía en tiempos del medievo.

La invisibilización también ocurre cuando el bienestar animal queda fuera de la agenda política, cuando no se destinan recursos ni equipos específicos, o cuando no se reconocen legalmente a las entidades que sí están trabajando, muchas veces en condiciones precarias.

El bienestar animal no es una opción, es una responsabilidad ética

Apostar por el bienestar animal es elegir una forma de estar en el mundo. No implica sentimentalismo, sino conciencia. No exige heroicidad, sino coherencia. Supone entender que los animales no son “asuntos menores” ni “problemas vecinales”, sino sujetos que también sienten, sufren, necesitan y merecen. Y viven aquí, nacieron junto a la especie humana y forman parte de los parisajes en todo el Mundo.

Por eso las entidades que gestionan colonias felinas de forma legal y organizada no son un “parche”, sino parte esencial de la solución. Representan una antigua cultura basada en la convivencia, la protección de lo vulnerable y la dignidad compartida. Por norma femenina y con una sensibilidad y respeto por la vida, dignas de reconocer. Y por eso es necesario apoyarlas con recursos, reconocimiento y políticas públicas efectivas. No solo porque es lo justo, sino porque es lo necesario.

Colonias felinas

Cada gato alimentado con regularidad, cada tratamiento recibido, cada refugio construido, es un paso hacia el bienestar. 

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El futuro, si quiere ser verdaderamente sostenible, será un futuro también para los que no tienen voz. Y eso empieza, aquí y ahora, reconociendo y actuando frente al sufrimiento que muchas veces se oculta tras la costumbre o el silencio. 

En definitiva, el cambio cultural pasa por mirar el sufrimiento sin cerrar los ojos, pero también sin llenarnos de odio. La clave no está en negar el dolor ni en reaccionar con rabia, sino en transformarlo en compasión activa y lúcida. Ayudar a ver la realidad desde el respeto y el amor, muchas veces con pedagogía de parvulario.

No podemos erradicar todo el sufrimiento del mundo, pero sí podemos reducirlo donde estemos. Cada colonia felina bien gestionada, cada gato esterilizado y cuidado, cada comunidad que aprende a convivir con los animales, es una grieta abierta en un sistema que durante demasiado tiempo ha ignorado a los más vulnerables. Y es que la vida no es propiedad exclusiva de los humanos. El mundo será más justo y habitable solo si lo es para todos los seres que lo habitan.

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