Profesora de Química en la Universidad de Salamanca, Susana Gómez lleva más de una década volcada en el rescate de perros y, sobre todo, de gatos abandonados. Co-fundadora de la asociación Adopta Life – Adopta una vida, coordina colonias felinas, casas de acogida, operaciones veterinarias y adopciones.
Lo hace a costa de su tiempo y, muchas veces, de su propio bolsillo: admite que no siempre llega a fin de mes y que el desgaste emocional es enorme. Aun así, insiste en que no sabe —ni quiere— mirar hacia otro lado.
¿Cuándo empezó su historia con los animales?
El “clic” llegó a través de las redes sociales. Empecé a seguir páginas y casos de perros en perreras, a ver fotos de abandonos, de animales sacrificados… y eso me removió tanto que empecé donando dinero. Y después de un tiempo, decidí que no quería limitarme a hacer transferencias: quería implicarme activamente.
¿Dónde centró primero esa implicación?
Mis primeros años intensos fueron con perros en Jerez de la Frontera. Yo vivía en Salamanca, pero por redes contacté con voluntarias de allí. Al principio les mandaba dinero regularmente para que pudieran sacar perros de la perrera, pagar residencias y veterinarios. Más adelante empecé a organizarlo todo desde aquí: gestionaba viajes, plazas en residencias, citas en clínicas… mientras mi compañera en Jerez hacía la parte de campo: entrar en la perrera, hacer fotos, grabar vídeos, valorar a los animales.
Susana Gómez, profesora de Química en la Universidad de Salamanca, dedicada hace más de una década al rescate de perros y gatos abandonados
¿De qué volumen de rescates estamos hablando en esa etapa?
De muchos. Había meses en los que podíamos llegar a sacar quince o veinte perros. Era una barbaridad para ser solo un pequeño grupo de personas moviéndose casi a pulso, sin grandes recursos. Ese ritmo lo mantuvimos aproximadamente desde 2013 hasta 2016, con altibajos, pero con intensidad.
¿Por qué decide mirar más cerca de casa?
Porque era muy estresante y desgastante gestionar a distancia. Y hubo una coincidencia curiosa: una de las chicas con las que llevaba años colaborando por redes resultó que también vivía en Salamanca, y ninguna de las dos lo sabía. Cuando nos conocimos en persona pensamos: “Si estamos reventadas con Jerez, ¿por qué no intentamos hacer algo aquí, a nivel local, donde podemos ver las cosas de primera mano?”.
Y ahí aparece Ciudad Rodrigo en la historia…
Exacto. Empezamos a centrarnos en la perrera de Ciudad Rodrigo, un pueblo de Salamanca cerca de la frontera con Portugal. Esa perrera recoge los perros abandonados de buena parte de la provincia. Creamos nuestra propia página para difundir los animales, y casi todos los fines de semana íbamos.
Tengo una visión bastante positiva de los jóvenes, al menos en Salamanca. La mayoría de nuestras casas de acogida son estudiantes universitarios
¿Tenían refugio propio?
No, y a día de hoy seguimos sin tenerlo. Para nosotros eso ha sido siempre el punto débil. Lo hemos compensado gracias a una amiga en la zona de Peñaranda, que tiene corrales en varios pueblos. Esos corrales se han convertido en una especie de “refugio disperso”: allí llevamos a los perros cuando salen de la perrera, los curamos, los vacunamos, los desparasitamos, los esterilizamos si procede y, cuando están listos, empezamos a moverlos para adopción.
En los últimos años, se ha centrado más en gatos. ¿Por qué?
Ha sido un cambio bastante natural. Primero porque yo tengo cuatro gatos en casa, todos recogidos de la calle, y segundo porque cuando me fui a vivir al pueblo veía muchas camadas en la calle, gatos abandonados... Perros ves muy pocos, salvo algún galgo. La mirada se te va a donde está el problema, y es algo que le ha pasado a mucha gente que conozco.
Hablemos de la asociación. ¿Qué es exactamente Adopta Life – Adopta una vida?
Adopta Life – Adopta una vida es una asociación de protección animal centrada sobre todo en gatos, aunque también ayudamos a algunos perros. La llevamos entre dos personas: mi compañera Carmen Herrero, que es la presidenta, y yo. Trabajamos principalmente en la provincia de Salamanca.
¿En qué se concreta hoy su actividad desde la asociación?
Por un lado, gestionamos colonias felinas en algunos pueblos de la provincia, controlamos los gatos con el método CER (captura, esterilización y retorno) cuando es posible, y sacamos de la calle a aquellos que son sociables o que creemos que pueden ser adoptados. Para ello buscamos casas de acogida, donde se quedan temporalmente mientras se recuperan y socializan. Además, recorremos muchas clínicas veterinarias y gestionamos facturas de analíticas, esterilizaciones, vacunaciones... Sin olvidarnos del trabajo invisible: correos, mensajes de redes sociales, llamadas de gente, seguimientos...
¿De qué volumen estamos hablando ahora mismo en gatos?
Este último mes hemos sacado de la calle unos quince. No todos van a adopción directamente; algunos se quedan en colonias controladas tras esterilizarlos y otros están meses en acogida hasta que se recuperan o vencen miedos. Pero el flujo es constante.
Si tuviera que resumir en cinco pasos lo que hacen para dar dignidad a un animal callejero, ¿cuáles serían?
Lo primero es capturarlo, y eso no siempre es fácil, sobre todo con gatos asustados o ferales. Lo segundo es llevarlo al veterinario para hacer un reconocimiento, valorar su estado de salud y hacer pruebas si hiciera falta. Lo tercero, si el animal es adulto y está físicamente bien, es la esterilización; es fundamental para cortar el círculo de camadas constantes. Lo cuarto es encontrar una casa de acogida donde pueda estar seguro, recuperarse y, si es sociable, ir habituándose a la vida en un hogar. Y lo quinto es la difusión.
Menciona que son muy estrictas con las adopciones. ¿Qué requisitos exigen?
El primer paso es enviar un cuestionario al posible adoptante para tener información básica sobre el hogar donde vivirá la mascota, su experiencia, el tiempo que pasan en casa, si hay otros animales, etcétera. Si la persona es de Salamanca, visitamos el domicilio para conocer a los adoptantes y el entorno, y si no solemos pedir un vídeo de presentación y otro del espacio. Además, para nosotras es fundamental las protecciones en ventanas, balcones y jardines: nuestros gatos no pueden tener un acceso libre al exterior. Y, por último, pedimos una tasa de adopción que cubra una parte de los gastos, ya que todos los gatos se entregan con chip, pasaporte, desparasitados, vacunados y esterilizados si son adultos, y con compromiso de esterilización si son bebés.
Susana Gómez, profesora de Química en la Universidad de Salamanca, dedicada hace más de una década al rescate de perros y gatos abandonados
¿Eso les genera críticas o problemas?
Sí, a veces nos tachan de ser “tiquismiquis”. Hay protectoras en Salamanca que no exigen protecciones en ventanas, por ejemplo, y eso hace que algunos adoptantes se vayan con ellas porque lo ven más fácil. Nosotros, en ese punto, no cedemos. Es muy fácil que un gato se caiga desde un balcón o una ventana; se pierden, accidentan y mueren muchos. Y no es tan caro ni tan complicado proteger.
¿Cómo ha visto evolucionar la conciencia de la gente sobre estos temas en todos estos años?
Hay una evolución, pero muy desigual. Cada vez hay más gente que entiende las protecciones, la esterilización, adoptar en lugar de comprar, o acoger a un gato con menos posibilidades. Pero al mismo tiempo seguimos viendo un edadismo brutal: muchos adoptantes solo quieren bebés, un gato de ocho meses ya les parece mayor, o no quieren adoptar un gato negro, los grandes olvidados.
¿El abandono ha cambiado?
Se sigue abandonando muchísimo. Constantemente recibimos mensajes de gente que “ya no puede hacerse cargo” o con las mismas excusas: cambios de casa, embarazos, separaciones, problemas de convivencia... También hay muchos casos de familias que no pueden o quieren hacerse cargo de la mascota de un ser querido que ha fallecido. Y luego está la gente que ha vivido en España de manera temporal, suelen ser extranjeros, que adoptan o acogen a un animal y cuando se van a su país deciden no llevárselo.
Constantemente recibimos mensajes de gente que “ya no puede hacerse cargo” o con las mismas excusas: cambios de casa, embarazos, separaciones, problemas de convivencia...
¿Cuál es la excusa más recurrente o la que más le indigna?
Más que una sola, es el patrón. “Me mudo y no puedo llevarme al animal”, “estoy embarazada y no me puedo hacer cargo”, “mi padre ha muerto y no podemos quedarnos con el gato o el perro que tenía”… En el fondo, lo que veo es que mucha gente no quiere complicarse la vida. Ni siquiera con el animal de alguien cercano, como un padre o un abuelo. Eso me entristece mucho.
¿Cómo ve a la gente joven en relación con los animales?
Hay de todo, pero tengo una visión bastante positiva de los jóvenes, al menos en Salamanca. La mayoría de nuestras casas de acogida son estudiantes universitarios. Es verdad que el primer año están algo más desubicados, pero luego se implican muchísimo. Durante el curso nos ayudan una barbaridad, el problema viene en verano cuando se van a sus casas porque muchas acogidas se caen.
En todos estos años habrá visto escenas muy duras. ¿Podría compartir algunos casos que le hayan marcado especialmente?
Por desgracia, hay muchos. Uno muy reciente fue el de una gatita atropellada en Salamanca. Una chica me escribió de noche para decirme que acababan de atropellar a un gato y que lo había visto meterse en unas obras, pero que tenía que irse y no podía hacer más. Le dije que llamara a la policía para que activaran el protocolo de recogida. Ni la policía contestó ni ella siguió insistiendo. Al final, sobre las diez de la noche, me fui con un amigo a las obras, con una linterna, a buscar al animal entre escombros. Tuvimos suerte y la encontramos. Estaba malherida y ahora mismo está ingresada. Lo que más me pesa de estas situaciones es pensar en cuánta gente lo habrá visto antes sin hacer nada.
Otro caso que recuerdo es el de un galgo de caza. El galguero me dijo literalmente que si no me lo llevaba, lo “quitaba”. Cuando llegamos, el perro estaba encerrado en una especie de caja de madera. Llevaba allí meses. Estaba esquelético, prácticamente no se tenía en pie. Esa imagen no se olvida. También están los casos de chantaje emocional en los pueblos: personas que no esterilizan a sus perros, tienen camadas, y te llaman diciendo: “O venís a recogerlos o los matamos”. Juegan con tu sensibilidad.
Historias animales
‘Peludos en la ciudad’
En La Vanguardia queremos recoger tu historia con tu mascota en la ciudad. ¿Te has encontrado con dificultades a la hora de desarrollar tu día a día con tu animal en la urbe? ¿Has tenido que migrar de tu hogar y tu perro o gato te ha ayudado a adaptarte? ¿Eres artista callejero o practicas yoga y junto a tu compañero peludo formáis un tándem irrompible? Nos puedes hacer llegar tu experiencia a [email protected].
¿Cómo gestiona emocionalmente todo eso?
Siendo sincera, es muy difícil. Durante muchos años fui incapaz de decir que no. Me llamaran a la hora que me llamaran, me mandaran el caso que me mandaran, yo iba. Iba a por los gatos, a por los perros, a donde hiciera falta. Eso me dejó exhausta. Aprender a decir “no puedo” ha sido un paso enorme y doloroso, y ha sido a base de muchos lloros y mucha culpa. Ahora, en muchos casos, lo que hago es orientar a la persona: le explico qué tiene que hacer, a quién llamar, cómo actuar, y ayudo con la difusión. Pero no siempre puedo recoger yo al animal. He llegado a decir: “No me mandéis fotos, porque si veo la cara ya no voy a poder olvidarla y entonces acabaré metiéndome otra vez”. Aun así, el desgaste emocional sigue siendo enorme.
Más allá del desgaste emocional, ha mencionado el económico. ¿Hasta qué punto le condiciona su vida personal?
Muchísimo. Me gasto una gran parte de mi sueldo en animales: en pienso para colonias, en medicación, en esterilizaciones, en ingresos, en transporte… La asociación casi nunca tiene dinero suficiente; las donaciones ayudan, pero no cubren ni de lejos todo lo que se gasta. Y sí, siendo profesora universitaria, ha habido meses en los que me ha costado llegar a fin de mes por lo que he invertido en animales. Digo “invertido” queriendo, porque al final es dinero que va a vidas concretas. Es duro.
Con todo ese coste personal, si pudiera volver atrás, ¿volvería a entrar en este mundo?
Es una pregunta que me hago muchas veces. Una parte de mí diría que no, que ojalá no hubiera visto ciertas cosas, pero otra parte de mí, en cambio, volvería a entrar sin dudarlo, porque sé que gracias a este camino muchos animales están vivos, sanos y queridos en sus casas. Si pudiera rebobinar, quizá intentaría poner límites antes, aprender antes a decir “hasta aquí llego”. Pero creo que, en el fondo, habría acabado entrando igual.
Ahora que tiene tanta experiencia y tantos contactos, ¿le resulta más difícil salir que cuando empezó?
Sí, completamente. Ahora tengo herramientas que mucha gente no tiene: sabes a qué veterinario llamar, qué protectora de otra ciudad puede ayudar, qué residencia puede acoger, qué persona podría hacer una acogida exprés… Tienes la sensación de que, si tú no haces algo, nadie lo hará. Y eso te engancha. Yo soy consciente de que me va a costar muchísimo salir del todo de este mundo. No sé si podré. Lo que sí tengo claro es que tengo que bajar la intensidad. Nos vamos haciendo mayores, tenemos familia, tenemos otras responsabilidades. No podemos estar siempre funcionando a golpe de urgencia.
¿Por qué cree que le cuesta tanto mirar hacia otro lado?
Porque sé que mi trabajo es útil. Cuando ves un problema y sabes que tienes la solución o, al menos, una vía para mejorar esa situación, es muy difícil decir: “No voy a hacer nada”. Piensas: “He ayudado a tantos… ¿Por qué a este no?”. Y cuando te quieres dar cuenta, se ha convertido en una bola que no deja de crecer.
Susana Gómez
¿Cómo ve la situación de España en materia de bienestar animal comparada con Europa?
Sinceramente, creo que estamos a la cola. Seguimos siendo un país tercermundista en el tema animal. Hay avances legales y sociales, sí, pero el abandono sigue siendo altísimo, las camadas indeseadas siguen siendo el pan de cada día, y se siguen permitiendo prácticas terribles con galgos y otros animales. Mientras no haya una educación sólida en empatía y responsabilidad, y mientras la esterilización y la identificación no sean la norma, seguiremos apagando fuegos en lugar de evitar que se incendie el monte.
Con todo lo que ha visto, ¿es optimista o pesimista respecto al futuro?
Diría que tengo un optimismo muy moderado. Veo avances, especialmente en la conciencia de parte de la juventud y en algunos sectores de la sociedad. Veo más gente que adopta, que protege ventanas, que esteriliza, que se implica. Y eso me da esperanza. Pero también veo que el trabajo es infinito.
¿Qué le gustaría que pensara alguien que lee esta entrevista?
Que no hace falta dedicarle la vida entera ni arruinarse para marcar una diferencia. Una sola adopción responsable, una casa de acogida temporal, una donación puntual, una llamada a tiempo cuando ves un animal herido, incluso compartir una publicación de adopción… todo suma. Y, sobre todo, me gustaría que entendiera que la decisión de tener un animal es seria y a largo plazo. No es un objeto que se compra y se devuelve. Es un compañero de vida que depende completamente de nosotros. Si esa idea calara de verdad, muchas de las historias que yo he contado aquí no existirían.



