En nuestras ciudades y pueblos, es habitual cruzarnos con ellos. Viven en solares, parques o calles tranquilas, y a menudo despiertan en nosotros un profundo instinto de protección. Vemos un gato en la calle y nuestra primera reacción, nacida de la mejor intención, es pensar que necesita ser “rescatado” y llevado a un hogar. Sin embargo, cuando hablamos de bienestar animal, es crucial diferenciar entre un animal doméstico perdido y un gato comunitario.
Para la doctora Paula Calvo, antrozoóloga, aplicar la misma solución a ambos no solo es ineficaz, sino que puede ser profundamente perjudicial para el gato.
¿Qué es exactamente un gato comunitario?
Antes de nada, debemos entender este concepto. Un gato comunitario no es un gato abandonado (aunque su linaje pueda proceder de uno), sino un animal que vive sin un tutor legal específico y que circula libremente por un territorio que considera su hogar. Estos felinos, que descienden del gato montés africano, han evolucionado en paralelo a los asentamientos humanos durante milenios. No son animales estrictamente “salvajes”, pero tampoco son “domésticos” en el sentido en que lo es un gato que duerme en nuestro sofá.
Forman lo que conocemos como “colonias felinas”. El adjetivo “comunitario” surge precisamente porque, para asegurar su bienestar, son monitoreados y cuidados por miembros, personas, de esa misma comunidad: las gestoras de colonias.
Un gato comunitario no es un gato abandonado, sino un animal que vive sin un tutor legal específico y que circula libremente por un territorio que considera su hogar.
Por tanto, el territorio es su hogar.
Sí. Y precisamente ahí es donde la teología (ciencia del comportamiento animal) es clara. A menudo pensamos en los gatos como seres solitarios, pero la realidad es más compleja. Estudios de referencia sobre el comportamiento felino, como los recogidos en el libro de referencia en etología felina The Domestic Cat: The Biology of its Behaviour (Turner & Bateson), demuestran que los gatos que viven en libertad pueden formar estructuras sociales complejas.
Estas colonias se basan en la disponibilidad de recursos y, a menudo, en lazos de parentesco. Su mundo se define por su territorio. Utilizan un lenguaje sofisticado invisible para nosotros, basado en marcas olfativas y feromonas (que son señales químicas que transmiten mensajes específicos a otros gatos sobre su estado o el territorio), para comunicarse, establecer jerarquías y evitar conflictos. Su territorio no es solo “donde viven”; es su mapa social, su despensa y su zona de seguridad.
¿Por qué llevarlos a un refugio NO es la solución?
Nuestra intención al recoger un gato de la calle es buena: “Quitarlo del peligro”. Sin embargo, para un gato comunitario, esta acción bienintencionada suele tener consecuencias nefastas. En primer lugar, el estrés del confinamiento. Para un animal que no ha sido socializado con humanos desde una edad temprana (durante su “período sensible”, entre las 2 y las 9 semanas de edad), el encierro y el contacto humano cercano no son un alivio, son una captura e incluso una tortura.
La próxima vez que veas a un gato en la calle, recuerda que su bienestar no depende de un sofá, sino del respeto a su naturaleza
¿Se puede traducir en estrés crónico?
Sí, y las nefastas consecuencias de este estrés son tanto físicas como psicológicas: su sistema inmunológico se deprime, haciéndolos vulnerables a infecciones respiratorias y otros virus comunes en refugios. En segundo lugar, estos gatos son funcionalmente “inadoptables” en un entorno doméstico. En el refugio, este gato no buscará caricias; se esconderá, bufará y rechazará el contacto. Será catalogado como “feral” o “arisco”. Esto lo excluye del circuito de adopción estándar y nos lleva al tercer punto: la saturación del sistema.
Los refugios ya están desbordados de animales domésticos abandonados que sí necesitan un hogar. Introducir gatos comunitarios colapsa el sistema y consume recursos vitales. En un sistema saturado, un gato sano, pero “inadoptable” tiene un riesgo extremadamente alto de ser eutanasiado para hacer sitio (aunque supuestamente esté prohibido en nuestro país), o de acabar pasando el resto de sus días encerrado en lo que considera una cadena perpetua en una prisión terrorífica.
¿Por qué un hogar humano tampoco es la respuesta?
“Bueno”, podríamos pensar, “si el refugio es malo, me lo llevo yo a mi casa”. El problema, de nuevo, es el mismo: el confinamiento y la falta de socialización. Un gato comunitario adulto, que ha crecido considerando su territorio como su hogar y a los humanos como posibles amenazas, no puede “reprogramarse” fácilmente. Encerrarlo en un piso es, para él, vivir en una jaula, aunque sea una jaula con sofás.
¿Qué consecuencias puede tener?
A nivel físico pueden desarrollar patologías graves inducidas por el estrés, como la Cistitis Idiopática Felina (FIC), un doloroso problema urinario, o dejar de comer, que, en los gatos, puede llevar a la muerte muy rápidamente. Y a nivel conductual, seguramente vivirá escondido permanentemente (debajo de una cama, dentro de un armario), mostrará agresividad defensiva (bufidos, arañazos) y nunca desarrollará el vínculo afectivo que el humano espera. Por tanto, no estamos salvando al gato; estamos condenando a un animal libre a una vida de miedo perpetuo en un entorno que no puede comprender.
Las excepciones: ¿Cuándo SÍ debemos sacar a un gato de su territorio?
El retorno a la colonia es la norma y la mejor opción para el bienestar de un gato comunitario, pero existen excepciones justificadas. Por ejemplo, los gatitos muy jóvenes, de menos de 6-8 semanas, ya que están dentro de su “período sensible” de socialización. Si se recogen a tiempo, pueden ser socializados con éxito y dados en adopción como cualquier otro gato doméstico. No es ético el retorno en casos de gatos con alguna enfermedad crónica que requiera medicación diaria, como la diabetes, una discapacidad severa o una herida que le permita valerse por sí mismo en el exterior. Y por último, tampoco lo es si la colonia está en un lugar que va a ser demolido de forma inminente, o en un foco comprobado de envenenamientos masivos.
No es ético el retorno en casos de gatos con alguna enfermedad crónica que requiera medicación diaria, como la diabetes, una discapacidad severa o una herida que le permita valerse por sí mismo
¿Qué pasa cuando no puede ser retornado ni es sociable para un hogar?
En estos últimos dos casos, la única alternativa ética son los santuarios. Estos lugares ofrecen a los gatos comunitarios una vida en semi-libertad: grandes recintos seguros, sin los peligros de la calle, pero sin el estrés del confinamiento doméstico ni la interacción forzada con humanos.
La solución real: El Protocolo C.E.R.
Para la inmensa mayoría de los gatos comunitarios, la ciencia y la experiencia nos ofrecen una solución ética y eficaz: el Protocolo C.E.R. (Capturar, Esterilizar y Retornar). Este método, que es el único que funciona a largo plazo, consiste en capturar de forma humanitaria, es decir, atrapar los miembros de una colonia, para luego esterilizarlos y marcarlos (generalmente con un pequeño corte en la oreja) para identificarlos como miembros de una colonia controlada, y una vez recuperados de la cirugía, devolverlos exactamente su mismo territorio.
¿Qué conlleva cada paso?
Al retornarlos, respetamos su estructura social y su vínculo territorial. Al esterilizarlos, controlamos la población de manera ética, reducimos las peleas, las molestias vecinales y mejoramos drásticamente su calidad de vida. Además, evitamos el “efecto vacío”: si simplemente retiramos a los gatos, nuevos individuos no esterilizados ocuparán ese nicho y la colonia volverá a crecer.
La próxima vez que veas a un gato en la calle, recuerda que su bienestar no depende de un sofá, sino del respeto a su naturaleza. La mejor forma de cuidarlos no es rescatándolos de su hogar, sino ayudando a las gestoras de colonias y a los programas C.E.R. a mantener ese hogar saludable y controlado.
Estas colonias se basan en la disponibilidad de recursos y, a menudo, en lazos de parentesco.
Desde Mishilovers, apoyamos firmemente el mensaje de la Dra. Paula Calvo. Nuestra experiencia diaria en el rescate y gestión de colonias felinas nos confirma lo que la ciencia y la observación constante nos muestran: el mejor hogar para un gato comunitario es su propio territorio.
Creemos en una convivencia basada en el respeto, la educación y la acción ética. Por eso impulsamos la capacitación profesional de gestores/as de colonias en la gestión integral de colonias felinas y el trabajo en red con administraciones responsables. No todo gato necesita ser “salvado” con una adopción; muchos solo necesitan ser vistos, entendidos y protegidos en libertad. En Mishilovers, trabajamos para que cada gato tenga lo que realmente necesita: espacio, seguridad y dignidad.



