Al empezar la conversación con Gabriela, las palabras enseguida brotan de su boca con una afilada elocuencia y sin filtros. Esas cualidades, las descubrimos hace apenas dos semanas, cuando David Broncano la entrevistó en su programa, La Revuelta, de Televisión Española, para presentar la película Pídeme lo que quieras. “Estaba muy nerviosa el día de la entrevista”, me confiesa. No se le notó: los días posteriores a esa aparición protagónica en televisión, su desparpajo fue de lo más comentado en redes sociales.
Su chasis de musa prerrafaelita -tez nacarada, larga melena de ondas- ya habían asomado, un par de años atrás, en la serie Los herederos de la tierra, la segunda parte de La catedral del mar. La entrevistada de hoy, que tiene 25 años y es hija de la presentadora de televisión Minerva Piquero, también ha aparecido en otras series, como Los Protegidos o Sequía y en películas como Objetos.
Además de su primer papel protagonista en la adaptación de la novela erótica de Megan Maxwell, participa en Culpa tuya, segunda entrega de la saga romántica basada en los libros de Mercedes Ron, que se estrena estos días navideños. Cuando Grabriela no está trabajando, vive pegada (ahora veremos que literalmente) a Pato, una bulldog de cuatro años con un peculiar carácter.
Romina: Primero de todo, gracias por atenderme, que imagino que no paras con la promo de la película.
Gabriela: Ya estamos terminando la promo y me hacía mucha ilusión una entrevista para hablar de perros.
Romina: Pues vamos a ello: háblame de Pato.
Gabriela: Es el amor de mi vida.
Romina: Le dijiste a Broncano que tenías tres perros. ¿Es así?
Gabriela: Sí, lo que pasa es que los otros dos son de mi abuela, yo vivo con ella. Sus perros son un teckel, que está como una cabra y muy gordito, y un terrier mini, que también es un poco nervioso. Pero realmente la que es mi niña es Pato; ella está siempre conmigo y con mi hermano.
Romina: ¿Cómo llega ella a tu vida?
Gabriela: Yo me he criado toda la vida con perros en casa. Perros y otros animales. Cuando era niña, fuimos a una granja y como me fascinó tanto una ovejita, el granjero nos la dejó unos días. Se llamaba Luna y le teníamos que poner pañales porque sino se hacía caca por todas partes. También tuvimos gallinas durante una época, gatos, hámsters. Hace cuatro años mi hermano se puso pesadísimo con que quería un perrito, pero cuando llegó Pato, yo tampoco estaba muy emocionada. Estaba acostumbrada a los golden retrievers, a los labradores… De entrada, los perros pequeños no me atraían y además éste iba a ser de mi hermano. Hasta pensé: “hostia, qué feo es” (risas). Pero a los dos días yo ya me había enamorado de ella absolutamente.
De entrada, los perros pequeños no me atraían, pero a los dos días me enamoré de ella
Romina: Imposible resistirse a un perro, más si es cachorro.
Gabriela: Ay, sí, con ese carácter y ese aliento que tienen los cachorritos. Ahora abre la boca y es como una fábrica de sardinas (risas), pero de pequeña… Cuatro años después, sigue siendo una bebota, porque los bulldogs franceses son así. He buscado mucha información sobre esa raza, he hablado con mucha gente, y, aparte de que Pato es un poco mimada, resulta que es una raza indomable. Son muy graciosos, inteligentes, cariñosos, pero también muy tercos. No obedecen ni para atrás. No esperes que se comporten como animales: ellos quieren ser tus compañeros de piso. Ella lo decide todo. Por ejemplo, si le saco la correa y ese día no le apetece salir, se esconde. A veces decide dejar de andar y hay que llevarla en brazos porque por mucho que tires, nada. Al final hay que convivir y adaptarse la una a la otra.
Romina: ¿Le pones algún límite? ¿Por ejemplo, para dormir?
Gabriela: Lo intentamos en su día, pero creo que lo he hecho regular porque Pato tiene lo que quiere de mí. Ella decide cuándo duerme conmigo o con mi hermano. Además, como es una princesa, no le basta con dormir en la cama. Tiene que meterse debajo de las sábanas, con la cabeza en la almohada.
Romina: Como una persona.
Gabriela: Hasta me hace la cucharita (risas). Durante la noche se va arrimando cada vez más y al final estamos las dos apretadas en una esquina de la cama. A ver, que en invierno también está bien porque es como un saco térmico. Me la pongo en la espalda y ya no paso frío. Lo único es que ronca como un tractor. Por suerte, debajo del edredón los ronquidos quedan un poco amortiguados (risas). Además me coloco una almohada encima de la cabeza y así puedo dormir.
Romina: ¿Y unos tapones para dormir?
Gabriela: Me da miedo no enterarme de la alarma. El truco está en intentar dormirme antes que ella, antes de que empiece a roncar profundo, y así ya no me entero. Pero me cuesta porque soy muy lectora y me gusta mucho leer en la cama. Entonces, cuando Pato quiere que apague ya la luz, saca la cabeza de entre las sábanas y muerde un poco el libro o pone una pata encima para que no lea más. Me gusta dormir con ella, me he acostumbrado. Éste es el aviso para mis invitados: “mi cama huele a perro, lo siento” (risas).
Romina: El actor Fernando Guallar también me contó que duerme con su perro, un golden retriever, y que el menor de sus problemas es que Django ensucie las sábanas y tener que cambiarlas.
Gabriela: Así es. Yo, es que ya ni la huelo, quizá es el amor que le tengo.
Cuando Pato quiere que apague la luz, muerde un poco mi libro o pone una pata encima para que no lea más
Romina: Después de compartir las noches, ¿cómo es vuestro día a día?
Gabriela: Aún hay algo más durante la noche. Me da mucha ternura cuando me levanto para ir al baño. Ella entiende que debe levantarse también para protegerme. ¿Sabes cuando los perros te miran fijamente a los ojos mientras hacen sus necesidades? Es porque se sienten vulnerables, es el momento en el que pueden ser atacados. Pues ella piensa que tiene que hacer lo mismo conmigo. Y siempre, por muy cansada que esté, se levanta, me acompaña al lavabo y me mira fijo desde la alfombrilla del baño hasta que termino de hacer pis.
Romina: Qué gracia.
Gabriela: Ya durante el día sigue pegada a mí. Creo que quiere protegerme de todo el que se me acerca, perros y personas. Es como si me viera indefensa. Y ya me dirás tú lo que me va a proteger una croqueta de 13 kg (risas). Es curioso porque ese instinto sólo lo tiene conmigo, nunca con mi madre o con mi hermano. Ellos la pueden sacar a pasear normalmente, pero conmigo se transforma en un perro guardián. Por ejemplo, si estamos en una cafetería, le molesta mucho que se acerque gente a vender cosas, se pone a ladrar como loca y me da una vergüenza. Tampoco le gusta que yo acaricie a otros perros, porque puedo resultar herida o asesinada en el intento, según ella (risas).
Creo que Pato quiere protegerme de todo el que se me acerca; es como si me viera indefensa
Romina: ¿A las personas sí que puedes tocarlas o tampoco?
Gabriela: A las personas sí, excepto cuando estoy en plan romántico. Eso no lo lleva nada bien.
Una vez estaba en casa con un chico con el que tenía una relación y empezamos a darnos besos y arrumacos. Pato se puso a ladrar desesperada, como diciendo: “¡Quítate de en medio!”. Según Pato, había dos opciones, o parábamos o la incluíamos en los besos. El pobre chico no sabía dónde meterse.
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Romina: ¿Ha habido alguna otra situación en que Pato haya hecho que se te suban los colores?
Gabriela: Una vez, en una terraza, la dejé sujeta con la correa a una silla y me fui al baño. Cuando salí, se puso tan contenta al verme de lejos, que tiró de la silla, se asustó del ruido de la silla, empezó a correr con la silla enganchada y fue tirando todas las mesas de la terraza y lo que había encima. Otra vez se comió el mando de la tele, no todo, pero faltaban botones y piezas, y de pequeña también le daba por morder las esquinas de las paredes. Pero sólo han sido estos episodios. Es una buena perra, y es muy lista. De bebita, aprendió a abrir los cajones de una mesita de salón que teníamos. Cuando se queda sin agua o quiere comida, agarra el plato y empieza a lanzarlo y a hacer ruido para avisarnos.
Romina: ¿Y con los perros de tu abuela, cómo se lleva?
Gabriela: Pues sucede algo rarísimo. Lola, la teckel, tiene nueve años y el otro tiene siete, y es macho. Pato llegó la última y resulta que la que manda en casa es ella, porque tiene actitud de macho dominante, de alfa. De igual manera, no deja que se le acerquen los machos, ni a olerla ni mucho menos a montarla. Se los intenta comer a todos. Sólo se acerca a las perras (risas).
Una vez estaba con un chico con el que tenía una relación y al empezar a besarnos, Pato empezó a ladrar desesperada, como diciendo: ‘¡Quítate de en medio!’
Romina: ¿También domina a los perros de tu abuela a la hora de comer?
Gabriela: Sucede una cosa muy rara con la comida. Pato no se come lo suyo hasta que los otros dos no han terminado de comer. Los mira, y luego, si quedan rastros, los lame, deja limpios los comederos y entonces ya se come lo suyo.
Romina: Con lo juntas que estáis Pato y tú, ¿no sufre ansiedad por separación cuando te toca trabajar?
Gabriela: No, porque nunca está sola, siempre tiene la compañía de los otros perros, de mi abuela, de mi hermano o de mi madre. Lo que no le gusta es que haya gente en casa y que no estén con ella. Si cierro la puerta de mi habitación y se queda afuera, se lo toma como una ofensa. Y suele pastorearnos, intenta juntarnos a todos en la misma habitación. Su situación ideal es que estemos todos juntos, porque así nos ve a la vez y puede descansar.
Romina: Es todo un personaje, Pato.
Gabriela: Se cree que es un pastor ovejero o un guardián. Luego corre 100 metros y se cansa. No sé cómo hacerle comprender que no lo es (risas). Lo del nombre salió de mi hermano. Lo tenía clarísimo; tendría un perro y lo llamaría “Pato”, fuera macho o hembra. No le pedí explicaciones porque me pareció una gran idea y muy sensato: Pato porque sí, porque es raro, divertido y no lo ves venir. Como a ella. Al resto de mi familia no le entusiasmó tanto la idea (risas).
Romina: ¿De todos los perros con los que has convivido, quizá Pato es la que ocupa un lugar más especial en tu corazón?
Gabriela: Pato ha llegado donde no habían llegado otros antes. Yo siempre he querido mucho a los animales, los adoro, me encanta pasar tiempo con ellos, pero no había sentido nunca este sentimiento de pertenencia. Quizá porque los otros perros eran de la familia, y esta es la primera mía y de mi hermano. Tenemos una conexión única, una comunicación excelente. ¡Es que nos miramos y nos entendemos! Cuando yo estoy triste, ella lo capta inmediatamente. Si me pongo enferma, no se aleja de mí, me protege como buenamente puede, chupándome la cara, si hace falta, para que me sienta mejor.
Romina: ¿Dirías que hay alguna parte no tan positiva de convivir con un perro?
Gabriela: Tener un perro implica el compromiso de darle una buena vida. A veces es difícil, no vas bien de tiempo o de espacio; no vas bien de dinero, y no puedes darle lo mejor. Porque para nosotros, un perro es una parte de nuestra vida, pero para ese perro nosotros somos su vida entera. Y eso es una responsabilidad. Tú quieres dárselo todo, paseos, aventuras, vida social, veterinarios, pomadas, comida húmeda rica… Y a veces la vida se interpone. Hace años adoptamos una golden retriever muy mayor que mi madre vio y se enamoró de ella. Había sido utilizada para criar. Tenía 12 años. Estaba muy malita de displasia, tenía de todo. Vivió sólo un año más, pero ese año estuvo en un lugar seguro y fue querida. Es bonito sentir que le das a un animal la oportunidad de tener una vida. Si vuelvo a tener perros algún día, desde luego, será por adopción. Y ojalá podamos todos en algún momento experimentar lo que es tener un perro y cuidarlo y quererle, darle una oportunidad, porque los perros nos dan tanto, tanto, tanto.
Tuve una racha muy mala hace dos años y no me apetecía hablar con nadie: Pato me curó
Romina: ¿Qué te ha dado a ti Pato?
Gabriela: Tuve una racha muy mala hace dos años. A nivel físico, personal, profesional. Se me juntó todo y no me gustaba hablar con nadie porque la gente te da consejos, que si apúntate al gimnasio, que si llama a tal persona, que si prueba esto. Y a veces no estás listo para empezar a hacer cosas, necesitas sólo tiempo, compañía, comprensión. Y eso me lo dio Pato: simplemente, estaba conmigo, no me dejaba sola y me quería, sin obligarme a nada. Ese amor silencioso me curó. Ya la puedes cagar con ellos, ya puedes no sacarlos a pasear, que no te van a odiar por eso.
Romina: En Pídeme lo que quieras has trabajado con perros y gatos. ¿Cómo ha sido la experiencia de rodar con ellos?
Gabriela: Me encantó trabajar con ellos, eran lindísimos, pero de tan educados, hubo una escena bastante complicada de rodar. Yo tenía que pasear a esos dos perros, que eran muy grandes. En un momento determinado, ellos tenían que tirarse encima de Mario (el coprotagonista de la película) y comérselo a besos, pero no había manera, porque eran muy prudentes. Eso, pese a que a él lo habían rociado con aceite de salmón y puesto salchichas en los bolsillos para que lo quisieran chupar. Me imagino a Pato en esa escena, se hubiera lanzado a la primera de cambio aunque no le llegase a la rodilla a mi compañero (risas).
Romina: ¿Y al final saltaron o no?
Gabriela: Sí, pero él tuvo que hacer un apaño y poner de su parte para tirarse también hacia los perros. Al final lo defendimos así; vaya aventura. Y mi personaje también tiene un gato, Curro. Era muy lindo y se comportó maravillosamente, pese a que a mí me cuesta un poco comunicarme con los gatos, porque estoy acostumbrada al lenguaje de los perros. Tanto los perros como el gatito estuvieron muy bien cuidados, siempre con comida, con sus entrenadores pendientes y trabajaban muy poco rato. Todo el equipo intentábamos que lo pasasen bien y no sufrieran ni se asustaran por nada. Mario y yo nos comíamos a los perros. Uno era un border collie y el otro un San Bernardo, todo pelo y babas; me enamoré de él.

Gabriela y Pato son inseparables
Romina: Pídeme lo que quieras. ¿Contenta con la experiencia?
Gabriela: Sí. Ha sido un reto total, porque yo nunca había sido protagonista absoluta, y aquí estoy en todas las escenas. Ha supuesto un viaje emocional chulísimo y una vez concluido por ahora, porque quizá haya una segunda parte, estoy contenta porque recibo muchos mensajes muy bonitos en redes sociales. Además, se está planificando ya el estreno para Latinoamérica, donde Megan Maxwell tiene tantísimos fans. Y luego la película irá a Max (antes HBO Max). Tiene un recorrido largo y no puedo estar más agradecida de formar parte de ello. Valió la pena salir de mi zona de confort.
Romina: ¿Tienes ya algún proyecto nuevo entre manos?
Gabriela: Me voy a poner un poco mística y decirte que siempre que hablo de algo me acaban diciendo que no.
Romina: No hablemos de ello, entonces.
Gabriela: Tengo la mira echada en dos cositas. Pero voy a cruzar los dedos y callarme muy fuerte, porque soy muy bocachancla (risas).