Había una vez tres conejos que no vivían ni en un bosque ni en una caja de cartón, sino en un salón. Uno blanco como el té de media tarde, que respondía al nombre de Sin, que parecía, con toda su elegancia, un personaje salido de Alicia en el País de las Maravillas. Otro más serio, de nombre Istard, con alma de centinela y bigotes sabios; y una tercera, diminuta y veloz como un parpadeo, Link, que lo olisqueaba todo como si el mundo entero fuera una madriguera secreta que había que descubrir.
No eran conejos cualquiera. Habían salido de La Madriguera —no la de los cuentos, sino una muy real, en Madrid—, un lugar donde no se salvan princesas ni dragones, sino cobayas, chinchillas y otros animales pequeños que el mundo tiende a olvidar. Allí nadie lleva capa, pero hay héroes. Fue en esa madriguera donde estos tres peludos encontraron una segunda vida, primero como acogidos, después como adoptados y por fin como habitantes fijos del reino doméstico de Dolores Conquero.
Ella tampoco es una persona cualquiera. Escritora, periodista, guionista de televisión, Dolores ha trabajado en El País, Marie Claire o Mia, y ha firmado obras como Amores contra el tiempo, Soñé en La Habana o el reciente ensayo El dolor de los otros, donde reflexiona sobre la sobreexposición al sufrimiento ajeno y el laberinto de la empatía moderna. Pero hay otra parte de su vida, quizás menos visible, en la que también ejerce esa mirada: la que dedica a quienes no hablan, no votan y no escriben, pero sienten. Y de eso saben mucho Istard, Sin y Link. Porque, como todo buen conejo de cuento, ellos también tienen algo que decir... aunque lo digan con las orejas.
Más allá de lo obvio, ¿qué es La Madriguera y cómo la descubriste?
Yo empecé en este mundo de los conejitos, que a mí antes no me había llamado la atención, por mi hija. Una amiga suya tenía uno en su casa y al volver me dijo: “Ay, mamá, yo quiero”. Así que, aunque me resistí un tiempo, al final compramos uno. La tuvimos que operar, pero, lamentablemente, se nos murió. Nos dio mucha pena, sobre todo porque era joven. Más adelante, buscando, descubrimos La Madriguera, una protectora que se dedica a los animales pequeños, los grandes olvidados, porque la gente olvida que los conejos, cobayas y hámsteres también son seres vivos que pueden vivir muchos años si se cuidan bien. Ahí nos ofrecieron ser casa de acogida, y aunque queríamos un conejito joven, nos sugirieron adoptar una pareja mayor que ya estaba educada y castrada. Al principio solo era acogida, pero nos encariñamos tanto que los adoptamos legalmente. Luego, con Link, hicimos lo mismo, aunque costó porque estos animales son bastante territoriales.
Quería que fueran oficialmente míos, tener una cartilla que dijera que lo eran; para mí, es una cuestión de ser consecuente con lo que asumes
¿Cuál es la diferencia emocional entre acoger y adoptar?
Te vas a reír, pero es un poco como formalizar una relación. Podría haber seguido siendo casa de acogida eternamente, porque, cuando lo eres, la protectora se encarga de los gastos veterinarios y de buscarte una casa de acogida alternativa en vacaciones. Pero cuando eres dueño, te tienes que hacer cargo de todo: los gastos y la búsqueda de soluciones en verano. Es cuestión de ser responsable; no puedes pedir a una protectora que se ocupe siempre de esto cuando hay tantos animales necesitados y ellas están tan limitadas en recursos. Quería que fueran oficialmente míos, tener una cartilla que dijera que lo eran. Esto se puede interpretar de muchas formas, pero, para mí, es una cuestión de ser consecuente con lo que asumes.
Cuando llega a casa un perro o un gato, más o menos, sabes lo que hay que hacer, pero, ¿qué medidas tomaste en la tuya cuando llegaron?
La gente tiene ideas equivocadas sobre ellos. Cuando son jóvenes pueden roerlo todo y hay que proteger cables y muebles. Pero cuando ya son mayores, pasan casi todo el día tumbados. Están en la cocina, con la puerta siempre abierta, sin jaula; solo la base para dormir, pero el resto del espacio está libre. Ellos saben que ese es su hogar, pero pueden moverse por toda la casa. En la práctica, no salen mucho, solo un poco al salón, y te diría que hasta les gusta ver la tele. Los tres se pasan el rato juntos, sobre todo la parejita, que se quiere muchísimo, mientras que la otra los tolera. Si me voy, pueden estar solos durante un fin de semana y no pasa nada, les dejo comida y me aseguro de que no estén completamente solos. Nunca me han roto nada, porque están educados y ya son mayores, algo que mucha gente no sabe. Si llego a casa, aunque me entretenga en el hall, ellos siempre se asoman para ver si soy yo. No son tan tontos como la gente cree. Son como los gatos: se limpian por sí mismos, solo hay que cambiarles el arenero y darles comida.
¿Cuáles son las claves y lo que hay que tener muy claro si quieres tener una familia compuesta, en parte, por conejos?
Aceptar la responsabilidad que conlleva tener un animal de este tipo. Hay que ser consciente de que es un ser vivo, que puede vivir muchos años, que es muy tranquilo, pero que necesita ser educado. No se puede soltar por la casa, porque si es joven, lo puede destrozar todo y, lo más importante, es no cogerlo y luego abandonarlo, porque los pobres no tienen culpa de nada. La gente que se cansa de ellos los deja en un parque o en el monte, pero son animales que, una vez que han vivido en un hogar, no saben sobrevivir en un entorno natural. En cuanto a las ventajas, son como los gatos: no tienes que sacarlos a pasear, pero sí, hay que limpiar el arenero y tener en cuenta que un animal solo en una jaula es muy infeliz, especialmente si tiene que vivir solo.
¿Hasta qué punto os conocéis?
Ellos me conocen perfectamente. Cuando les canto o los acaricio, responden muy bien; a veces, incluso, cierran los ojos, como si realmente lo disfrutaran. También, cuando los llevo al veterinario, me miran con cara de preocupación, como si pensaran que los estoy abandonando, porque, claro, tienen miedo. Pero sí, me conocen bien.
La gente que se cansa de ellos los deja en un parque, pero son animales que, una vez que han vivido en un hogar, no saben sobrevivir en un entorno natural
¿Cómo son? ¿Qué carácter tienen?
No sé qué les gusta exactamente, pero a mí me encanta el cine, así que por las noches solemos ver muchas películas. No sabría decirte si les interesa tanto como a mí, pero cada uno tiene su carácter. Las hembras suelen ser más gruñonas y les costó más empezar a quererme, Sin es más buenazo.
¿Alguna anécdota al respecto?
En La Madriguera los entregan ya castrados, precisamente para evitar la reproducción descontrolada, que es un problema con los conejos. A pesar de eso, a veces, incluso estando castrados, tienen algo de resto hormonal. De vez en cuando, Sin se pone pesado y empieza a seguir a Istard. Ella no quiere saber nada de él y se escapa, y él la sigue durante un rato, hasta que ella se da la vuelta y lo mira como diciendo: “¡Que te he dicho que no!”. Él se queda como perdido y lo deja hasta la próxima vez.

La escritora convive con tres gatos.
¿Alguna vez se han comido un escrito o documento importante?
No, jamás. Lo que más mordió, y solo fue el primero porque era el más joven, fue algún cable. Siempre he tenido la casa con protector de cables, aunque ya no me hace falta. Pero es bueno tenerlo claro, porque sé de gente a la que les han destrozado la casa por tener animales muy jóvenes que, al ser roedores, tienen esa naturaleza. Por eso, yo recomiendo, sobre todo, coger a conejos más mayores.
Tengo entendido que la exploradora es Link…
Sí, Link es muy lista, muy avispada. A los tres les gusta controlarlo todo y saben perfectamente si estás en casa, si te has levantado, qué estás haciendo... Van y cotillean, pero son tranquilos. Una vez, tuve que despertarme muy temprano, como a las cuatro de la mañana, para ir al aeropuerto. Normalmente, duermen por la noche, y cuando te levantas, se suelen despertar y se activan un poco, pero, claro, eran las cuatro de la mañana y les pilló por sorpresa. Vi perfectamente cómo Sin se despertó y, como estaban en la misma jaula, Link vino después. Ella estaba completamente dormida, y Sin, como si fuera su despertador personal, la empujaba, como diciéndole: “Tienes que despertar, tienes que despertar”. Fue muy gracioso, la verdad. Sé que parece que me lo estoy inventando, pero se veía claramente. Él le daba codazos, como si dijera: “Venga, haz un esfuerzo, toca levantarse”.
A los tres conejos les gusta controlarlo todo y saben perfectamente si estás en casa; van y cotillean, pero son tranquilos
¿Cómo asumes ese compromiso de cuidarlos en tu día a día?
No me resulta complicado, porque también es verdad que me lo puedo permitir. Cuando mi hija vivía conmigo, no había tanto problema, pero ahora, cuando me voy de vacaciones más de 10 o 15 días, los llevo a una guardería donde se ocupan de ellos. Si no, siempre tengo algún amigo que me ayuda, al igual que hago yo cuando lo necesitan. Aquí es importante colaborar y ayudarse, el “hoy por ti, mañana por mí”. Lo tengo claro: esto es un compromiso a largo plazo.
¿Sufres por ellos? ¿Pasas miedo?
No, porque sé cómo cuidarlos y no tengo problemas con ellos. Los llevo a sus revisiones y, aunque ya están viejitos y los quiero, la vinculación no es la misma que con un perro, porque no interactúas tanto. Los quieres, pero no es lo mismo. No sabría cómo explicarlo.
¿Cómo combinas tu trabajo creativo con su compañía en casa?
A mí me gusta tenerlos; es una presencia que me agrada. Igual que uno se levanta para cualquier cosa, como para comer o tomar un café, yo voy a la cocina, los veo, les doy algo, les canto o les hablo. Me ayuda mucho. De hecho, la pandemia no habría sido igual sin ellos. Incluso cuando me rompí una muñeca y me tuvieron que operar, pude cuidarles sin problema, con un solo brazo. No estuve ni un día en el hospital y, aunque estaba en una época difícil, no necesité pedir ayuda. Ellos me ayudaron mucho.
¿De qué forma perciben tu estado de ánimo y te reconfortan Sin, Istard y Link?
Te diría que, por ejemplo, si un día estoy un poco tontorrona y me pongo a ver la tele o a trabajar, me cojo a uno de ellos, nunca a los tres, y me lo pongo encima. Mientras estoy escribiendo, se quedan conmigo. No son animales muy cariñosos por naturaleza, pero cuando ven que estás un poco más bajita, sí que se quedan cerca. Y, por supuesto, cuando estás contento, te lamen mucho. Es su manera de decirte que están a gusto.
Igual que uno se levanta para cualquier cosa, yo voy a la cocina, los veo, les doy algo, les canto o les hablo; me ayuda mucho
¿En qué notas que te conocen, se comunican y reconocen tu comportamiento cotidiano?
Yo sí les hablo. La comunicación, aunque sea de una forma simple, es importante, incluso para uno mismo. En cuanto a los detalles que demuestran que reconocen mi comportamiento, te diré que, en el desayuno, cuando pongo la cafetera, ya saben que es hora de comer. Se ponen justo detrás, quietos, y si empiezo a moverme, se suben, como si fueran perritos. Es lo que más noto. No son animales que interactúen tanto como un perro; de hecho, si buscas ese refuerzo emocional que te puede dar un perro, con los conejos no lo vas a encontrar. Ellos son más observadores, te miran, pero no están todo el rato buscando mimos. Aun así, para mí, cuidarlos es beneficioso.
¿Qué te enseñan?
Me gustan más los animales porque, en su simplicidad y primitivismo, encuentro algo que hemos perdido los humanos. Nos complicamos tanto con cosas que realmente no importan, cuando a menudo todo es mucho más sencillo. Creo que, como seres humanos, deberíamos aprender a ser más sencillos. Tenerlos cerca me da esa paz y, además, me aporta orden. Como escritora, a veces soy un poco anárquica. Puedo pasar toda una noche escribiendo y, si pudiera, me encantaría levantarme más tarde, pero sé que esa tendencia no es saludable. Soy muy nocturna, me encanta escribir, leer, disfrutar de la calma de la noche y los animales me ayudan a mantener una rutina, lo cual me viene muy bien.
¿Cuidar de ellos alimenta tu capacidad de observar lo pequeño y frágil, similar a tu ensayo El dolor de los otros?
Hablar de ese tema me afecta mucho, porque el sufrimiento humano y el dolor siempre nos impactan a todos de alguna manera. También pienso en los animales cuando hay una desgracia, cuando caen bombas o hay inundaciones. Pero sobre todo, te enseñan que a veces la vida, por mucho que nos la compliquemos, es mucho más sencilla. Cuidar, que te cuiden... Hace poco, Almodóvar decía algo parecido en el mediometraje que hizo, donde recuerda lo que son las cosas simples y esenciales de la vida.
El dolor de los otros se lee como una llamada a la acción frente al sufrimiento ajeno. ¿Cómo se conecta este mensaje con tu forma de vida, especialmente al dedicarte a ayudar y cuidar a animales pequeños y frágiles como son tus conejos?
Hace tiempo, Javier Marías escribió un artículo sobre si dar o no a quienes piden en la calle. Es algo que muchos nos planteamos. A mí, por ejemplo, me duele profundamente ver a tanta gente viviendo sola en las calles, algunos de ellos por problemas mentales, otros por las circunstancias que la vida les ha impuesto, y eso me genera una gran desazón. Recuerdo que Marías decía que, aunque a veces se piensa que dar ayuda puede perjudicar más que ayudar, en realidad, si ayudas a una persona en concreto, le estás haciendo un bien y, de alguna forma, estás mejorando el mundo. Desgraciadamente, no puedo detener la guerra ni la violencia, aunque puedo protestar y mostrar mi desacuerdo con lo que ocurre. No puedo evitar que ciertos políticos sigan haciendo lo que hacen ni impedir que pongan bombas. Pero, modestamente, sí puedo ayudar a alguien que esté en mi calle pidiendo, o a unos animalitos que, al fin y al cabo, son seres vivos como yo y merecen vivir. Aunque sean pequeños y no aporten gran cosa, también tienen derecho a estar aquí.
Me gustan más los animales porque, en su simplicidad y primitivismo, encuentro algo que hemos perdido los humanos
En tu obra, planteas preguntas sobre la responsabilidad de los medios al mostrar el dolor. ¿Cuál es tu reflexión personal sobre cómo mostrar el sufrimiento de los animales en un mundo en el que los medios, a menudo, no les dan voz?
Es cierto que no se puede comparar el sufrimiento de un ser humano, especialmente un niño, con el de los animales; por supuesto, eso es brutal. Pero cualquier gesto, por pequeño que sea, es como una gota en el mar. Todo ayuda, todo contribuye a hacer el mundo un poco mejor. En la medida en que podamos, cada acción cuenta. Recuerdo la película La lista de Schindler, cuando al final, Oskar Schindler, al saber que había salvado a 200 o 300 personas, decía: “Podrían haber sido 50 más, 100 más”. Es decir, aunque murieron muchísimas personas, salvar a unos pocos más, aunque sea uno o dos, ya sería mucho. Los animales, modestamente, representan otra causa. Me encantaría poder ayudar a más personas, y especialmente a niños. Hay muchas maneras de contribuir y muchas formas de hacer un mundo mejor.
¿Has pensado en escribir un cuento inspirado en ellos?
No me lo había planteado, pero ahora que tengo una nieta, me has dado una idea.
¿Un secreto vuestro?
Ellos son de los pocos que me ven bailar.