No negaré que cuando salimos de Karma a todos, incluso a mí, nos invadía la inquietante sensación de que algo más allá de lo terrenal nos aguardaba. Madame Celeste, o Pura, se encargaba de ello hablándonos entre susurros y mirándonos con unos ojos muy abiertos. Porque si bien aquella vidente parecía querer ayudar y saber exactamente lo que debía hacerse, al mismo tiempo yo no podía dejar de pensar que, en realidad, solo pretendía embaucar a Antonio y a Max con ese enorme muestrario de gestos teatrales, lo que parecía estar a punto de conseguir atendiendo a la chispa de esperanza que desprendían los ojos del vecino cada vez que ambos cruzaban las miradas.
Todo olía un poco a naftalina en el piso de Antonio. En el salón, de igual tamaño y distribución que el nuestro, un piso más abajo, había una cómoda, un aparador, una mesa grande con un centro con flores artificiales y rodeada por seis sillas, un sofá lleno de cojines de ganchillo, una mesita baja sobre la que descansaban unos prismáticos, cortinas floreadas en las ventanas, la reproducción enmarcada de un paisaje montañoso nevado sobre un viejo televisor, y fotos de la difunta Concha por todas partes. Por lo demás la vivienda estaba limpia y ordenada.
Antes de comenzar a preparar todo lo necesario para el ritual, la vidente se detuvo en medio de la estancia, suspiró, y dijo algo sobre una poderosa presencia que no acabé de entender. Luego colocó varias velas y otros tantos bastoncillos de incienso y dispuso el tapete de fieltro en el centro de la mesa, sobre el que depositó la tabla Ouija y el libro de hechizos.
Antonio se mostraba en todo momento solícito, ayudando, recogiendo, apartando trastos y preguntando hasta resultar empalagoso.
—¿Vas a querer un vasito de agua, Pura?
Max, por su parte, se limitaba a observar cada movimiento de la pareja con una mezcla de recelo y algo de impaciencia.
Con el permiso de Antonio, Max abrió el trasportín y por fin pude caminar un poco y olisquear aquel peculiar entorno. A continuación opté por subirme al lomo del sofá, de espaldas a la ventana, donde me aseguré de clavar bien mis zarpas, y desde donde esperé atentamente a que mis sentidos felinos captaran la más mínima fluctuación de un aire hasta ese momento cargado de incertidumbre.
—Necesito que se sienten alrededor del tapete y coloquen las manos sobre la tabla —indicó Pura, tras encender las velas y el incienso.
Antonio y Max obedecieron, al tiempo que la susodicha madame empezó a recitar extraños salmos en lo que a mí me pareció una lengua inventada.
—Concentrémonos en Luna y en la presencia que sentimos —asintió Pura segura de sí misma—. Espíritu inquieto —dijo alargando las sílabas—, nos presentamos ante ti en busca de respuestas. Si es lo que quieres, ayúdanos a encontrar a Luna y a resolver lo que te perturba.
Nada. Durante varios segundos, no ocurrió nada.
—Espíritu, danos una señal clara —insistió Pura, con la voz cargada de un histriónico dramatismo.
Y en ese instante, sin que ni tan siquiera yo lo viera venir, un escalofrío recorrió la sala y el aire se volvió pesado, como si algo invisible y poderoso hubiera respondido a la puñetera llamada. En ese momento el puntero de la Ouija comenzó a moverse en círculos, guiado por una fuerza que parecía más allá de los presentes. A Max y a Antonio se les notaba realmente inquietos y bastante afectados y yo, por si acaso, me puse alerta afianzando aún más las garras en el sofá, no fuera a ser que tuviera que abalanzarme sobre algo o alguien.
—¿Quién eres? —preguntó Pura, con los ojos fijos en la tabla.
El puntero señaló las letras hasta formar la palabra “CONCHA”.
Antonio y Max tragaron saliva.
—Concha, ¿eres tú? —preguntó Antonio con la voz quebrada.
El puntero se movió de nuevo hasta que señaló la palabra “SÍ”.
—¿Estás aquí por Luna, mi amor? —volvió a preguntar el interesado, con un nudo en la garganta.
Entonces el puntero, con toda la calma del mundo, en lugar de responder directamente a la pregunta que se le acababa de hacer, formó la palabra “CUIDADO”.
—¡Joder! ¿Cuidado con qué? —intervino Max, visiblemente asustado.
Madame Celeste le hizo callar para que no rompiera la comunicación que al parecer acababa de iniciarse.
En ese momento a todos nos pareció oír un leve tintineo de cristales y las velas parpadearon nerviosas, mecidas por una repentina corriente de aire frío que atravesó aquel salón y que hizo, ahora sí, que me erizase por completo.
Mientras tanto, jugando con nuestra salud cardiovascular, esta vez el puntero se detuvo tras formar la palabra “AMOR”.
—¿Cuidado con el amor? —preguntó Max del todo confundido— ¿A qué amor se refiere? No entiendo nada.
Antonio miró a Pura y Pura le respondió dibujando una sonrisa cargada de dulzura.
—A ver si lo he entendido —dijo Antonio con cautela— Concha, ¿quieres que Celeste y yo busquemos a Luna juntos? —preguntó.
Con una velocidad pasmosa el puntero se movió con firmeza hacia el “SÍ”.
—Lo has captado perfectamente, querido —susurró la vidente— Al parecer tu difunta esposa nos ha guiado hasta aquí y nos quiere dejar un mensaje de amor y de perdón —dijo cerrando los ojos y levantando las manos al cielo, como si agradeciera algo.
—Fenomenal —dijo Max— Pero, ¿podrías preguntarle por el paradero de la dichosa perrita?
Pura miró a Max con fastidio antes de volver a hacer como si se concentrara.
—Silencio... oigo un ladrido —susurró Pura.
—¿Luna? —preguntó Antonio, esperanzado.
—Oigo muchos ladridos.
—¿Luna ladrando muchas veces? —preguntó Max.
—Dime, espíritu de Concha, ¿dónde debemos de buscar? —continuó Pura obviando la ironía de Max.
El puntero formó lentamente la palabra “HIERBA”.
—Hierba, césped... En el parque de enfrente. Lo que yo había dicho —exclamó Max con impaciencia.
El puntero de la Ouija continuó moviéndose y unos segundos más tarde formó la palabra “OSCURO”.
—Claro, como que es tarde y ya se ha hecho de noche —volvió a decir Max.
Pero el dichoso puntero continúo unos interminables segundos más hasta escribir la palabra “ADIÓS”, y justo después se detuvo bruscamente, haciendo que la vidente exhalara un suspiro de cansancio.
La corriente de aire frío cesó de golpe y todo el salón se sumió por un momento en un inquietante silencio.
—¿Esto es todo? —preguntó Max sacudiendo la cabeza ante lo que empezaba a creer que había sido una pérdida de tiempo— ¿Y entonces, Luna?
—El espíritu no ha dicho nada más, querido —le respondió Celeste algo incómoda.
—Eso ha querido decir que Lunita no va a aparecer, ¿verdad? —preguntó Antonio algo compungido.
—No, querido, eso solo quiere decir que habrá que seguir buscándola —hizo una pausa— Los dos juntos, como nos ha pedido Concha —respondió la vidente cogiendo a Antonio de las manos.
Antonio tardó unos segundos en reaccionar.
—Gracias por ayudarme, Pura. No sé cómo podré agradecerte todo esto.
—Quizás podríamos comenzar con una taza de mate y una buena conversación —respondió Pura, sonriendo.
Antes de que Antonio pudiera responder, Pura lo besó suavemente en las palmas de las manos.
—Supongo que esto ya no forma parte del ritual —soltó Max con un evidente sarcasmo.
—Pues en cierto modo, sí —respondió Pura, pero sin dejar de mirar a Antonio—. El amor tiene un poder que trasciende lo físico. Concha siente tu amor, Antonio, pero también necesita que sigas adelante. Además Luna simboliza el pasado y tú, como te ha dicho tu esposa, tienes que mirar al futuro y permitirte ser feliz de nuevo.
Antonio y Pura continuaban con sus manos enlazadas, convirtiendo el momento en puro pasteleo.
—Pues nada —dijo Max— Entonces, todos contentos. Venga, vámonos que empieza a ser hora de cenar y tengo hambre.
Mientras Antonio y Pura comenzaban a recoger todos los enseres del ritual, Max fue en busca del trasportín que había dejado junto a la puerta del salón.
—Ahora que ya hay confianza, Madame Celeste, me gustaría preguntarte algo —le dijo a Pura en un aparte.
—Tú dirás, querido.
—De qué parte de Argentina eres. Es que hace dos años estuve allí con mi ex visitando Buenos Aires y el Perito Moreno, en un viaje precioso, pero ahora no acabo de identificar ese deje tuyo. Como que es muy cerrado, ¿verdad?
—Claro. Porque soy de Alcantarilla, Murcia.
—¿Cómo dices? Y entonces, ¿el acento?
—¿A que lo bordo?
Fue entonces, sentada en el lomo del sofá y mirando a través de la ventana, cuando emití el maullido más prolongado que recuerdo haber lanzado nunca.
—Max, por favor, coge a la escandalosa de tu gata y métela de nuevo en el trasportín.
—¡Qué poco agradecido eres, Antonio, joder! —se quejó Max, mientras se acercaba a cogerme.
Pero cuando se disponía a agarrarme en brazos, siguiendo las indicaciones que le hice con la cabeza, dirigió un instante la vista hacia donde yo también estaba mirando.
—¡No me lo puede creer! —exclamó.
—¿Qué pasa, Max?
—¿Que qué pasa? Ven aquí, anda.
Mientras Pura terminaba de guardar sus utensilios, Antonio se asomó a la ventana y frunció el ceño para enfocar la vista en medio de la creciente oscuridad del anochecer.
—¿Qué? ¿Dónde? No veo nada.
—Allí, en la esquina —señaló Max.
Ayudándose de los prismáticos que había sobre la mesita, Antonio miró justo hacia el punto que Max le indicaba con el dedo. Fueron cuatro o cinco segundos. Al apartarse los anteojos pude verle la cara de sorpresa.
(Continuará)