En plena época de celo, muchas gatas callejeras quedan embarazadas. Es una etapa crítica del año que marca la diferencia entre la vida y la muerte para cientos de camadas. La supervivencia de estas gatas y de sus crías no depende del azar, sino de algo tan humano como el compromiso político y social con la gestión ética de las colonias felinas.
Lamentablemente, en muchos municipios, la legislación vigente —la Ley 7/2023 de protección de los derechos y el bienestar animal— se aplica de forma parcial o ineficaz. El método CER (Captura, Esterilización y Retorno) se deja, en demasiadas ocasiones, en manos de empresas de control de plagas que desconocen completamente el comportamiento felino y actúan sin sensibilidad ni criterios éticos.

Mimi y Luna: dos vidas que enfrentan la indiferencia y la crueldad humana
Esta falta de trazabilidad, censos oficiales y supervisión no solo pone en peligro las vidas felinas, sino que también destroza emocionalmente a quienes cuidan a diario de estos animales: personas que los conocen, los alimentan, los quieren. Gestoras de colonias que viven en silencio la carga emocional de ver cómo todo su esfuerzo no basta para protegerlos de la crueldad humana.
Un caso desgarrador: Mimi y su sufrimiento
Esto fue exactamente lo que ocurrió hace pocas semanas en un municipio catalán. Mimi, una gata joven y sociable, vivía entre dos terrenos. En uno, un chico que la cuidaba con cariño; en el otro, una familia que odiaba a los gatos y lo había manifestado abiertamente en varias ocasiones. Aunque una asociación con convenio municipal estaba encargada de la gestión felina, esa zona rural estaba completamente desatendida.
A finales de marzo, Mimi dio a luz a seis gatitos. Apenas unas horas después, fueron brutalmente degollados. La madre, en estado de shock, comenzó a trasladar los cuerpos de sus crías uno a uno hasta la zona donde solía alimentarse. Allí, frente a su cuidadora humana, lanzó un maullido desgarrador. No era un simple lamento: era un grito de dolor consciente, profundo, sentido. Aún hoy, al escribir estas líneas, duele recordar la mirada de Mimi, esa tristeza infinita de un ser sintiente que buscaba el calor de las gestoras que la habían acompañado durante su embarazo.
El caso fue denunciado. La asociación lo trasladó al Ayuntamiento, que a su vez lo derivó a la policía y al SEPRONA. Pero sin pruebas, sin cámaras y sin una colonia oficialmente registrada, la investigación se estancó. Días antes del asesinato, el vecino que amaba a los gatos había pedido al presunto agresor que, si veía a Mimi con sus crías, lo avisara para hacerse cargo de ellas. No lo hizo. Eligió matar.
La indiferencia ante el sufrimiento: el caso de Luna
Otro caso, esta vez en el norte de España, nos recordó una vez más las consecuencias de una gestión sin sensibilidad ni control. Luna, una gata recién parida, fue capturada por una empresa de control de plagas encargada del CER en su municipio. Poco después, una gestora local encontró una camada de gatitos sin madre. Esperó varias horas en una zona segura por si Luna regresaba, pero no apareció. Se llevó a los bebés a casa y contactó con la empresa, que respondió con indiferencia: “Nosotros solo capturamos”.
La voluntaria tuvo que hablar directamente con el veterinario para preguntar si alguna de las gatas capturadas recientemente podía haber dado a luz. La respuesta fue afirmativa: era Luna. Sin embargo, la empresa descartó cualquier responsabilidad alegando que las zonas de captura estaban alejadas, aunque dentro del mismo municipio. Una excusa inaceptable: las gatas recorren grandes distancias en busca de alimento o refugio. Luna fue liberada sin más, sin seguimiento, sin saber que sus bebés estaban vivos… y solos.
Ante la importancia de la socialización de los bebés con la madre para evitar traumas posteriores, especialmente en periodos de lactancia, donde aprenden instintos que solo una madre les puede enseñar, las gestoras —junto a otras compañeras— decidieron consultar con Mishilovers si era viable encontrar una madre adoptiva para los bebés. Les explicamos que había riesgos (transmisión de enfermedades, rechazo, desajuste hormonal…), pero también que, con cuidado, respeto y paciencia, podía intentarse, dada la urgencia de la situación.

Colonias felinas sin censar: la indiferencia que mata
La madre adoptiva ya estaba bajo la tutela de las compañeras y había tenido recientemente dos crías. Se valoró cuidadosamente su carácter y su estado de salud. Finalmente, se introdujeron los bebés huérfanos junto a los suyos.
Las primeras horas fueron de tensión y angustia. La nueva madre no mostraba agresividad, pero tampoco facilitaba la lactancia. Todo pendió de un hilo… hasta que, por suerte, el instinto materno venció. Ahora todos conviven como una familia feliz.
La necesidad de una gestión profesionalizada
Para quienes gestionamos colonias, estos episodios no son anecdóticos: son el reflejo diario de una dejadez estructural que permite que vidas inocentes sean exterminadas sin consecuencias. El dolor va más allá de la tristeza: es impotencia, rabia y una herida profunda que se llama fatiga por compasión.
Por eso es urgente profesionalizar la gestión felina. No basta con aplicar el CER. Es necesario formar adecuadamente a quienes lo ejecutan, registrar las colonias, identificar a las gatas lactantes, establecer protocolos para evitar capturas injustificadas y, sobre todo, disponer de espacios seguros donde puedan parir.
También es vital que las personas cuidadoras sepan cómo actuar ante un entorno hostil. Si un vecino amenaza con hacer daño a los gatos, hay que documentarlo: grabar las amenazas, guardar mensajes, anotar fechas, buscar testigos. Porque sin pruebas, la justicia no actúa. Y sin justicia, los gatos están completamente desprotegidos.
La historia de Mimi o de Luna no debería repetirse. Pero se repite. En cada celo. En cada barrio. En cada colonia invisible a los ojos de la administración.
Si las colonias estuvieran censadas, si existieran gateras municipales donde una gata pudiera parir con tranquilidad, si se respetara la vida como exige la ley, quizás hoy Mimi o Luna estarían criando a sus bebés. En lugar de eso, caminan solas. Con su cuerpo intacto, pero su alma rota.
Cada vida importa. Cada cría cuenta. Y cada maullido de dolor es una llamada que no podemos seguir ignorando.