Fina no se imaginaba que Toby, Dana y Chía supondrían un cambio positivo en la evolución de su bienestar, pero ahora reconoce que cada semana espera con impaciencia la llegada de alguno de estos perros al centro. Ella es una de las usuarias de Janus, en Badalona (Barcelona), que apuesta por la terapia asistida con animales (TAA) entre su cartera de servicios. Así, una vez a la semana, esta mujer de 72 años, diagnosticada con inicio de demencia y depresión, se suma a otros compañeros para realizar dinámicas de grupo conducidas por una terapeuta —y su peludo— con el objetivo de estimularles cognitiva y sensorialmente.
Lo cierto es que este tipo de terapias cada vez son más habituales en pacientes con algún tipo de demencia, así como en otros colectivos poblacionales, como personas con diversidad funcional o problemas mentales, jóvenes en situación de riesgo o mujeres que han sufrido violencias sexuales. En este sentido, el gran qué de las IAA (Intervenciones Asistidas con Animales) frente a otras actividades terapéuticas reside en la importancia del animal como uno más del equipo, apostando por un abordaje integral en los pacientes. Y, aunque tiene beneficios específicos para cada grupo, en general contribuye a mejorar aspectos físicos, emocionales, cognitivos y sociales, según los expertos.
“La presencia de un animal genera un entorno más acogedor, espontáneo y libre de juicio, facilita la participación de la persona y mejora el vínculo con el proceso; además, permite una atención individualizada, flexible y adaptada a cada caso”, explica Aroa Terraza, terapeuta y directora de CENIAC, asociación que desde 2017 ofrece este tipo de programas alrededor de Barcelona, actualmente a una treintena de centros, con una doble finalidad: dar a conocer los beneficios de las IAA y concienciar sobre el bienestar animal y la tenencia responsable. De hecho, en su página web hay una pestaña dedicada exclusivamente al equipo animal —formado por una veintena de animales entre perros, conejos, ratas o cobayas—, cuyos tempos y necesidades se respetan con total compromiso.
Según Terraza, y en el caso concreto de personas adultas mayores con algún tipo de demencia, los animales de terapia ayudan a reducir la sensación de soledad y apatía, y promueven la estimulación cognitiva y motora. De hecho, no es la única que lo confirma: ya son varios los estudios que evidencian que la terapia asistida con perros mejora la calidad de vida de este segmento de la población. “Trabajamos la memoria y la atención, porque aprendemos cosas nuevas sobre los animales, sus nombres o su comportamiento, y nos encanta ver que ellos también aprenden con nosotros”, expone Fina, que actualmente vive sola y acude al centro de día con asiduidad. “Al principio no imaginábamos todo lo que podíamos hacer junto a ellos, pero ahora es de las cosas que más disfrutamos en el centro”.
La presencia de un animal genera un entorno más acogedor, espontáneo y libre de juicio
Janus, que también ofrece musicoterapia o talleres de cocina en su cartera de servicios, lleva unos ocho años apostando por esta actividad, que llegó casi de casualidad cuando Terraza se puso en contacto con Emma García, directora de este centro de día. “Me dijo si quería probarlo, y que ella podía venir sin ningún compromiso para ver qué tal respondían los usuarios y hacernos una idea, fue una cosa muy puntual, pero fue viniendo y vimos que los usuarios recibían muy bien la terapia; ahora ya lo echan de menos y te preguntan qué día viene el perro, es una virguería lo que llegan a hacer”, explica.
Tanto es así que la actividad ya se programa una vez a la semana, aunque en periodos de vacaciones se espacia para celebrarse de forma bimensual, y está pensada sobre todo para personas con enfermedades neurodegenerativas, como Alzheimer, Parkinson o demencia con cuerpos de Lewy. La sesión tiene una hora de duración, en la que suelen hacerse ejercicios de estimulación cognitiva, como juegos de memoria o de formar palabras, incluso bingos musicales, u otros en los que el animal tiene un papel más central, como por ejemplo contribuyendo a que el usuario y animal participen juntos para alcanzar un reto.
Aroa Terraza y Sugus durante una sesión en Aloïs Molins.
Todo depende del grado de deterioro cognitivo de los usuarios, algo fundamental y que se tiene en cuenta a la hora tanto de hacer los grupos como de seleccionar qué tipo de actividad se va a llevar a cabo, para que cada uno vaya a su ritmo de forma natural y pueda trabajar sus límites. “Acompañamos sin imponer, observamos y escuchamos respetando los tiempos, necesidades y capacidades de cada persona”, argumenta la directora de CENIAC. A veces, también, el criterio de organización sigue una estrategia. “Nos hemos dado cuenta de que si pones a un usuario viudo que ha perdido a muchos amigos y no se hace la comida ni sale de casa, con un usuario que empieza a tener demencia, pero todavía se espabila bien, junto con otro que necesita ayuda, entre ellos colaboran y se protegen mucho”, cuenta la directora del centro.
Carmen, por ejemplo, tiene 79 años y como usuaria valora positivamente las sesiones porque siente que tienen un impacto en su bienestar físico y la empujan a recordar. “Nos hacen participar y nos ayudan a movernos más, nos activan físicamente sin darnos cuenta, pero la terapia también me trae recuerdos bonitos de mi vida, me ayuda a sentir cosas buenas que a veces había olvidado”, explica. O Juana, que a sus 83 se da cuenta de que este tipo de intervenciones generan un vínculo que va más allá de lo terapéutico. “Sentimos que nos va muy bien, y lo bonito es que los animales perciben cómo estás; si te encuentras mal, lo notan y se acercan con más calma o cariño”.
Cuando el animal ve que a algún usuario le cuesta más la actividad, se coloca más cerca de esta persona
Este punto lo corrobora García. “Cuando el animal ve que a algún usuario le cuesta más la actividad, se coloca más cerca de esta persona o de usuarios que ve más vulnerables; creo que incluso ellos se dan cuenta de que el animal se queda ahí para echarles un cable y que puedan llevar a cabo la sesión”, razona. Otros, los que tiene un grado más elevado de deterioro, llegan a interactuar con el animal casi de forma repentina. “A veces quieres peinarlos y quedan extrañados, pero al rato van a la mesa, cogen el cepillo y empiezan a cepillar al perro; tú has intentado peinar al usuario porque no es capaz de hacerlo solo, pero tras cepillar al perro se atreve a peinarse a sí mismo”, explica García.
Los beneficios de la TAA también los remarca Pau Solsona, coordinador del centro Aloïs Molins, en Molins de Rei (Barcelona), donde también cuentan con esta actividad. Por ejemplo, recuerda a una usuaria muy nerviosa que casi no podía verbalizar frases, pero que cuando entraba a la sesión podía estar una hora sentada en una silla, o le hablaba a la perra con cariño. “Es muy impactante, sacan una parte muy tierna que nunca habíamos visto, y para los propios usuarios es brutal en términos emocionales, porque les ayuda a paliar síntomas ansiosos y depresivos”, resume.
Una herramienta para combatir el aislamiento y la soledad de los usuarios
Uno de los grandes lastres que arrastra esta franja de edad es la sensación de soledad y aislamiento, algo que se acentúa en casos en los que las funciones cognitivas y las habilidades lingüísticas y sociales se van perdiendo. En Aloïs Molins buscan paliarlo a través de la terapia con animales, con capacidad para 30 usuarios y una periodicidad de tres horas cada dos semanas, una por cada uno de los tres grupos que se organizan en función de las necesidades específicas de los pacientes.
“Esta terapia hace que puedan volver a retomar estas habilidades sociales que tenía mucho más escondidas y evadirse del aislamiento social que sufren en algún momento, porque muchos usuarios son conscientes del punto en el que están y de los déficits que van presentando, y saben que tendrán problemas para expresarse o recordar según qué cosas”, argumenta Solsona. Pero también reconoce que es un servicio aún desconocido para muchos. “Cuando hablamos con las familias y los usuarios y les contamos que hacemos este tipo de terapia, un tanto por ciento muy elevado no sabe que existe, más aún en perfiles de familias con parejas de edad avanzada; no lo tienen para nada normalizado, y dudo que hayan tenido acceso a algo similar en otros lugares”.
Cuando hablamos con las familias y los usuarios y les contamos que hacemos este tipo de terapia, un tanto por ciento muy elevado no sabe que existe
Coco es una de las perras más veteranas de CENIAC.
He aquí, de hecho, una de las grandes trabas que arrastra hoy en día la terapia con animales: la poca oferta del servicio. Y es que, además de tener una popularidad discreta fuera del sector, a menudo se trata de programas que no están implantados en la esfera pública y que se relegan al ámbito de los cuidados privados y de los que pueden pagarlo, sin que exista un gran apoyo de las administraciones. Lo reivindica Aroa Terraza: “Falta reconocimiento institucional y financiación estable, lo que limita la implantación de las IAA en servicios públicos o su accesibilidad para muchos colectivos, y sigue siendo necesario impulsar la formación específica”.
Desde CENIAC, Terraza también defiende que hay otro reto en el horizonte, que es el de mantener unos estándares éticos altos en lo que respecta al bienestar animal, un puntal innegociable. “Nosotras lo tenemos muy claro: los animales no son herramientas, son parte de nuestra familia y parte del equipo, los cuidamos con el mismo compromiso, respeto y cariño con el que acompañamos a las personas con las que trabajamos”.



