Cristina Gómez, voluntaria del refugio de La Segarra: “Uno de nuestros perros encontró el amor tras diez años de espera; el hombre se dedicaba a adoptar a perros invisibles que nadie quería, era un ángel de la guarda”

Testimonios

La protectora que preside Gómez trabaja de manera incansable para que las historias más tristes y desgarradoras que viven los perros acaben de la mejor manera posible, dándole la vuelta a la adversidad y logrando una calidad vital digna

Cristina Gómez, voluntaria desde hace más de 13 años, cuidando perros

Cristina Gómez, voluntaria desde hace más de 13 años, cuidando perros. 

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Su vibración humana es alta, también su convicción. Cristina Gómez tiene 39 años, vive en Cervera y es la Presidenta del refugio de La Segarra. Siempre le gustaron los animales, porque desde niña tuvo gatos y un perro en casa de sus padres. “La verdad es que nunca me hubiera imaginado llegar a estar tan comprometida en una protectora de perros como lo estoy ahora mismo, todo se construye paso a paso. De hecho, empecé mi voluntariado de manera paulatina, con el objetivo de dedicarles cada vez más tiempo a los perros. Necesitaba alguna actividad que me llenara, para sentirme realizada, y lo encontré”.

Tanto es así que comenzó su voluntariado hace ya unos 13 años, dedicando las dos mañanas enteras de sus fines de semana (dos cada mes) a limpiar, alimentar y cuidar a medio centenar de perros en Cervera. “Era un trabajo realmente brutal, muy absorbente, todos ellos eran perros abandonados que cuidábamos en el Refugio La Segarra”.

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Cristina habla de un cierto relevo generacional, indispensable y muy necesario. “Los voluntarios que había hasta entonces tenían ya una cierta edad, y se hacía necesario un relevo generacional. Por lo tanto, entró una nueva junta en la protectora, éramos un grupo de personas más jóvenes, con nuevas ideas, y una de esas personas fui yo”. Y confiesa que, a menudo, los ingentes gastos de todo se reparten entre un convenio con el ayuntamiento de Cervera, algunas donaciones y a veces con dinero propio de los miembros de la junta. 

“Siempre ocurre lo mismo, tenemos muchos más gastos que ingresos, y es que cada día vivimos decenas de historias, algunas muy tristes, otras más esperanzadoras y luminosas, y cada una lleva asociada un presupuesto, una partida de dinero, un nuevo gasto económico”. Y continúa con uno de los ejemplos más desgarradores. “Un día llegó a nuestra protectora Aundrey, una perrita esquelética y desnutrida; venía de la calle, la trajeron unos agentes rurales, estaba gravemente enferma de leishmaniosis. La suerte fue que una familia la adoptó contra todo pronóstico, ya que estaba muy deteriorada, y al cabo de pocos meses falleció”.

Vemos como hay perros que van envejeciendo y nadie apuesta por ellos; y pasan los años, enferman y muchas veces tenemos que tomar la dura decisión de dejarlos descansar

Cristina Gómez
Cristina Gómez hace más de 13 años que es voluntaria.

Cristina Gómez hace más de 13 años que es voluntaria. 

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Y es que, de hecho, una de las cosas que Cristina ve asiduamente es como en la protectora conviven historias trágicas de perros que llevan casi una vida entera allí, pero nadie quiere adoptar. “Muy a nuestro pesar, vemos como van envejeciendo y nadie apuesta por ellos. Por diversos motivos, por su carácter un tanto esquivo y poco sociable, por su raza (especialmente los PPP, Perros Potencialmente Peligrosos), por su volumen (si son muy grandes son menos apreciados)… Y pasan los años, enferman y muchas veces tenemos que tomar la dura decisión de dejarlos descansar”.

De todas las vividas, hay algunas que reposan en su mente de una forma más intensa, como la historia de Pèsol, un cachorro que vivió en el refugio durante más de 6 años. “Nadie se lo llevaba, de toda la camada era el más tímido, siempre iba a su aire y era muy grande de tamaño. Habitualmente la gente, cuando decide adoptar un perro, busca por lo general un animal amable, sociable, cariñoso y de un tamaño manejable. Pues bien, al final enfermó de leishmaniosis y murió”, recuerda.

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Sin embargo, también hay finales felices. “Recuerdo con afecto a una pareja con la que todavía estamos en contacto, eran moteros, tenían ya una cierta edad, y la mujer me decía que en principio no quería un perro muy grande. Pero, de repente, vio un perro enorme, un Rottweiler precioso, inmenso, y me dijo que se había enamorado. Se enamoró de Gin, lo adoptaron, y siguen explicándome que todo va de maravilla y que es un amor”.

O la experiencia que vivió con otro peludo, que le enseñó el lado más amable y empático del ser humano. Cristina se refiere a James, un cachorro podenco muy asustadizo que no se dejaba tocar, pero que encontró el amor tras 10 años de espera. “De repente, llegó un ángel de la guarda, un hombre muy bondadoso, y se lo llevó. El hombre se dedicaba a adoptar a perros invisibles que nadie quería. El pobre James no se dejaba ayudar para nada, y ese ángel de la guarda tuvo una paciencia increíble, porque aguantó estoicamente hasta tres meses tratando de que el perro dejara de ser tan hostil y salvaje. Fue un gran aprendizaje”.

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