David Summers, cantante de Hombres G: “Lo peor que me podía pasar era que se me pusiera en rojo el semáforo delante de un colegio cuando salían las niñas, era puro histerismo, me golpeaban el coche”
VIP sobre ruedas
David Summers admite que es un loco de los coches y conserva el Sunbeam Alpine que su padre se compró en 1964, año en el que nació el artista
El cantante y bajista recuerda como muy memorable la gira que hicieron en 1988 en México: durante los dos meses y medio que duró viajaban en un autobús, en el que siempre estaban de fiesta

David Summers es el cantante y bajista del famoso grupo Hombres G

Si hay un músico español que ha sabido capturar el espíritu de toda una generación y mantenerlo vivo durante décadas, ese es David Summers (Madrid, 1964). Como líder de Hombres G, ha sido la voz de canciones que han trascendido el tiempo, como Devuélveme a mi chica, Venezia, Sufre, mamón o Te quiero. En los años 80, junto a sus inseparables compañeros, irrumpió con una mezcla de frescura, descaro y ternura que los convirtió en un fenómeno único, capaz de llenar estadios en España, México o Perú con la misma naturalidad con la que empezaron tocando en pequeños locales de Madrid.
A los 17 años ya sabía que lo suyo no era solo un hobby y, lo que parecía un juego entre amigos, terminó por convertirse en una de las bandas más importantes del pop español, con más de cuatro décadas de trayectoria, millones de discos vendidos y una base de fans multigeneracional. Aunque han pasado muchos años, David Summers sigue haciendo lo que más le gusta: cantar, escribir y subirse a un escenario con la misma pasión del primer día.
El artista ha vivido una vida llena de desplazamientos, de ciudades que se cruzan con canciones, de noches en carretera y madrugadas de aeropuerto. Hoy vamos a descubrir aspectos más íntimos y reveladores del líder de Hombres G: su experiencia personal con la movilidad, la conducción y los viajes que han marcado tanto su carrera como su vida.
No voy de David Summers por la vida. Soy David Summers cuando estoy en el escenario, pero cuando voy por la calle soy David, y en casa soy papá”

¿Qué significa para vosotros, después de tantos años en la carretera, poder dedicaros a la música y cómo se consigue mantener la humildad a pesar del reconocimiento y el éxito?
Nunca hemos sido personas raras ni con ínfulas. Para mí, este es un oficio maravilloso: poder dedicarme a la música, cantar para la gente y ver cómo disfruta. Soy muy consciente de que tengo el mejor trabajo del mundo, uno que consiste en hacer feliz a los demás. Pero siempre lo he tomado con mucha naturalidad. Lo veo como un oficio más, sin darle mayor importancia de la que tiene. Hay que quitarle la tontería que a veces lo rodea. Al final, se trata de escribir canciones bonitas, con una letra que intenta llegarte al corazón. Para mí, mis canciones son más importantes que yo. No voy de David Summers por la vida. Soy David Summers cuando estoy en el escenario, pero cuando voy por la calle soy David, y en casa soy papá. Antes de salir al escenario, todos nos deseamos un buen bolo, nos damos un abrazo fuerte, un beso y salimos con una sola idea: la vamos a liar hoy, y ya está.

Normalmente, suelo preguntar si se es de coches o de motos, pero, en tu caso, con las giras, serás de autocar o furgoneta.
Las motos no me van nada, nunca he tenido. Cuando era jovencito, en casa no me dejaron tener una porque a mi padre le daban muchísimo miedo. Más que prohibirlo, no nos la recomendaba en absoluto; así que siempre he sido más de coche. De hecho, soy un loco de los coches, me encantan. Tengo un Sunbeam Alpine del 64, de color rojo. Mira, te lo voy a enseñar. Está lleno de polvo ahora mismo porque hemos hecho obras.
David levanta una cortina y veo sus dos joyas sobre ruedas: el Sunbeam Alpine del 64 y un Porsche 911 Carrera, de color negro, del 83.
El día que nací, mi padre lo compró. Siempre me decía: “Este coche lo tienes que cuidar, porque lo compré el día que tú naciste”. Y yo siempre le hice caso. Lo tengo impecable, aunque justo ahora, por circunstancias puntuales, está sucio. Por otro lado, el Porsche se lo compré nuevo a Emilio de Villota, que, en aquel momento, era presidente del Club Porsche España. Aunque yo quería un cabrio, el vendedor me lo desaconsejó porque yo era muy joven y me dijo “tienes 20 años, vas a ir fuerte y vas a dar una vuelta de campana”. Así que me quedé este. Lo tengo conmigo desde entonces y se quedará para siempre.
Yo quería comprarme un coche cabrio, pero el vendedor me lo desaconsejó porque yo era muy joven y me dijo 'tienes 20 años, vas a ir fuerte y vas a dar una vuelta de campana'”

Además de estos fabulosos automóviles, ¿tienes algún otro coche para utilizar en tu día a día?
En casa tenemos tres vehículos más, un Jeep que conduce mi mujer, un Mini eléctrico y un Land Rover Defender (el nuevo), que es una maravilla. Donde esté este todoterreno, que se quite todo lo demás. Como hago tiro deportivo, me va muy bien para meter las armas, la munición y las dianas, e irme al campo a practicar.
Cuando estamos de gira, lo habitual es que vayamos en una furgoneta grande, salvo en América, donde nos llevan en avión privado normalmente, porque las distancias son enormes y tienes que llegar rápido a los sitios. Eso ahora, porque también hemos hecho largos trayectos por carretera, como ir de punta a punta en México. Dos días enteros en un autobús… Eran unos viajes increíbles, que a mí me encantaban.
¿Cuál fue tu primer coche? ¿Un Ford Fiesta blanco?
Fue un Ford Fiesta, pero azul marino. Lo heredé de mi hermano y era el coche que mi padre le compró cuando se sacó el carnet; luego ya lo compartíamos entre nosotros. Cuando empecé a tener algo de dinero, le compré un Golf GTI de segunda mano a un amigo. Era el primero, con la mítica tapicería de cuadros en los asientos y el pomo de la palanca del cambio que imitaba una bola de golf. Era un cochazo. Luego tuve otro igual, pero cabrio, muy bonito, en color corinto y con la capota negra de tela. En aquella época, era como un boxeador sonado; cada año me cambiaba de coche.
¿Qué pasó en aquel coche que nunca olvidarás?
Con el Fiesta tuve algún golpe, porque era un conductor novel. Iba con la L y el coche tampoco tenía mucha estabilidad. Una vez, en la M30, entré en una curva un poco rápido y acabé montado en el guardarraíl. Recuerdo que me saqué el carnet, y en cuanto lo tuve en la mano, dije: “Me voy a la facultad”. Estaba muy lejos de mi casa. Al final, llegué sin saber ni por dónde iba, con un dolor de piernas y de huesos por la tensión. Con ese coche también nos íbamos de fiesta a la sierra y cogíamos unas borracheras... Éramos unos impresentables absolutos.

Cuando miramos atrás y buscamos los primeros recuerdos en un coche, nos vienen viajes de familia, ¿qué recuerdos tienes tú?
Me acuerdo de cuando éramos pequeños y pasábamos los veranos en Andalucía. Mi madre, que tiene 88 años, todavía vive allí, en una finca en Huelva que pertenece a la familia desde hace casi 200 años. En verano íbamos siempre a pasar unos días allí y luego nos acercábamos a la playa de Huelva. Esos viajes, que ahora los hago en tres horas y media, antes nos llevaban ocho. Íbamos mi madre, mi padre, mi hermana, Manolo, la Tata, el canario de la Tata y yo. Todos metidos en un coche, pasando un calor de muerte. Me sentía como los españolitos de verdad, haciendo ese tipo de viajes. Mi madre hacía ese mismo trayecto en el 600 rojo que tenía. Muchas veces íbamos en ese coche los cinco: mi madre, la Tata, mi hermano, mi primo Curro y yo; los tres detrás, con el coche a reventar de cosas.
Con Hombres G, con la música, incluso con las dos películas, Sufre Mamón y Suéltate el pelo, teníais, y tenéis, fans y seguidores por todo el mundo. ¿En qué lugar inesperado te han reconocido? ¿Dentro del coche?
¡Mogollón de veces! Todavía hoy me sigue reconociendo muchísima gente. Mira, a mí lo peor que me podía pasar en los años 80 era que se me pusiera en rojo el semáforo delante de un colegio a las cinco de la tarde, la hora en la que salían las niñas. Imagínate la escena: yo parado con mi Porsche, que era precioso, pronto empezaban a mirar, primero al coche y luego me veían dentro. Entonces se formaba una melé encima del capó. Se me tiraban encima, empezaban a dar golpes, puro histerismo. Y yo ahí, sin saber qué hacer. El histerismo que había en esos años era una locura. La gente tiende a pensar que aquella época fue más importante para nosotros que la de ahora, y es justo al revés. Ahora lo es mucho más, puesto que tocamos en sitios mucho más grandes, con mucha más audiencia en todos los sentidos, con un público más amplio. Sin embargo, el ruido que provocaba la locura de los años 80 no tiene comparación.
David, ¿cómo desatasteis una locura como esa?
Nunca lo he entendido. Por eso, ya en los años 80, hice la canción El ataque de las chicas cocodrilo, en la que decía “Nunca fuimos los guapos del barrio, siempre hemos sido gente normal, ni mucho ni poco, sin comernos el coco”. No entendíamos por qué, de repente, de un día para otro, nos convertimos en unos tíos irresistibles sexualmente. Pero también debo admitir que todavía me cuesta más comprender lo que nos pasa hoy en día. A estas alturas tendríamos que estar un poco en retirada, tocando en sitios pequeños, como hacen muchos compañeros de mi generación que siguen en activo. Y nosotros estamos al máximo nivel.
En la parte de atrás del autobús teníamos montado un saloncito con un equipo de música que sonaba a todo volumen, una bolsa de basura llena de marihuana y una garrafa de cinco litros de tequila artesanal”

¿Qué viaje en coche o con la banda en la furgo no olvidarás?
Seguro que me olvido de muchos momentos, pero te voy a contar el primero que me viene a la cabeza. En el año 88 hicimos una gira descomunal en México: 26 conciertos en unos dos meses y medio. Fue una gira al estilo The Doors, viajando por carretera en un autobús plateado como los de las películas americanas, como en Midnight Cowboy. Atravesamos el país de punta a punta, tocando en sitios enormes, con tramos de niñas gritando como locas. En la parte de atrás del autobús teníamos montado un saloncito con un equipo de música que sonaba a todo volumen, una bolsa de basura llena de marihuana y una garrafa de cinco litros de tequila artesanal que compramos por el camino a una señora. Los “ciegazos” que cogíamos eran legendarios. Nosotros queríamos ir por carretera, no solo por la hierba, que no la podíamos llevar en el avión, sino porque queríamos conocer de verdad el país, entenderlo, vivirlo. Esa es la forma real de viajar, no yendo de turista.
Al tiempo que llenabais, y llenáis, estadios y salas, compusiste En la carretera, una canción que habla del éxito real, más allá de la fama que, en muchas ocasiones, es efímera. El texto no se equivocaba…
Ray Charles decía: “Nunca quise ser famoso, pero siempre quise ser genial”. La fama en sí misma no me interesa, es solo una molestia. Lo importante es ser bueno en lo que haces, creer en ello y transmitirlo con honestidad. Mi padre siempre me decía: “No le des demasiada importancia ni al éxito ni al fracaso, porque ambos son temporales”. El éxito es efímero; lo verdadero es estar años haciendo lo que te gusta. El fracaso no lo contemplo; si un disco no funciona, es solo aprendizaje, no el fin. Yo disfruto el proceso; lo importante es la pasión y ser buena gente. Me cuesta lo mismo tratar con amabilidad que ser un gilipollas, así que prefiero lo primero. Al final, quiero que me recuerden como una buena persona, no como un cretino. Creo que ser buena gente te hace mejor artista, porque el ego no te lleva a nada.

Tu padre: el maestro Manuel Summers…
Hace 32 años que murió mi padre, y no hay un solo día que no lo recuerde. Siempre lo tengo presente, hablando de él con amigos, recordando los consejos que me dio... Mi padre nunca me ayudó económicamente, pero sí me dio algo mucho más valioso: una caña de pescar. Me enseñó a ser dueño de mis sueños, a ser el que llame para hacerlos realidad, a no esperar a que nadie venga a buscarme. Me decía que tenía que ser mi propio jefe, crear mis propios proyectos y liderar lo que hacía. Si no lo hacía, nunca sería feliz. Siempre he sido así, siguiendo sus enseñanzas. Y hoy, cuando me atasco con una canción o no sé qué hacer, miro al cielo y digo: ”¿Qué hago? “Échame una mano”.
Hablando de viajes y de lugares, no podemos dejar de pensar en Venezia, ¿cuál es la historia de esa canción?
Cuando hice esa canción, no había estado nunca en Venecia. La escribí porque tenía una novia italiana, Lidia, y en aquella época, los artistas de su país, como Umberto Tozzi, Claudio Baglioni y Matia Bazar, eran muy populares, sobre todo en verano; con sus canciones se convertían en hits. Pensé: “Tengo que hacer un hit de verano”. Así que decidí hacer una parodia de esos temas. Lidia me ayudó a traducir las partes de la letra al italiano, que son como una mezcla de humor medio punky, con un toque de burla.
Además, Venezia tiene una historia especial: un día mi hijo Dani, cuando tenía 15 años, compuso su primera canción, titulada La estrella. Cuando la vi, aluciné y lo acompañé a la SGAE a registrarla. Cuando terminamos, la china que nos atendió le dijo: “Ya está, mira, ya está registrada La estrella. Esta es tu primera canción, no lo olvides nunca”. Y me preguntó si sabia cuál fue la primera que registré yo. Pero no tenía ni idea. Y ella me lo dijo: fue Venezia. Y añadió que “Es increíble, porque la mayoría de la gente ni recuerda ni toca la primera canción que registró, mientras que tu primer tema registrado, ¡es uno de los más importantes!”.
Y ahora te voy a explicar el secreto de Venezia: es una canción que no tiene una estrofa, un puente y un estribillo; tiene un estribillo, otro estribillo y luego otro estribillo.
David canta cada uno de los estribillos.
A mí me salió de casualidad, pero esto es justo lo que hay que hacer para que una canción sea un gran hit: que todas las partes sean importantísimas, que no haya relleno, que cada trozo sea memorable.
Mi padre me enseñó a ser dueño de mis sueños, a ser el que llame para hacerlos realidad, a no esperar a que nadie venga a buscarme”

Más allá del viaje profesional, ¿dónde iba la familia Summers-Rodríguez de vacaciones?
Íbamos a Huelva, a la playa de Lepe, donde mi madre todavía tiene una casita. Cuando yo era niño, aquello era una maravilla. Para que te hagas una idea, la dirección de nuestra casa es Océano Atlántico número 12, porque solo había doce casas, y la nuestra era la última. Mi padre la construyó allá por 1961, creo, porque en ese momento el Ayuntamiento de Lepe te cedía terreno en la playa si te comprometías a construir, porque querían fomentar el turismo. Aquello era una playa vacía, sin nada ni nadie, y empezaron a levantarse casitas. Durante toda mi infancia, desde los diez u once años, aquello fue mágico: la playa era pequeñita, todos nos conocíamos, el ambiente era increíble. Ahora es un horror, parece Detroit, pero entonces era el paraíso. De hecho, los recuerdos más bonitos de mi infancia están encerrados en esa playa.

En el plano más personal, ¿qué lugar te impactó?
Egipto, me gustaría volver. Fuimos hace unos años y creo que es el país que más me ha impactado. Fue muy bonito, porque una aerolínea que se llamaba Mid Airways, que ahora opera en Argentina, le puso mi nombre a un avión y nos invitaron a ir a Egipto o Jordania. El viaje era precioso, porque volábamos a Luxor y, al llegar, nos montamos en un barquito. No era un crucero, era una barcaza que navegaba por el Nilo. Me acuerdo que se llamaba Amarante. Iba parando en todos los templos hasta llegar al Cairo. Allí, luego nos llevaron al museo y a todo lo que hay que ver en la ciudad. Me pareció un lugar único.
David, compusiste Marta tiene un marcapasos con 17 años e inspirado, en parte, por los chistes que hacía tu padre sobre la Pasionaria. Tú mismo dijiste que te salió así, que era algo surrealista, pero es una canción que forma parte de la historia. A día de hoy, ¿los viajes te sirven para componer? ¿La inspiración surge de la misma forma?
Claro, los viajes son esenciales. Siempre he pensado que el talento se alimenta de datos. Las experiencias, las personas que conoces, las ciudades, las emociones que vives en cada sitio, todo eso te ayuda a escribir y a contar historias. Cuando escribes una letra, tienes que mirar dentro de ti y contar lo que sientes, pero también lo que está alrededor, lo que absorbes del mundo. Cuanto más viajas, más conoces, más ves, más aprendes... Todo eso se queda dentro y, al final, eso es lo que te inspira a escribir mejores canciones, mejores poesías.
Cuanto más viajas, más conoces, más ves, más aprendes... Todo eso se queda dentro y, al final, eso es lo que te inspira a escribir mejores canciones, mejores poesías”

Vamos a hablar de viajes, pero en el tiempo, si tuvieras la oportunidad, hoy, de hablar con aquel chaval que comenzaba a subirse a un escenario con un grupo al que llamaron Hombres G, ¿qué le dirías?
Le diría: No sabes la que te espera: prepara maletas y no frenes en el semáforo.
Se ríe…
David, si pudieras elegir a una persona, fuera quien fuera, de toda la historia, y esté o no entre nosotros, ¿a quién elegirías y dónde iríais?
Para debatir, o para conocerle mejor, escogería a Frank Sinatra, aunque en realidad lo conocí. Le di la mano, era de los que daba un apretón firme. Además, tengo su autógrafo, que es uno de mis tesoros. Pero me hubiera gustado poder charlar con él.
¿Tu plan para hoy?
Mi plan para hoy es descansar un poco. He estado todo el día liado, pero ahora, a las ocho, ya es hora de ponerse el pantalón cómodo para estar en casa y pensar que ha sido un gran día.
Cerrar esta charla es como bajar lentamente el volumen a una canción que no quieres que termine. David Summers no solo ha sido la voz de varias generaciones, sino también el testigo silencioso de una vida vivida entre escenarios, carreteras y paisajes que cambian tras cada ventanilla. Hoy no hablamos con una estrella, sino con un hombre que ha aprendido a medir el tiempo en ciudades, silencios y trayectos compartidos.
Escucharle es recorrer un mapa emocional lleno de memoria y música, donde cada parada tiene una historia que no se ve en los videoclips ni en las portadas. Y ahí está su grandeza: en seguir observando el mundo con los ojos del que empieza, con la honestidad del que no necesita impostar nada. Hay artistas que recorren el mundo. David, en cambio, lo conecta. Y eso lo convierte en algo mucho más raro: un clásico vivo que sigue en movimiento sin dejar de crecer.