Silvia Marsó, actriz: “Mi hijo dice que tengo un radar psicológico para detectar la velocidad exacta, porque justo antes de que aparezca una señal, ya voy al límite que marca”
VIP sobre ruedas
La actriz recuerda su primer viaje profesional a los 17 años en una gira de teatro por España: “Te ibas de tu casa en septiembre y volvías en diciembre”
La también cantante admite que “Disfrutar de un puente largo en casa se ha convertido en algo casi utópico”.

Silvia Marsó es una actriz que comenzó siendo azafata del concurso 'Un, dos, tres'

Silvia Marsó es una mujer que lleva consigo una historia de viajes que no solo está marcada por kilómetros recorridos, sino por las huellas que dejan en el corazón de todos los que la llevamos siguiendo desde el principio, incluso desde que éramos pequeños. Desde su inolvidable aparición como azafata en el Un, dos, tres hasta su reciente papel en La Encrucijada, pasando por su participación en El secreto de Puente Viejo o Gran Reserva: el origen, Silvia ha recorrido más que territorios físicos: ha cruzado puentes entre emociones, culturas y lenguajes. Su vida, tanto en lo personal como en lo profesional, parece estar impregnada de un movimiento constante, no solo por las decisiones que toma, sino por la forma en que vive cada experiencia como un viaje hacia el autodescubrimiento.
Hoy nos invita a acompañarla en un viaje diferente, uno que no se mide en distancias, sino en experiencias, en lugares y en momentos clave de su vida. Partiendo de su amor por el blues, que la ha llevado a explorar nuevos horizontes musicales, pasando por sus experiencias delante de la cámara y llegando a la función en la que lleva inmersa varios meses, Entre Claveles, vamos a descubrir a esta maravillosa actriz de una forma distinta, menos profesional y mucho más personal.
Silvia, tienes una carrera que ha exigido mucha movilidad, desde los estudios hasta los rodajes, los conciertos, los teatros... ¿Te consideras una persona que disfruta del movimiento o prefieres la estabilidad?
Viajo constantemente por toda España con las giras teatrales y por trabajo, por lo que para mí un verdadero sueño es pasar las vacaciones de Semana Santa en casa. Disfrutar de un puente largo en mi hogar se ha convertido en algo casi utópico.
¿Cuál es el medio de transporte que más te gusta utilizar para viajar?
Si puedo elegir, el tren. Lo que menos me gusta es el avión, pero no tengo más remedio que coger algunos.
¿Qué tal conduces?
Conduzco bastante bien, modestia aparte. Mi hijo siempre dice que tengo un radar psicológico para detectar la velocidad exacta, porque justo antes de que aparezca una señal, ya voy al límite que marca. Siempre se ríe diciendo que doy en el clavo sin haber visto aún la indicación. Es una tontería, pero me hace gracia, porque con esa precisión podría haber trabajado como reguladora de velocidad para el Ministerio de Transportes, o como se llame el organismo que se encarga de eso.

¿Qué te saca de quicio?
Lo que más me inquieta es la velocidad excesiva de muchos conductores que ignoran por completo las señales. Van tan rápido que da la sensación de que las normas no van con ellos, y eso pone en riesgo a todos los que compartimos la carretera.
Para ti, ¿qué es más importante: el trayecto o el destino?
Si viajo haciendo paradas, por supuesto, disfruto del trayecto, pero cuando vas fuera de España y tienes que coger un avión, lo que más deseo es llegar. Son circunstancias distintas. En las giras teatrales, a veces, el trayecto es muy divertido y entrañable, porque vas con tus compañeros contando anécdotas y experiencias.
¿Te ha pasado alguna vez que el coche te ha llevado a un lugar que no esperabas?
Sí, cuando viajas sin la presión de llegar a un sitio concreto, a una hora exacta, el trayecto se vuelve mucho más libre. Y si, por ejemplo, hay niebla y tienes que tomar otra carretera, y de repente descubres un bosque, haces una parada para explorarlo.
¿Qué viajes en coche recuerdas con cariño cuando eras aquella niña que se matriculó en la escuela de pantomima del Institut del Teatre de Barcelona?
Recuerdo la primera gira de teatro, a los 17 años, con Vicky Luzón; la hicimos en furgoneta. Íbamos todos los actores de ciudad en ciudad haciendo funciones. Te hablo de los años 80. En aquella época, las giras consistían en actuar varios meses cada día en una ciudad distinta. Me iba de casa en septiembre y volvía en diciembre.
Cuando viajas sin la presión de llegar a un sitio concreto, a una hora exacta, el trayecto se vuelve mucho más libre”

¿Recuerdas en qué fuiste la primera vez al estudio del Un, Dos, Tres?
Sí, recuerdo que cogí mi primer avión y, además, fui sola. Tenía 18 años. Me acompañó al aeropuerto mi hermano, que me llevaba la maleta y me hizo una foto, que aún conservo, antes de embarcar. Cogí el avión y me fueron a buscar del programa. Iba con mi book rosa profesional, con todas mis fotos y trabajos que había hecho, para buscar otras oportunidades laborales de Madrid.
¿Con compañeras o compañeros de profesión has vivido momentos inolvidables?
Solo he viajado con compañeros de trabajo en las giras teatrales. Mi primera serie, Segunda enseñanza, fue un rodaje en Oviedo, al que fui en tren y recuerdo que, a la vuelta, iba con Ana Marzoa, que era una de las protagonistas. Era por la noche, salí del compartimento, me puse a mirar por la ventana y me saltaron unas lágrimas. Entonces, Ana Marzoa me preguntó: “¿Qué te pasa?” y le respondí: “Es que se me ha hecho corto el rodaje; me hubiera gustado quedarme más tiempo con mis compañeros”. Ella me dijo: “Te tienes que acostumbrar”. Claro, yo era muy joven, tendría unos 20 años y era lo primero que hacía en televisión como actriz en una serie. Me explicó: “En esta profesión los trabajos son muy intensos emocionalmente con los compañeros, pero luego se acaban y no los ves más hasta que vuelves a trabajar con ellos. Es difícil mantener las amistades. A veces, sí puedes hacerlo, pero dejas de verlos. Esa unión tan increíble, emocional, lúdica y creativa desaparece cuando el trabajo termina y te quedas colgado”. Fue la primera vez que fui consciente de esto.

Ante un viaje largo, ¿qué es lo que peor llevas?
Ahora no hay demasiadas cosas, pero recuerdo cuando se podía fumar en el coche o en el avión. Lo pasaba muy mal porque tengo alergia al tabaco desde pequeña. Me afecta tanto física como emocionalmente; me produce mucha angustia. En los viajes con las compañías de teatro, la gente fumaba y yo lo pasaba fatal, pero tenías que aguantar porque todos lo hacían. Se formaba una especie de niebla dentro del coche, que además olía fatal.
Tengo entendido que de uno de tus viajes guardas una anécdota increíble…
Sí, estábamos rodando una película en la Alpujarra colombiana y teníamos que ir desde el pueblo en el que estaba hasta el aeropuerto de Neiva para coger un vuelo a Bogotá. Hasta entonces todo el mundo iba en avión debido a que las carreteras eran intransitables y muy inseguras por el riesgo de secuestro. Era la primera vez en mucho tiempo que se podía circular por ellas, por lo que hice el trayecto en coche con un conductor local que me vino a buscar al hotel. Fue surrealista: el coche en el que viajábamos no tenía parabrisas, por lo que todo el trayecto lo hicimos con el viento y el polvo entrando a raudales, como si fuera un descapotable. A medio camino, nos encontramos con una piedra gigante en la carretera y tuvimos que rodearla por el lado derecho en el que había un acantilado sin quitamiedos, lo que hizo que el viaje fuera aún más peligroso. Fue una experiencia muy rara, pero sobre todo, muy aterradora para mí. Desde luego, nunca olvidaré ese viaje.
Te has pasado la mayor parte de tu vida viajando de escenario en escenario, ¿prefieres las giras de funciones de teatro como la de Entre claveles o las de cantante como la de Blues & Roots?
Las giras en furgoneta con músicos son más divertidas, porque siempre tienen esa facilidad para estar creando y de repente te encuentras con ellos tocando la guitarra en cualquier lugar. Con esto no quiero decir que con mi compañero Abel Folk y su mujer, Gloria Casanovas, que es la productora, no me lo pasara bien, porque la verdad es que me lo pasé muy bien.
¿Dónde se escapa Silvia Marsó siempre que puede?
A cualquier lugar donde haya naturaleza. No tengo un sitio concreto; me atrae la naturaleza en general, que es como la madre tierra.

Sé que hace poco estuviste en Chile…
Sí, uno de los momentos más increíbles de mi viaje fue el trekking W en las Torres del Paine, en Chile. Es un trekking dificilísimo, pero lo hice en las cinco etapas reglamentarias. Para mí, fue un reto enorme poder hacerlo a mi edad, pero, sobre todo, me regaló ese contacto con la naturaleza durante cinco días y noches en mitad de un parque natural donde no entra ni una moto, ni una bicicleta, ni nada que no sean caballos o personas. No hay senderos, es montaña pura. También fui a Bolivia y visité el Salar de Uyuni, que me pareció algo apoteósico. Ver esos 12.000 kilómetros de sal eterna fue impresionante. Tiene 120 metros de capas de sal y minerales que llevan allí 11.000 años. Quiero recomendar, especialmente a quienes les guste viajar, que vayan en la época seca, que es justo en diciembre, porque, si vas en la temporada de lluvias, aunque las fotos son preciosas porque el salar se convierte en un enorme espejo, no puedes tumbarte a sentir la tierra primitiva que hay ahí debajo, con sus capas de sal y minerales. Eso emana unos flujos indescriptibles que no puedo poner en palabras, pero que jamás olvidaré.
Hablábamos de Chile, pero también estuviste de viaje en Japón, algo que, por extraño que parezca, tiene que ver con el camino de Santiago.
El camino Kumano Kodo está hermanado con el Camino de Santiago desde 2008. Yo hice la última etapa y con eso obtuve el sello de Peregrina Dual, que es el mismo que se pone en ambos caminos. Este camino es tan milenario, religioso y místico como el de Santiago, lleno de templos, lugares sagrados y bosques antiguos. Cada pocos kilómetros te sellan una credencial, y quienes lo completan pueden ir al Camino de Santiago y ser considerados peregrinos duales. La emoción que se siente allí es tan profunda como la del Camino de Santiago. El Nakashendo, otra de las rutas por las que pasé, atraviesa el centro de Japón. Era una antigua ruta comercial, pero se dejó de usar hasta que la gente se dio cuenta de su valor histórico. Ahora se preserva para que los turistas lo puedan recorrer. El trazado te lleva por pequeños pueblos y aldeas, y en uno de ellos me ofrecieron té hecho a la leña, todo en un ambiente muy auténtico, como si estuvieras reviviendo cómo era la vida en el siglo XIV.
Visité el Salar de Uyuni, que me pareció algo apoteósico; puedes tumbarte y sentir la tierra primitiva que hay ahí debajo”

Cuando viajas, ¿qué es lo que más te atrae de un lugar: su gente, su historia, o quizás esa sensación de estar en un lugar ajeno pero reconociéndote en él?
Lo que más me atrae de los lugares que visito es la historia, la cultura y la artesanía, todo lo que tiene que ver con cómo muestran su identidad a través del arte. Antes de viajar a un país, me informo, veo películas, me meto en los teatros. No viajo solo para pasar un buen rato; mi objetivo es conocer la cultura, así que mis viajes son principalmente culturales y de naturaleza. Por ejemplo, cuando estuve en Cuba, no fui a Varadero, y cuando fui a México, no fui a la Riviera Maya. Todo lo relacionado con el turismo masivo y la oferta de diversión no es para mí, me rechina. Prefiero estar en una aldea, conociendo a la gente real del lugar, que en un resort.
¿Alguna vez has conocido a alguien durante un viaje que no olvidarás?
En 1992, fui a Estambul para ver el Palacio de Topkapi, porque era el escenario de La gran sultana, una obra de Cervantes que yo tenía que interpretar. Quería ver con mis propios ojos el lugar donde esta mujer creció y llegó a ser la sultana del serrallo del gran turco. Allí, una de las experiencias que más me marcó fue conocer a un anciano fabricante de perfumes. Llevaba una caja llena de pequeñas botellas de aluminio, cada una con un dibujo hecho a mano y un perfume distinto. Como parte de mi proceso creativo, siempre busco un perfume para cada personaje que interpreto, porque la memoria olfativa es la más poderosa y me ayuda a conectar con distintas emociones. Aún no había empezado a estudiar La gran sultana, pero elegí un perfume de ese señor que me acompañó durante todo el proceso, en la gira y en todos los viajes que hicimos. Estuvimos en México, Inglaterra, la Expo de Sevilla, y el montaje duró dos años.
En el Kumano Kodo, el primer camino que te mencioné en Japón, conocí a un señor muy mayor de una aldea que, con su Instagram, se dedica a preguntar a los turistas qué les ha parecido el camino sagrado. Graba sus respuestas en todos los idiomas, y tiene muchos seguidores. Mi hijo y yo también aparecemos en su Instagram, compartiendo nuestra opinión sobre el camino. Es curioso porque este hombre, ya jubilado, está triunfando en las redes. Gente como él son esos encuentros en los viajes que no olvidas nunca.

¿A qué lugar o momento de tu vida llegó una Silvia y salió otra, totalmente transformada?
Fue en Cuba, en 1995. Entonces allí había una situación muy difícil porque no tenían recursos. En ese viaje, se me rompieron los zapatos y fui a comprar unos nuevos. Solo había zapatos de hombre y de mujer, sin grandes opciones ni variedades, solo las tallas. Eso me impactó. Pensé que no tenía que elegir nada más, solo el tamaño. Después, viví en casas particulares, ayudando a las familias con el dinero que me hubiera gastado en un hotel internacional. Comía en los paladares, casas donde las amas de casa preparan comida para los turistas. Fue una inmersión total en el país y en su gente. Cuando volví a España, fui a comprar algo para la cocina en unos grandes almacenes y me sorprendió ver una estantería llena de ollas de todos los tipos: de aluminio, de acero inoxidable, de barro, de colores… Me quedé pensando: ”¿Es necesaria tanta variedad?” Me acordé de las sandalias que compré en Cuba, que me acompañaron durante todo el viaje, y me cuestioné el consumismo. En Cuba, con una sandalia era suficiente, y eso me hizo reflexionar sobre el exceso de opciones que tenemos.
Como cantante, ¿crees que hay algo en la música que se conecta especialmente con los viajes?
La música es una parte esencial de la cultura de cada lugar. Al escuchar la del sitio al que vas a viajar, ya estás conectando con su esencia. Es impresionante cómo, después, al recordar esa melodía, revives todo lo que experimentaste en el viaje.
Si pudieras hacer un viaje donde no existan los horarios ni las prisas, ¿a dónde irías y qué te gustaría hacer?
Me gustaría ir a Indonesia, conocer Bali y esos lugares tan hermosos, rodeados de selvas. Ir sin prisas, con tiempo, para sumergirme de lleno en la naturaleza.
El viaje que más me ha marcado fue el que hice a Cuba en 1995; cuando regresé a España me cuestioné el consumismo”

Silvia, si pudieras hacer un viaje en el que todo lo que llevaras fuera una cualidad y un sentimiento, ¿cuáles elegirías?
La curiosidad y la empatía. La empatía es lo que te permite conocer al otro, aunque sea muy diferente a ti. Es lo que te lleva a adentrarte en otra cultura, a amarla solo por el hecho de entenderla y sumergirte en algo que no forma parte de tu entorno ni de tu tradición. Para eso, es imprescindible la empatía, ponerte en el lugar del otro.
Si pudieras elegir a una persona, fuera quien fuera, de toda la historia, y esté o no entre nosotras, ¿a quién elegirías y dónde iríais?
Me encantaría irme de gira con María Callas, conocer su vida. Siempre me ha causado mucha ternura esa mujer.
Finalmente, ¿tu plan para hoy?
Pues voy a una clase magistral de José María Flotats, organizada por el Ateneo, con mis amigas Carme Elias y Carme Sansa.
Me despido de Silvia con la sensación de haber recorrido un camino que va más allá de las palabras. Cada respuesta no solo abre puertas a su vida profesional, sino que nos invita a reflexionar sobre nuestros propios viajes, tanto físicos como emocionales. Silvia nos recuerda que no siempre se trata de llegar, sino de lo que dejamos en el trayecto. Su capacidad para transformar cada experiencia, por pequeña que sea, en una oportunidad de crecimiento hace pensar que los viajes, más que los destinos, son lecciones de vida. Queda claro que lo importante no es a dónde vamos, sino cómo nos dejamos cambiar por el camino.