Secun de la Rosa, actor: “Si yo fuera un coche, tendría la humildad de un Citroën 2 CV y la buena carrocería de un Audi descapotable”
Vip sobre ruedas
El intérprete explica que si fuera un coche “tendría la humildad de un 2 CV y la buena carrocería de un Audi descapotable”

Secun de la Rosa, en un viaje que hizo por California

Secun de la Rosa se crió en el barrio barcelonés de Verdún, en una época en que leer a Tennessee Williams en el metro bastaba para que te miraran raro o incluso te señalaran por ser diferente. Hijo de un malagueño y una catalana de raíces gaditanas, creció entre contrastes, resistiendo con cultura y soñando que otro mundo era posible. A los 16 años, se subió a un tren rumbo a Madrid y ya no paró de moverse: entre clases de interpretación, turnos de noche en un Seven Eleven y pequeñas obras con amigos, fue construyendo una carrera tan versátil como honesta.
Hoy es el inolvidable Toni de Aída -al que pronto volveremos a ver en Aída y vuelta, la película-, el portero de Brasil en Días de fútbol y parte esencial de películas como El bar o Un funeral de locos, además de director de la maravillosa producción El Cover y autor teatral de joyas como Las Piscinas de la Barceloneta. Pero más allá de sus personajes, hay un viajero que ha ido a pie, en coche, en tren, en barco y en avión, encontrando en cada trayecto no solo una historia, sino también una manera de vivir la vida. Hoy vamos a descubrir a Secun de otra forma, cómo se ha movido allá donde ha ido y cuáles han sido los viajes de su vida. Aquellos que te dejan polvo en los zapatos y, sobre todo, mucha luz en el pecho. Los que te cambian y te hacen volver con algo que contar y que merece ser escuchado.
Ahora siento que he cerrado cosas que estaban muy ligadas a mis comienzos, como si hubiera dado la vuelta al círculo, y eso te hace pensar mucho”

Secun, ¿cómo estás?
Muy bien. Me encuentro en un momento interesante, porque después de una etapa de mucha tormenta, los últimos tiempos han sido muy curiosos. Me he reencontrado con uno de los personajes que me hizo más popular y con compañeros de hace casi veinte años, cuando empezó la serie Aída. Eso me ha llevado directamente a un mundo ahora ya lejano. Casi al mismo tiempo terminé la aventura de Las Piscinas de la Barceloneta, que es muy de mi barriada, de la infancia y de la primera juventud. Y acabo de rodar una película que se llama Todos los lados de la cama, que muestra qué ha pasado con los personajes de El otro lado de la cama veinte años después: quién tiene hijos, quién no, cómo han salido, en qué momento están... Sigue siendo un musical, pero le da la vuelta a aquella historia, que fue mi primera película.
Ahora siento que he cerrado cosas que estaban muy ligadas a mis comienzos, como si hubiera dado la vuelta al círculo. Y eso te hace pensar mucho, porque te encuentras con tu pasado, con gente que formó parte de él, con cómo hiciste ciertas cosas antes, cómo las harías ahora y qué te gustaría hacer de aquí en adelante. Así que haber terminado esta etapa lo convierte en un momento muy interesante.

Con tan solo 16 años te fuiste a Madrid y, desde entonces, ya no has parado. ¿Por qué viajaste a Madrid tan joven?
Fui a Madrid porque estaba estudiando en la plaza Llucmajor, en Nou Barris, en un colegio que se llamaba Yale, aunque no tenía nada que ver con el Yale americano. Un día, con esa locura típica de la edad, entré en el Institut del Cinema Català, en la calle Mallorca, porque buscaban actores. En ese momento yo era tan friki que les hice gracia: fui con mi bigote, mis gafas, sin fotos profesionales y entregué una del carné del colegio. Francesc Betriu, el director, se portó superbien conmigo e hice dos sesiones de mozo para una serie que se llamaba Vida privada, protagonizada por Josep Maria Pou.
Con esa experiencia fui tan feliz que escribí a varios sitios y me concedieron una pequeña beca para hacer un curso de interpretación en Madrid. Mis padres firmaron, buscaron un hostal donde pudiera quedarme y me fui allí. Yo estaba en una especie de nube, todo era alegría. Cuando llegué, hice el cursillo y conocí a Dani Guzmán, que me dijo que la gente no estudiaba interpretación en serio en cursos así, sino que lo hacían en sitios como William Layton o Cristina Rota. Así que fui a Cristina Rota, hice una prueba y me cogieron.
Secun, ¿tú conduces?
Conduzco regular porque me costó mucho sacarme el carné. Era muy consciente de que o lo hacía en ese momento, que tenía 18 años, o no lo haría nunca, porque ya estaba metido en ese viaje para ser actor y comenzando otra etapa. Además, me daba bastante pereza. En Madrid, he conducido en momentos puntuales para algunas películas, pero no soy un conductor habitual.
Me daba bastante pereza sacarme el carnet de conducir a los 18 años, pero sabía que o lo hacía entonces o ya no lo haría nunca”

Tú llegaste a Madrid desde Barcelona muy jovencito para perseguir un sueño, ¿cómo fue ese cambio de ciudad?
Llegué muy joven, solo, sin conocer a nadie. Era el Madrid de principios de los 90, cuando no existían los teléfonos móviles. Para llamar a mi familia, tenía que ir a una cabina, utilizar el teléfono fijo del hostal o escribir cartas, algo que casi ha desaparecido a día de hoy. Era otro universo.
Mientras estudiabas en la escuela de Cristina Rota, trabajabas de dependiente nocturno en un 7 Eleven. ¿Cómo te movías entonces por la ciudad, con qué medios y con qué energía?
Estudiaba en la escuela de interpretación y no me perdía ni una clase, porque sabía que era crucial para mí. Había recibido mucho amor de mis padres, pero no tenía un círculo de amigos en el mundo de la interpretación. Tenía que aprender muchas cosas, incluso de modales, de cómo estar con los amigos, de cómo relacionarme. También trabajaba los fines de semana en el 7 Eleven y como recogevasos en la Sala Sol. No tenía la planta ni el saber estar de un camarero de los 90, y menos en un lugar moderno como ese. Llegué allí gracias a dos compañeros de clase, Nathalie Poza y Fernando Otero. Entre tímido y con gafas, no destacaba para ese trabajo, pero no me importaba; se trataba de sobrevivir.
Me movía más en metro que en autobús, y me acostumbré a caminar mucho. Madrid era una ciudad desconocida para mí, y el metro fue mi transporte habitual. Tardé mucho en coger un taxi, primero por economía, porque no podía permitírmelo, y también porque me daba un poco de vergüenza.

Si tuvieras que describir tu personalidad como un modelo de coche, ¿cuál sería?
Serían varios, la verdad, algo que tiene que ver con una de mis películas favoritas, Dos en la carretera. Una historia de amor que se desarrolla a través de sus viajes, sus coches y sus vivencias. Para mí, sería algo similar. Por un lado, sería un humilde 2 CV caballos, porque mis primeros recuerdos son con ese coche, viajando con mis padres. Aunque era muy modesto, nos llevaba a conocer el mar, nos llevaba a Sant Hilari o a la montaña.
Mis padres se dedicaban al pescado, y entre el olor a pescado y los giros de la carretera, nos mareábamos cada dos por tres. Ya de mayor he comprendido que no era tan raro marearse, porque no teníamos cinturones y, en esa época, vivíamos a lo loco.
Así pues, por una parte, sería ese 2 CV, humilde que llegaba a todas partes, y, por otra, te diría que soy un descapotable Audi, porque si algo tengo es cabezonería. Las decisiones que he ido tomando y las cosas que he hecho bien creo que me han dado una buena “carrocería”. He aprendido a autogestionarme; me gusta mucho la dramaturgia, escribir para otros, dirigir... Mantengo bien el ego a raya y, cuando he dirigido teatro o cine, me ha encantado guiar a otros compañeros. Así que sí, creo que sería un buen coche.
¿Qué coche tienes?
Ahora mismo no tengo coche. No te voy a mentir, vivo en el centro de Madrid y, entre las producciones, los rodajes y todo eso, generalmente me vienen a buscar. Así que, la verdad, vivo sin vehículo. Sé que suena un poco raro en este contexto, pero es la realidad.
Ahora mismo no tengo coche; sé que suena un poco raro, pero es la realidad, vivo sin un vehículo”

Hablando de cine y de medios de transporte, la película premiada en los últimos premios Goya, El 47, cuenta una historia real, que tiene bastante que ver con la tuya.
Mi madre fue una de las que peleó y luchó para que pusieran el 47, ya que Canyelles estaba al lado de Torre Baró. Primero llegó a Torre Baró y tardó un poco más en llegar a Canyelles. De hecho, yo solía coger el 47 hasta Plaza Cataluña, porque sentía una necesidad enorme de salir del barrio. Me llevaba una hora y cuarto llegar; me bajaba en Urquinaona y caminaba hasta la Diagonal.
Soñaba con algún día ser actor, vivir bien o simplemente vivir sin miedo, porque en mi barrio había mucho descampado, mucha suciedad, y no lo pasaba nada bien. Mis fines de semana consistían en andar solo por la Diagonal, meterme en algún sitio a tomarme un Cacaolat y quedarme mirando los edificios.
El bus o el metro son lugares en los que puedes ser testigo de historias increíbles, algunas de ellas dignas de un largometraje. Ahora te voy a proponer dos estados de ánimo y tú me hablas de la última vez que los viste siendo testigo o, directamente, protagonista.
Enfado:
En el metro viví una experiencia que me causó muchos problemas hace más de treinta años. Tiene que ver con lo que has dicho al principio: A veces, cogía el metro para llegar a la Guineueta, para meterme en la biblioteca o iba a ver a algún amigo en Horta y me encontraba con pandillas de garrulos que se metían conmigo. ¡Ojo, no era por leer!, como algunos dijeron el año pasado, que salieron unos 100.000 haters diciendo que me pegaban por eso, ¡no! En los 80, como ahora, había pandillas y gente problemática y, si eras un poco diferente, o te veían con gafas, te consideraban más “flojo”. Alguna vez te daban collejas y se burlaban de ti, eso sí. Pero bueno, también he vivido momentos maravillosos.
Amor:
Las parejas de enamorados están en el metro, en el autobús, y el amor se siente en todos esos momentos, pero lo que realmente me conmueve es ver a las personas mayores caminando de la mano, esos matrimonios que han vivido juntos tanto tiempo. Es un amor que va más allá del enamoramiento inicial, un amor que perdura, y me encanta verlo.

Secun, ¿qué es lo más loco que has hecho en un coche?
Aparte de los momentos que todos podemos imaginar de amor máximo, lo más loco ha sido organizar un karaoke en el coche con el primer grupo de teatro que formé con Pilar Castro, Aitor Merino y Diego Paris.
¿Qué conversación con un taxista o un chófer de producción no olvidarás?
He tenido muchas conversaciones interesantes con conductores, tanto de rodajes como de taxis. Recuerdo, por ejemplo, un chico de producción en Un funeral de locos. Me sorprendió mucho porque, siendo tan moderno y simpático, me dijo que iba a misa todos los domingos. Me habló de su conexión con Dios, y me dejó pensando. Un par de días después, estando en Canarias, escuché música eclesiástica desde el balcón de mi hotel, con una catedral justo enfrente. Fue como una señal, así que me lancé a la iglesia a escuchar la misa.
También tuve otro conductor durante Cuatro Estrellas que había dejado la policía debido al estrés de las reyertas, el uso de armas y las bajas por depresión. Me contaba todas esas historias tan duras, de la calle, de lo que había vivido. Fue fascinante escuchar cómo alguien con tanta experiencia de vida se dedicaba ahora a conducir. Es increíble cómo un simple trayecto puede cruzarte con personas tan distintas, pero tan enriquecedoras.
He tenido muchas conversaciones interesantes con conductores, tanto de rodajes como de taxis; recuerdo una que tuve con uno que había dejado de ser policía por el estrés de las reyertas”

¿Dónde pasabas los veranos? ¿En las Piscinas de la Barceloneta?
No, no, es una licencia poética. No iba a la Barceloneta para nada. Lo de las piscinas de la Barceloneta es una historia que inventé para un personaje, Sebastián Alonso Roca, que quería hablar de los barrios y de las primeras personas que lucharon por los colectivos. Yo iba a la piscina de Montserrat, a la de los Hogares Mundet, que era la piscina de los huérfanos, y poco más. En verano, íbamos a Sant Hilari Sacalm y, algunos años, a ver a la familia de mi padre en Málaga. Éramos muy del Mediterráneo; nos gustaba conocer Castellón, el norte, Girona, Rosas... Cogíamos el 2 CV para descubrir playas.
Me dijiste una vez que te hiciste actor porque a todo el mundo le gusta ir al cine. ¿A qué lugares has viajado desde el patio de butacas?
Desde pequeño, he viajado a todas partes a través del cine. Me deslumbraba ver a jóvenes de Los Ángeles o Nueva York con sus pandillas, que leían, hablaban de sus amores y se preocupaban por la moda. Era tan distinto a mi vida. Me fascinaban los actores rebeldes como Rob Lowe y Thomas Howell, y toda esa América de los 80. Fama, la película de Alan Parker, también me impactó: ver gente cantando y bailando como si fuera una forma de liberación. Quién me iba a decir que un chico que soñaba con esos mundos, como el de El cartero y Pablo Neruda, terminaría trabajando con Michael Rathford y protagonizando La mula, un filme que tuvo mucho éxito fuera de España. Las películas me han enseñado muchísimo. Desde El Club de los Poetas Muertos, que me mostró el valor de vivir el momento, hasta Los Pijos también sufren, que me hizo entender la complejidad de las relaciones. Imagínate lo que he viajado con las películas, cómo me han abierto los ojos a mundos que ni siquiera imaginaba.
¿Cuál es el viaje que ha cambiado tu forma de mirar el mundo?
Mi forma de ver el mundo cambió, o al menos me abrió mucho los ojos, con un viaje a Roma. Con el dinero de uno de mis primeros sueldos decidí viajar, porque sentía que había llegado tarde, como si a los 17 o 18 años nunca hubiese salido de Barcelona o sus alrededores. Ahora lo veo distinto; no era tan tarde, pero en ese momento sí, me parecía muy tarde para no haber vivido fuera. Con el tiempo te das cuenta de que no era tan grave. El viaje a Roma fue el más transformador y una verdadera inmersión, aunque podría haber elegido cualquier otro destino como París, Londres o Buenos Aires. Descubrí la ciudad a pie, alejándome de los turistas, explorando el Trastevere, la Roma antigua, los barrios y conociendo gente. Fue una semana increíble, de total conexión con la ciudad y su cultura.

Como autor y director, has creado obras como Radio Rara y El Cover. En esta última, se habla mucho del legado… ¿Hasta qué punto crees que perder de vista de dónde venimos nos hace perdernos a nosotros mismos?
Soy alguien muy feliz por haber vivido mil aventuras y desventuras durante mi infancia en el barrio. Poder tocar mi memoria emocional y revivir mi pasado me parece un verdadero tesoro. Aprendí algo muy valioso en un viaje a Nueva York, donde conocí a amigos artistas de todas partes del mundo. Uno de ellos me contó que, si has sido feliz en un mundo de márgenes, y entiendes esa realidad sin quedarte atrapado en ella, puedes llevarte bien con todo el mundo.
Los que hemos vivido en los márgenes y hemos aprendido a crecer y mejorar, somos capaces de conectar con personas de cualquier esfera o clase social. Nunca imaginé que tendría amigos de Nueva York o Los Ángeles, o que en una escuela de teatro encontraría como compañeros a hijos de actores con vidas muy diferentes a la mía. Todo esto me ha enseñado a no perder mis raíces y a valorar lo que significa haber crecido en los márgenes. Es un tesoro, porque te permite adaptarte y conectar en cualquier parte.
¿Qué miedos viajan contigo allá donde vas?
Antes, mis miedos venían de no saber si iba a lograrlo, de sentir que tenía que encajar, de querer ser aceptado y comprendido. Venía de un lugar de inseguridad, con la necesidad de caer bien, de ser querido, de mostrar que era buena persona. La amistad y la aceptación eran lo más importante para mí, porque en mi infancia quizás me faltó eso. Con el tiempo, esos miedos ya no están. Ahora lo importante es ser uno mismo, ser honesto y claro, expresar lo que sientes para que las relaciones sean reales. Ya no busco encajar, sino ser incluido por lo que soy. Mis miedos ahora están más relacionados con si estoy a la altura. Después de haber escrito, dirigido y actuado, me encuentro en un momento donde quiero disfrutar del viaje, pero también seguir profundizando en mi trabajo, hacer cosas que me gusten y alcanzar más en proyectos de mayor calado, profundidad y compromiso. Quiero seguir creciendo y disfrutar del proceso con la capacidad de decir que sí y que no según lo que me convenga.
Soy alguien muy feliz por haber vivido mil aventuras y desventuras durante mi infancia en el barrio; poder tocar mi memoria emocional y revivir mi pasado me parece un verdadero tesoro”

¿Qué te queda de ese chico que se subió a un tren, destino a Madrid, sin certezas pero con hambre de vida?
Me queda todo. A los 50 años continúo siendo cabezón y sigo soñando con dirigir una nueva película, trabajar con directores que no he conocido, montar mis obras, en cualquier tipo de sala, porque lo que me importa es contar historias. Mi ambición sigue viva; quiero hacer cosas más bonitas todavía. Pero siempre paso a paso, porque tengo claro que lo importante es mi vida, salir del rodaje, de la función, y que cuando llegues a casa te espere tu familia o tu pareja, tu mundo. Creo que esto, aunque no lo parezca, es una gran ambición.
Secun, ¿qué vas a hacer hoy?
Hoy tengo reunión con mis representantes y con el equipo, porque me van a explicar el inicio de la promoción de la serie que he hecho, que se llama Superstar. Es una serie producida por Los Javis y dirigida por la catalana Claudia Costafreda y Nacho Vigalondo. Es un proyecto muy intenso, que hace un retrato de la televisión en los años 2000 y de cómo trataban a los “frikis”. Yo interpreto a Leonardo Dantés y es un reflejo de cómo la sociedad a veces se burla de lo diferente.
Conocer a Secun, con la memoria rugiendo como un motor encendido y la dulzura de quien ha vivido intensamente sin dejar de mirar al fondo de sí mismo, es como abrir una ventana en plena autopista. Él no se mueve por inercia, no busca simplemente llegar, sino reencontrarse con algo de sí mismo en cada kilómetro. El niño de Verdún, aquel que soñaba con contar historias, sigue intacto, pero ahora recorre el mundo con muchos más rostros a su lado. Estar con él es subirse a un coche sin mapa: el destino es importante, claro, pero lo que realmente transforma es lo que se vive en el trayecto

