El coche anfibio que se adelantó a su tiempo y acabó olvidado en un almacén
En la década de los 1950
El Air Car 2500 llamó la atención del ejército de Estados Unidos en plena guerra fría, pero pronto se vio que su ambición superaba las posibilidades tecnológicas de la época
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El Air Car 2500, fabricado por Curtiss-Wright en colaboración con Studebaker-Packard, no respondió a las expectativas
A finales de los años 50, cuando la humanidad soñaba con colonias lunares y coches voladores, Curtiss-Wright se atrevió a intentarlo. La compañía, conocida por fabricar aviones durante la Segunda Guerra Mundial, decidió dar un giro radical y aplicar su experiencia aeronáutica al transporte cotidiano. Así nació Air Car 2500, un prototipo de vehículo anfibio que prometía desdibujar la línea entre el asfalto y el agua.
Diseñado en colaboración con Studebaker-Packard, el Air Car 2500 era cualquier cosa menos discreto: faros dobles, techo descapotable, parachoques sobredimensionados y una cabina que parecía sacada de una película de ciencia ficción. Tenía capacidad para cuatro personas y una estética que recordaba más a un platillo volante que a un coche convencional.

Pero lo verdaderamente revolucionario estaba bajo la carrocería. Contaba con dos motores Lycoming de 180 caballos cada uno, que alimentaban cuatro enormes ventiladores. Estos creaban un colchón de aire de entre 25 y 38 cm, lo suficiente para levantar el vehículo del suelo y permitirle deslizarse a unos 60 km/h tanto en tierra firme como sobre el agua.
El vehículo llevaba la firma de Curtis-Wright, una compañía con experiencia en aeronáutica, y fue diseñado en colaboración con Studebacker-Packard
El problema era que eso era todo lo que podía hacer bien, deslizarse, solo si las condiciones eran ideales. En superficies irregulares o aguas agitadas, el Air Car se volvía inestable, difícil de controlar y prácticamente imposible de frenar. Literalmente flotaba sin control a merced de la inercia, lo que le convertía en un vehículo tan impredecible como peligroso.

Al principio, el ejército estadounidense mostró interés. Dos unidades fueron adquiridas en 1960 para su evaluación operativa. La idea era disponer de un vehículo anfibio, ligero, capaz de moverse por terrenos difíciles en plena guerra fría. Pero tras comprobar que no podía con un simple bache, descartaron la idea en menos de un año.
Tras la marcha atrás del ejército estadounidense, Curtis-Wright intentó reconvertir el proyecto para uso civil con versiones más pequeñas y estilizadas
Curtiss-Wright no se rindió. Intentó reconvertir el proyecto para uso civil con versiones más pequeñas y estilizadas. Incluso llevaron un prototipo al circuito de Daytona para captar la atención del público. Pero la mezcla de ruido, lentitud y poca maniobrabilidad selló su destino. Nunca pasó de ser un experimento.
Hoy solo se conservan dos ejemplares del Air Car 2500, ambos en Estados Unidos. Uno se exhibe en el Museo del Transporte del Ejército en Virginia y el otro permanece olvidado en un almacén de Nueva Jersey. Aun así, este vehículo ha alcanzado con el tiempo el estatus de ser algo más que un fracaso tecnológico. Fue un intento valiente de romper con lo establecido, de imaginar un futuro distinto.
Curtiss-Wright nunca volvió a intentarlo. La irrupción del motor a reacción la dejó atrás en el mundo aeronáutico, y su incursión en la automoción fue más una huida hacia adelante que una estrategia de futuro. Pero el Air Car 2500 sigue siendo una cápsula del tiempo, un recordatorio de que, a veces, soñar demasiado alto no es el problema. El problema es no atreverse.

