Sindy Takanashi, activista: “Me parece tremendo que las madres que viajan con un bebé llorando tengan que pasarlo mal por las malas caras de algunos pasajeros”
VIP sobre ruedas
La también creadora de contenido confiesa cómo la maternidad cambió su forma de conducir: “Ser madre me ayudó un montón a darme cuenta de que no puedo estar tan tarada”

Sindy Takanashi es una activista, divulgadora y podcaster que disfruta viajando y practicando deportes de aventura

Sindy Takanashi nació en Venezuela, pero su vida está marcada por el movimiento: de un país a otro, de un proyecto a otro, de la etapa más oscura y difícil de su vida a la luz actual del activismo. Desde su salón de uñas en Madrid hasta convertirse en presentadora y podcaster, Sindy no ha dejado de ir más allá en su vida, haciendo frente a todo lo que sea necesario.
En sus viajes, no solo cruza ciudades, sino también fronteras personales. Con cada desplazamiento, ha reescrito su historia, siempre con la misma pregunta: ¿qué puedo aprender de esto? Viajar no es solo una necesidad para ella, sino una herramienta de autoconocimiento, que le permite ver el mundo y a sí misma desde diferentes perspectivas. El viaje se ha convertido en su aliado y cada destino, en un nuevo capítulo.
Sindy, eres una persona que siempre ha estado en constante movimiento, ¿qué representa para ti moverte en coche, más allá del transporte?
Para mí es algo increíble. No me muevo en coche, sino en una furgoneta Volkswagen Transporter T6 camperizada, que utilizo tanto para mis desplazamientos diarios como para escaparme de viaje. Es mi oficina y en mi casa al mismo tiempo. Muchas veces hago reuniones desde allí, ya que la parte de atrás la tengo convertida en un pequeño salón con la mesa montada, lista para trabajar. Puedo decir que los momentos más bonitos que he vivido en los últimos dos años han ocurrido en la furgo.

Ya que estamos, cuéntame algunos de esos momentos bonitos.
Tengo una hija de seis años y un hijo de cuatro. Me separé hace dos años, más o menos cuando compré la furgo. Recuerdo que, de repente, me enfrenté a pasar fines de semana sola con los dos y tener que organizar unos planes que, hasta ese momento, habían sido con el padre de mis hijos. Mucha gente puede pensar que es una locura viajar en una camper no muy grande con dos niños tan pequeños, pero yo creo que es cuando mejor se portan. Además, estas salidas me han ayudado muchísimo a que consuman menos pantallas. Abren la puerta de la furgo en mitad del bosque y se ponen a jugar con piedras, con palos...
Para mí, despertarme en mitad de la nada y que mi hija diga “Mamá, esto es vida” es lo más. También les ha servido para tomar conciencia de lo sucios que somos los humanos, porque cuando vamos a algún lugar chulo y está lleno de papeles, mi hijo dice: “Mamá, la gente es supercerda”. Está muy bien porque les ayuda a tomar conciencia de lo importante que es cuidar la tierra.
Mucha gente puede pensar que es una locura viajar en una furgo camper no muy grande con dos niños pequeños, pero yo creo que es cuando mejor se portan”

Transporter T6 camperizada… Casa, despacho y apartamento de verano…
Con todo el dolor de mi corazón, ahora estoy pensando en cambiármela por una más grande, para que mi pareja pueda estar de pie dentro. Yo mido un metro sesenta y cinco y con el techo elevado estoy genial, pero mi novio no. También quiero reemplazarla para que tenga un baño dentro en el que podamos ducharnos. No sabía que se podía sentir tanto amor por algo material, como un coche o una furgoneta.
Sindy, ¿quién conduce?
Siempre yo. Darío, el padre de mis hijos, se sacó el carné con 30 años cuando le dije: “Me vas a llevar a parir al hospital cuando esté con contracciones y tendrás que conducir tú”.
¿Te gusta correr?
Desde que soy madre corro mucho menos. Ahora suelo poner el modo crucero y no toco el acelerador, pero he sido un poco inconsciente. Ser madre me ayudó un montón a darme cuenta de que no puedo estar tan tarada.

¿Qué es lo más loco que has hecho en un coche?
Te podrás imaginar que, teniendo una furgo, habré hecho de todo en ella. Es lo mismo que puedes hacer en casa, en una cama. Lo dejo ahí.
Miremos atrás, ¿cuáles son los viajes en coche, con tu familia, que recuerdas con más cariño?
Curiosamente, los que más recuerdo son a los que menos cariño tengo. Fue cuando mis padres se separaron. Yo tenía siete años. Me quedé a vivir con mi madre y mi padre se fue a Marbella. Cuando iba a verlo, los fines de semana alternos, el viaje se me hacía eterno. Eran unas 8 horas de coche. Yo me mareo muchísimo y recuerdo esos trayectos como algo terrorífico, porque teníamos que parar hasta diez veces para vomitar.
Te siguen cientos de miles de personas, ¿qué les recomendarías a las que sufren al volante?
Que se pregunten por qué. A lo mejor puede sonar inconsciente, pero considero que el coche es un lugar superseguro. De hecho, cuando estoy agobiada, una de las cosas que más me gusta hacer es coger la furgo y darme una vuelta de quince minutos. Incluso, en algunas de esas veces, cuando llego, aparco y me quedo en el vehículo un ratito. Será por lo que he vivido o lo que he aprendido, pero a mí nunca me ha parecido un sitio cerrado; al contrario, en su interior, me siento en un espacio superabierto.
Cuando estoy agobiada, me gusta coger la furgo para dar una vuelta de quince minutos; algunas veces, cuando llego, aparco y me quedo en el vehículo un ratito”

Llega ese momento de la charla en el que yo te doy una serie de sentimientos y tú me dices la última vez que lo viste o, incluso, protagonizaste en cualquier medio de transporte…
Injusticia:
En un avión. Hay veces que voy a Coruña en avión y me parece tremendo que las madres tengan que pasarlo mal, no por el llanto de sus propios bebés, sino por las malas caras que ponen la gente que va alrededor. Me parece muy injusto que las madres tengamos que estar sintiéndonos incómodas por algo tan normal como que un niño llore.
Amistad:
Cuando fui a Asturias hace un par de meses a escalar el Picu Urriellu, con mi mejor amiga. Esa ida y esa vuelta desde Coruña sin parar de hablar en la furgo fue increíble.
Rabia:
En esas reuniones que tengo en la furgo, cuando algo no sale como me gustaría, me quedo 20 minutos en silencio, así, con los brazos cruzados, intentando analizar lo que está pasando.
Dolor:
Cuando compré la furgo tras separarme. Te podrás imaginar la cantidad de veces que he estado ahí sufriendo muchísimo dolor y atravesando todo el duelo de esta situación personal.
Risa:
Esto por las mañanas, cuando llevo a los niños al cole. Tengo dos hijos con un cómico, así que han heredado su sentido del humor. Son muy graciosos y me sueltan unas tonterías por las mañanas que son espectaculares. Me ayudan muchísimo a empezar bien el día.

Has viajado grabando en ciudades grandes y pueblos más pequeños. ¿Qué diferencias notas en la forma en que se vive la movilidad según el entorno?
Acabamos de estrenar mi programa de televisión Señora, en Atresmedia. Para grabarlo nos fuimos a un montón de sitios. Hemos estado en Barcelona ciudad entrevistando a Pilar Eyre y también en un pueblo perdido de Cataluña con Yaya Bushcraft. Uno de los temas que hablé con Yaya fue justo este: cómo le afecta vivir en un lugar tan mal comunicado con otros pueblos y con la ciudad más cercana, que en este caso es Barcelona, a tanta distancia.
Creo que afecta muchísimo a la vida, pero -esto es una teoría que me acabo de sacar de la manga- sinceramente pienso que hace que las personas mayores tengan mejor calidad de vida, porque al final les obliga a moverse más, a no ser tan sedentarios, a caminar y a desplazarse a pie por los sitios. Con esto no quiero que parezca romántico lo olvidado que está el ámbito rural.
Por cierto, ¿a qué compañeras o compañeros de profesión, especializados en viajes, pides consejo cuando tienes que decidir destino de vacaciones?
A mi amiga Laura Escanes, porque ha viajado muchísimo más que yo. También a mi representante, a María Cordero, que es la directora de The Wolf is Coming, porque ha recorrido sobre todo España.
Con tantos desplazamientos por trabajo, grabaciones y eventos, ¿cómo logras mantener una relación saludable con el ritmo de ir de un lugar a otro?
No lo logro. Mi vida es un poco caos ahora mismo. Justo estoy en un proceso vital en el que me he dado cuenta de que, desde que abrí la productora hace cuatro años, llevo priorizando la ambición a la salud mental. Por esto, estoy intentando que la balanza gire más hacia el lado de la salud mental que hacia el otro extremo.
Una de las decisiones que he tomado es quedarme ya definitivamente en Madrid, con todo el dolor de mi corazón, porque yo amo Galicia. Soy gallega adoptada y muchas de las personas que más quiero -sin contar a mis hijos- viven allí, pero vivir en Madrid me alejará esta vida tan caótica.
Me dado cuenta de que llevo priorizando la ambición a la salud mental desde que abrí la productora, hace cuatro años”

¿Qué recuerdas del primer gran viaje que marcó tu vida?
Fue el viaje a Chile que hice cuando tenía unos cuatro años. Yo soy de Venezuela, pero mi madre es chilena criada, por lo que también tenía mucha familia allí. Como toda la familia de mi madre terminó emigrando a Chile por la situación pésima que se vivía en Venezuela, fuimos a visitarlos. Yo era muy pequeña, pero lo recuerdo claramente porque viví un montón de terremotos, y me sorprendió enormemente ver que a la gente no les cogía por sorpresa. Empezaban los temblores y se ponían debajo del marco de la puerta como si nada, y la vida seguía. Lo recuerdo con ternura porque yo era una niña conociendo el mundo.
España, México... ¿Cómo se empieza una vida en lugares tan distintos?
Pasar parte de la adolescencia dividida entre dos países tan diferentes fue duro, sobre todo por lo distintos que son culturalmente. Cuando nos fuimos a vivir a México, yo tenía 12 o 13 años y mi hermano unos cinco. No teníamos familia allí y fue una etapa difícil. Mi hermano lo llevaba un poco mejor en el cole, pero yo sufrí muchísimo bullying. En la escuela, los grupos de amigos ya estaban formados y yo llegaba siendo de otro país, con una cultura totalmente diferente, así que no encajé.
Cuando volví a España me pasó algo parecido. Me perdí gran parte de esa etapa en la que las niñas empiezan a salir solas, ir al parque y esas cosas. La diferencia es que en España me sentía española, aunque hubiera nacido en Venezuela. Eso me ayudó, porque aunque el instituto también fue duro y sufrí bullying, al menos me encantaba la comida, estaba mi familia y entendía el lenguaje. Culturalmente, conectaba más, y eso hizo que fuera un poco más fácil.

¿Has hecho algún viaje que te haya reconciliado contigo misma?
Sí, fue un viaje que hice después de una ruptura sentimental. Tendría unos 20 años y me fui a Indonesia, Filipinas, Australia, Tailandia... Estando en una playa, reflexioné muchísimo y tuve uno de esos momentos supertrascendentales de toma de conciencia de mí misma. Me di cuenta de que llevaba una semana sin llorar y pensé: “Creo que lo he superado y estoy bien de mi ruptura”.
¿Qué lugar has visitado en el que más te has sentido en casa, sin que fuera realmente tu hogar?
En Marruecos tomé la decisión de separarme. Esa sensación de sentirme como en casa que tuve allí fue lo que me hizo darme cuenta de que en mi casa de verdad no estaba bien. Estuve en la zona de Agadir y Taghazout, lugares en los que después hubo mucha polémica porque comenzaron a criticar a los influencers que íbamos porque, por lo visto, por culpa del turismo se estaba dejando sin casa a la gente de allí. Se destruían viviendas para construir complejos hoteleros, y me sentí fatal por haber contribuido a eso. Fue uno de los viajes que me hizo empezar a cuestionarme cómo viajamos, el impacto que generamos y la responsabilidad que deberíamos tener los influencers al promocionar ciertos sitios.
Desde entonces he reflexionado mucho sobre el concepto de viajar y sobre si de verdad es necesario irse tan lejos. He estado en México, Chile, Venezuela, Australia, Indonesia, Filipinas, Tailandia, Marruecos… y en un montón de países de Europa. Aun así, ¡no conocía Jaén! Ahora sí, porque trabajé allí el año pasado, pero es como... “¿Cómo puede ser que no conociera sitios tan guais de España?” Me he dado cuenta de que también puedo nutrirme viajando por aquí, de una forma más responsable, sin contaminar tanto y sin fastidiar a la gente local. Desde Marruecos, a donde fui hace dos años, no he vuelto a salir de España y no lo echo nada de menos. Sigo viajando un montón, pero dentro, y me está aportando muchísimo.
Un viaje a Marruecos hizo cuestionarme el impacto que generamos los influencers al promocionar ciertos sitios; por culpa del turismo, se estaba dejando sin casa a la gente de allí”

Tu trabajo te ha llevado a escenarios de toda España… A Coruña es uno de ellos al que has ido con Queridas hermanas. ¿Qué tiene esa ciudad que encaja tanto con el tono íntimo del proyecto?
Cuando vengo a Coruña es por mi mejor amiga Elsa, que es gallega, pero vivía en Madrid cuando la conocí con 19 años. Me hice un grupo de amigas gallegas que con los años fueron volviendo aquí, así que yo he seguido viniendo siempre. Cuando me separé, esto fue un refugio. Me di cuenta de que se puede vivir más despacio, que el tiempo transcurre distinto según el lugar y que en Galicia pasa más lento. En Madrid no, ahí la calidad de vida es malísima, la gente está fatal, con una salud mental muy mala, todo está lejos... Yo viviría en mitad del campo si pudiera, pero como no puedo, vivo a las afueras. Estoy enamorada de Galicia. Lo hablaba con mi novio: lo que siento por Coruña es muy bestia.
¿Cuál es tu sueño relacionado con Galicia?
Me encantaría acompañar a madres a conocer a las mujeres gallegas que lucharon contra los narcos, esas señoras que se levantaron cuando veían a sus hijos destrozarse por la droga. Intenté contarlo, pero al final conté otra cosa: la historia de mujeres que se han pasado toda la vida cuidando, muchas veces sin darse ni cuenta, y encima en el rural gallego. Yo, que soy productora, te digo que en un rodaje en Galicia, aunque haya la misma jornada, todo se vive distinto. No sé qué es, pero el tiempo se estira y se disfruta más.

Tu trabajo como presentadora te tiene viajando de forma muy habitual. Grabar “¡Señora!” te llevó a ciudades como Motril, Sevilla o Girona. ¿Alguna ciudad te ha sorprendido más de lo que imaginabas antes de llegar?
Sevilla fue muy especial; ya había estado trabajando allí, también por un programa precioso que hice para Turismo de Andalucía que se llamaba Nonina. Es una de las ciudades más bonitas de España. Lo único que me da pena es pensar que, con el calor que hace ya, dentro de unos años mucha gente va a tener que irse porque va a ser insoportable. Van a ser refugiados climáticos, acuérdate de esto y hablamos en 2035. Pero si no fuera por eso, yo viviría allí.
En ese programa entrevisté a la abuela de Dragones y fue una llorera brutal. Yo soy muy de stendhalazos, me pasa en los museos, viendo monumentos y sobre todo con mujeres mayores. Así que imagínate: una ciudad como Sevilla, llena de belleza por todas partes, y encima esa mujer. Fue increíble.
Has dicho que viajar te permite entender mejor las realidades de otras mujeres. ¿Qué te ha enseñado el feminismo en base al contexto geográfico?
Más que por viajar, lo entiendes cuando sabes que hay niñas a las que les han amputado el clítoris o cuando que ahora mismo hay niños muriendo que han visto auténticas atrocidades que se estudiarán en los libros de historia durante los próximos siglos. El hecho de que eso esté pasando en Palestina, en Gaza, muestra que el contexto geográfico lo es todo. En tan solo un kilómetro de distancia hay niños celebrando el asesinato de otros niños. Esa distancia tan corta nos confirma que el lugar marca la realidad de manera radical.
Yo soy muy de stendhalazos, me pasa en los museos, viendo monumentos y sobre todo con mujeres mayores”

La prostitución es un tema muy presente que no has dejado de tratar. ¿Cómo han influido tus viajes en tu visión?
He viajado mucho también para ser prostituida, así que sé bien de qué va esto. En España se tiende a poner como ejemplo a Suiza o Alemania, que se dicen proderechos o prosex, pero en realidad son países regulacionistas de la prostitución que se usan como modelos de cómo podrían hacerse las cosas. Yo he vivido ese infierno y te aseguro que es la misma mierda, solo que con distinto olor y disfrazada de diferentes formas.
Hacer estos viajes y vivirlo desde dentro, y estando disociada, me enseñó mucho. Las mujeres prostituidas compartimos algo: recurrimos a la disociación para poder sobrevivir. No todas las víctimas de violencia sexual acaban prostituidas, pero muchas mujeres y niños que han sufrido abuso recurren a ese mecanismo. ¿Cómo una mujer prostituida puede quedar a cenar con amigas o ver una serie por la noche? Porque se disocia, y ese proceso fue el que me sostuvo durante muchos años.
Empecé en la prostitución con 17 años, estuve cinco siendo explotada y luego diez sufriendo las consecuencias. Hasta que cumplí 30 no dejé de disociar y empecé a conectar con lo que viví. Antes, esos viajes no tenían tanto valor para mí, pero ahora, al recordar, me ayudan a entender que no existe la prostitución de lujo, sino diferentes grados de violencia sexual y explotación. Todo el sistema prostitucional es violencia contra la mujer, aunque haya distintos niveles. Evidentemente, la prostitución en la calle Montera o en polígonos como Villaverde es mucho más dura que la llamada prostitución de lujo. En la calle, mujeres son violadas, coaccionadas a tener sexo solo por 10 euros. Es importante contarlo así.

En tus redes, muchas veces compartes tus viajes. ¿Qué decides mostrar y qué prefieres quedarte solo para ti?
Después de haber estado cinco años siendo prostituida y explotada sexualmente, empecé a trabajar como manicurista. Blanca Suárez un día pasó por delante de la puerta de mi tienda y le hice las uñas; a partir de ahí, comencé a atender a más personas famosas. Sé que soy conocida por eso, pero también he aportado muchísimo contenido feminista, reivindicativo y activista, creado para y desde el activismo.
Por eso sé que me sigue mucha gente y a veces, cuando comparto cosas que pueden parecer banales, me siento culpable porque pienso en cómo lo hago. Por ejemplo: me parece contradictorio hablar un día que han desarticulado una mafia de trata de mujeres y después enseñar cómo preparo un té matcha. Le doy muchas vueltas a esto porque, al mostrar cosas banales, temo que se malinterprete.
También pienso que muchas supervivientes de distintas violencias sexuales, que están hundidas en un pozo preguntándose si algún día podrán salir y recuperarse, quizá vean en mí esperanza. Al conocer mi pasado y el infierno que viví, tal vez les ayude saber que ahora puedo permitirme cosas simples como tomar un té matcha. Vivo con esa contradicción constante sobre qué mostrar y qué no, y mi tendencia es enseñar cada vez menos, evitar el “oversharing”.
¿Qué le dirías a alguien que quiere emprender un viaje, no solo físico, sino vital? Algo que te hubiera gustado que te dijeran a ti antes de empezar a moverte.
Primero le preguntaría de qué huye, o si realmente lo que quiere es moverse para escapar o para descubrir. Gran parte de mi vida la pasé viajando para huir. Sin embargo, cuando cambias esa perspectiva y reflexionas sobre ello, empiezas a viajar de otra manera, más consciente, con ganas de descubrirte y hasta de volver a casa, que también es muy bonito.
Hablar con Sindy es entender que los viajes no son solo desplazamientos físicos, sino procesos de transformación personal. Cada ciudad, cada viaje, cada ruta, parece marcar un paso hacia adelante en su constante reinvención. La movilidad para ella no es solo un acto de cambiar de lugar, sino una forma de sanar, de conectar, de reivindicar y de luchar por muchas personas que no tienen voz. Sin duda, es ahí donde Sindy se encuentra a sí misma.

