Roger Pera, actor: “Hace tres años me pusieron una multa por tocar el móvil un poquito cuando conducía; a raíz de eso tuve que hacer el curso de concienciación para recuperar puntos”
VIP sobre ruedas
El también actor de doblaje explica que, hace muchos años, un policía de Barcelona le paró por conducir una moto sin casco y escuchando música con auriculares: “le vacilé y me puso una multa que flipas”

Roger Pera es un gran actor, cuya carismática voz también le ha convertido en un referente del doblaje

La historia de Roger Pera empieza en Mataró, pero desde niño su voz llegó tan lejos que captó la atención, ni más ni menos, que la del mismísimo Steven Spielberg. Durante años puso su voz a uno de los superhéroes más conocidos del cine, hasta el punto de que una generación entera lo recuerda con la fuerza de una frase que hizo historia: “Yo soy Spiderman”. Detrás del micrófono, sin embargo, se encuentra alguien que no ha dejado de recorrer caminos propios, tanto en el escenario como en la carretera.
Con una moto que le regala libertad y un Volkswagen Escarabajo que guarda historias de otro tiempo, Roger entiende el motor y el viajar, no solo como una forma de ir de un lugar a otro, sino como un estado de ánimo. Sus giras teatrales lo han llevado a conocer carreteras secundarias, aeropuertos pequeños y grandes capitales. Sus viajes los ha marcado tanto el trabajo como la necesidad de buscar nuevos comienzos para salir de las sombras y reinventarse.
Actor, director de doblaje, creador de espectáculos propios y protagonista de proyectos que han marcado a varias generaciones, Roger ha encontrado en los viajes -internos y externos- una manera de medir su vida. No se trata de contar kilómetros, sino de traducirlos en experiencias que dejan huella.
Roger Pera, ¿cómo estás?
Muy bien, aquí, en Argentona. He venido a ver a mis padres para que me limpien la ropa.
Tengo entendido que tenéis un Volkswagen Escarabajo y una furgoneta, también clásica…
Yo tenía un Volkswagen Escarabajo con mi hermano mayor y, más tarde, compré una furgoneta Volkswagen de 1973; dependiendo del día, cogíamos uno u otro. Por aquel entonces estaba haciendo el musical Hermanos de sangre y, poco después, interpreté a Mozart en Amadeus. Disfrutábamos mucho de la función, pero lo mejor venía después, porque montábamos unas fiestas buenísimas en la furgoneta. Tenemos mucho cariño al Escarabajo, pero para mis hermanos (somos seis, todos chicos) la furgoneta está a otro nivel.

Hablando de la furgoneta, ¿qué pasó después de uno de los estrenos de tu padre y Paco Morán?
¡Fue muy divertido! Era la noche en la que mi padre y Paco Morán estrenaron La extraña pareja, en 1994. Al salir, fuimos todos juntos a celebrarlo y, después, el plan era dormir en Argentona, en la casa familiar que, aunque es pequeñita, es nuestro refugio.
Mi madre y mi padre iban en un BMW blanco, y nosotros, los seis hermanos, con la furgoneta, la música a tope y uno de ellos con una pierna colgando por la ventanilla. En el peaje de Vilassar había un control de alcoholemia y, claro, pensamos: “Ay, madre, con la pinta que llevamos, nos van a parar”. ¡Pero no! Pasamos el control sin problema y pararon a mis padres. Ese día tuvimos mucha suerte.
¿Te gusta conducir? Sé que también eres motero…
Me encanta conducir, desde siempre. Empecé a los 14 años con una Derbi Variant Mundial y, desde entonces, he sido muy motero. Nosotros somos de Mataró y, aunque venimos de una familia de payeses, estudié en el colegio Betània Patmos, en el barrio de Pedralbes, de Barcelona. En esa época tuve varias motos, algunas de las cuales también me robaron. No sé qué les doy, pero siempre me han robado bicis y motos; los ladrones van a por mí.
¿Qué moto llevas?
Ahora tengo una Triumph 1100, que compré hace tres años. Ya he tenido varias de esta marca.
Cuando íbamos los ocho de la familia y el perro en el Fiat 131 Supermirafiori, mi padre nos decía que nos escondiéramos cuando viésemos a 'los verdes'”

¿Sueles hacer rutas?
Hago rutas, aunque no demasiado largas. Vamos mucho a la Vall d’Arán, aunque también hemos ido a Andorra, a Gijón… Me apetece hacer una ruta más larga con mi chica. Pero piensa que soy autónomo, además de productor, director de doblaje, actor y también hago teatro, así que tengo poco tiempo y, claro, poco dinero.
¿Qué coche de tu infancia no olvidarás?
El Fiat 131 Supermirafiori de mi padre. Íbamos él, mi madre, mis cinco hermanos, el perro y yo. Viajábamos mucho con ese coche por Catalunya. Mi padre nos decía: “¡Cuando veáis a los verdes -a la policía-, todos hacia abajo y os escondéis!”. Entonces yo ya apuntaba maneras, porque cuando gritaba “¡los verdes, los verdes!”, me quedaba en la ventanilla y sacaba el dedo desafiante.

¿Recuerdas la primera vez que condujiste un coche y una moto?
La primera moto que conduje fue una Derbi Variant Mundial que nos trajeron los Reyes a mi hermano mayor y a mí. Yo tenía 11 años y él ya había cumplido 14, que era la edad mínima para llevar motos de 45 centímetros cúbicos. Aunque oficialmente era para él, yo comencé a ir en moto desde los 12, porque vivíamos en una urbanización, en Argentona, y podíamos movernos por allí sin que nadie nos dijera nada. Recuerdo que, a los 16, le robé la Yamaha RD 350 a mi hermano -porque él ya conducía- y fue una auténtica pasada. En ese momento no era obligatorio llevar casco, y entiendo que ahora haya que ponérselo, pero conducir sin casco era una maravilla. Yo tengo poco pelo y, claro, ponérmelo era un palo para ligar, sobre todo porque si ibas con el pelo al viento, llegabas guapo.
Siempre he sido muy rebelde. De hecho, tenía una psicóloga a la que le decía: “Es que soy pasional, no me gusta seguir las normas, soy bohemio, mágico…” y, mientras decía esto, me paró en seco y me dijo: “No, tú lo que eres es gilipollas.” Y lo clavó. Cuando se hizo obligatorio el casco, yo seguía yendo por Barcelona sin él. No es que no lo llevara encima, es que no me lo ponía. Iba escuchando música con el walkman, con los auriculares metidos en la oreja, y un día me paró un policía y me dijo: “Oye, chico, ¿no sabes que hay que llevar casco?” Y le vacilé: “Sí, señor agente, pero yo no llevo casco... llevo cascos”. Me puso una multa que flipas.
Hablando de multas… ¿Cuál es la última que te han puesto?
La última fue por tocar el móvil, hace tres años, y me quitaron seis puntos. Desde entonces dije basta. Mi hermano mayor, Iván -que trabaja en el Ayuntamiento- me dijo: “Es que eres tonto, las multas son lo único que pagamos sabiendo que hemos perdido. Nadie las recurre, porque sabes que no tienes razón. Si hiciéramos las cosas bien, no pasaría.” Era cierto y me jodió mucho esa multa porque fue solo tocar el móvil un poquito, nada más. A raíz de eso tuve que hacer el curso de concienciación para recuperar puntos, porque para mí ir en moto y conducir es básico.
Tuve un Jeep gris que disfruté mucho durante cuatro años, aunque al final lo vendí porque me arruinaba porque gastaba una barbaridad en gasolina”

¿Cuál es el viaje con la familia Pera al completo que recuerdas con más cariño?
Fuimos a Santillana de Mar porque mi abuela era de La Rioja. Hicimos una ruta preciosa: primero fuimos a Pradejón y, de ahí, subimos hacia Santillana para luego terminar en el País Vasco. Fue muy chulo. Somos una familia grande y nos gusta mucho viajar todos juntos. Otro de los viajes que más nos marcó fue cuando fuimos los seis hermanos con mis padres a Londres. Fue muy especial, porque vimos nuestros primeros musicales, algo que a mi padre le encantaba y que ya nos ponía en el Supermirafiori. El diluvio que viene, Jesucristo Superstar, El fantasma de la ópera… Todo eso nos lo descubrió él.
De los coches y motos que has tenido, ¿con cuáles te quedas?
La moto sería la de ahora, la Triumph Bonneville 1100, porque me encanta y la cuido muchísimo. Pero la Yamaha RD 350 me acompañó durante largo tiempo y mis primeros ligues fueron con ella. En cuanto a coches, tuve un Jeep gris que disfruté mucho, aunque al final lo vendí porque me arruinaba. Lo mantuve durante cuatro años, pero gastaba una barbaridad en gasolina. Quizá el que más he utilizado ha sido un Nissan Navara pick-up, que me salió buenísimo.

Ya que estamos escogiendo vehículo… ¿Con cuál de estos te quedarías? ¿Con el coche fantástico, el DeLorean de Regreso al futuro, el Halcón callejero, el Ecto 1 de los Cazafantasmas o la furgoneta del Equipo A?
No tengo dudas: el DeLorean. Si puedo, cada año me escapo a Londres a ver musicales para disfrutar, porque allí hacen las cosas con otro amor y otra disciplina y, casualmente, el último que vi fue el musical de Regreso al futuro. Hay un momento en el que el DeLorean empieza a volar por encima de la platea del teatro y ¡es alucinante! Además, le tengo un cariño especial porque, en TV3, yo doblé a Michael J. Fox en las versiones catalanas de esas pelis.
¿Cuál fue esa vez que la liaste, de verdad, conduciendo?
Fue con la moto. En aquella época, estaba rodando la serie de TV3, Poblenou, y por las tardes ensayaba Sam, un musical que hice con Àngels Gonyalons. Un fin de semana quedamos con los amigos en una cervecería de Mataró que justo al lado tenía un restaurante chino. En medio del cachondeo, mis amigos me dijeron: “¿A que no entras con la moto en el chino?”. La verdad es que no sé de dónde salió la apuesta, pero dije que no, que no iba a entrar... y, al final, lo hice.
En ese momento tenía una Derbi, una de esas pequeñas; crucé el restaurante entero hasta la cocina, di la vuelta y salí. Imagínate estar comiéndote un chop suey y que te pase una moto por al lado. Bueno, eso ya se ha vuelto mítico en Mataró, todo el mundo lo recuerda. Al salir, los del restaurante me cogieron y empezaron: “¡Policía, policía, policía!”. Les dije: “Sí, sí, perdón, perdón, vamos a la policía”.
Fue una gamberrada, tenía 16 años y, aunque gané la apuesta, hubo un juicio: tuve que pagar 100.000 pesetas y cumplir 12 días de arresto domiciliario. Como ya trabajaba en la serie Poble Nou, de TV3, y ensayaba el musical en Sant Andreu, Daniel Martínez, que era el director de Focus, fue a hablar con el juez para pedirle que, en lugar de cumplir 12 días de arresto consecutivos, la condena fuera durante los fines de semana. De esta manera podía estar por las mañanas en TV3 y asistir a los ensayos de la función por las tardes. Finalmente, el juez aceptó.
En esos caminos de tierra o asfalto que conectan un pueblo con otro y que son completamente rectos, con árboles a los lados, paro a hacer fotos, porque me gustan mucho”

Roger, en tus proyectos personales, ¿has sentido que tu carrera ha sido como aprender a conducir sin libro de instrucciones?
Totalmente. Ha sido como un juego. Empecé de muy pequeño, no en teatro profesional, pero sí cuando necesitaban un niño en el Teatro Romea, de Barcelona, o en el Centro Dramático Nacional. Siempre que hacía falta uno, le decían a mi padre: “Pera, ¿nos dejas a tu hijo?”, y mi padre contestaba lo mismo: “¡Claro! ¡Y si puede ser, no me lo devolváis!”. Vamos, que para mí todo empezó así: como un juego.
El doblaje, además, lo aprendí enseguida porque me gustaba mucho y me atraía por dos cosas: porque lo disfrutaba, porque me cuidaban un montón y porque me escaqueaba de ir a clase en algunas ocasiones. El problema de empezar tan pequeño es que, con el tiempo, deja de ser un juego y empiezas a querer hacerlo bien. Claro, lo haces con la intención de recibir buenas críticas, y justo ahí es cuando empiezas a fallar. A mí, por ejemplo, en los estrenos, cuando viene mi hija, no me gusta saberlo. Tampoco quiero saber si hay críticos, si está mi padre o mis amigos, porque el día que sé que hay alguien que me importa, intento hacerlo perfecto, y esa es la peor opción de todas.
¿Qué tipo de carretera simboliza mejor tu vida: una autopista recta, una curva peligrosa o un camino lleno de baches que, sin embargo, merece la pena?
Me gustan mucho las curvas, pero si te soy sincero, hay algo que me encanta: una carretera recta, de pueblo. En esos caminos de tierra o asfalto que conectan un pueblo con otro y que son completamente rectos, con árboles a los lados, paro a hacer fotos, porque me gustan mucho.
¿Qué viaje tienes pendiente?
Tiene bastante que ver con ese concepto de camino largo y carretera recta: La Ruta 66, con una Volkswagen California. Puede sonar algo poco original, pero me encantaría.

Tu voz llegó lejos antes que tu cuerpo. ¿Qué sentiste la primera vez que viajaste al extranjero por trabajo?
A veces, trabajar en esto es como recibir regalos, y uno de los más bestias fue rodar Habana Blues, de Benito Zambrano. Era la primera vez que viajaba fuera por curro, y solo éramos dos españoles en todo el equipo, Marta Calvo y yo, porque la historia va de dos productores que viajan a Cuba a buscar músicos. Recuerdo que una noche Benito nos reunió para cenar y nos soltó: “Os voy a ser sincero, quiero hacer esta película, pero aún no sé cómo. Así que os propongo venir conmigo a Cuba. ¿Os importa?” Nos miramos y nos echamos a reír. ¡Pero cómo nos iba a importar! Imagínate, estuvimos cinco meses allí; bueno, en mi caso, incluso más.
Benito iba grabando según encontraba el camino, y aquello fue una aventura increíble. Lo viví como un regalo, porque no era ir como turista, era vivirlo desde dentro, con la gente. Me sentí uno más, casi un cubano. Me marcó tanto que al terminar decidí quedarme tres meses más, recorriendo toda la isla. Santiago, Camagüey, Cienfuegos… Fue un viaje precioso, de esos que nunca olvidaré.
¿Cuba fue uno de esos lugares que te hacen plantearte si volver o no?
Este fue uno de esos destinos especiales. Otro que recuerdo con mucho cariño fue cuando me ofrecieron hacer Amadeus, la obra de teatro, en el Tívoli. Me propusieron interpretar tanto a Mozart como a Salieri. La película está basada en esta obra de Peter Shaffer, y como soy un loco de la música, imagínate lo que supuso para mí hacer del mejor músico de todos los tiempos. Tuve que aprender a dirigir una orquesta, así que decidí tomarme un mes e irme a Salzburgo para empaparme de su mundo, de su historia, de su ambiente.
Me instalé en casa de una señora mayor durante tres semanas, y luego pasé por Viena. Estudiaba, iba a conciertos, recorría teatros… Salzburgo es un lugar muy teatral, precioso, muy Mozart. Una tarde me acerqué al cementerio donde, supuestamente, está enterrado. Le dejé una foto con unas palabras por detrás y estuve un rato allí, hablándole. Le dije: “Ayúdame con este papel, porque interpretarte a ti no va a ser fácil”.
También disfruto viajando solo, algo que mi chica acepta; incluso, le va bien que desaparezca un rato”

¿Qué anécdota no olvidarás durante un viaje de trabajo?
Durante el rodaje de la peli El Lobo, la de ETA, con Coronado, yo hacía de un etarra histórico que se llamaba Mediometro, junto con Fernando Cayo y otros compañeros. Recuerdo que el primer día de rodaje teníamos que coger un tren a San Juan de Luz y que yo vestía muy cómodo y tirado, en plan grunge. A todos los actores que hacíamos de etarras históricos, los de Mundo Ficción nos dieron el libro Dentro de ETA para preparar el personaje, además de un coach de vasco.
Justo cuando estábamos llegando a San Juan de Luz, antes de la parada, subieron al tren los gendarmes. Me pidieron que abriera la bolsa. Y claro, dentro estaba el libro. Cuando llegamos a San Juan de Luz, me agarran del brazo, me sacan del tren y me llevan aparte. Yo iba repitiendo: “¡No, no, si yo soy de Mataró, vengo a rodar una película, no tengo nada que ver!”. Me llevaron a comisaría; allí intenté llamar a los productores, pero mi francés no era gran cosa. Al final, ellos les explicaron que estábamos rodando una película y, aunque costó, me creyeron, pero hubo un rato que me acojoné bien.
¿Cómo organizas los viajes cuando combinas teatro y doblaje en distintas ciudades?
A mí me encantan los bolos. Cuando vamos de gira, disfruto muchísimo porque es como salir un poco de vacaciones. Por más que tengamos coche de producción, soy muy de ir a mi bola, así que muchas veces intento buscarme yo mismo un sitio para dormir. Si estamos por aquí cerca, me gusta encontrar un hotel rural, algo tranquilo. A veces voy solo porque también disfruto mucho viajando así, algo que mi chica acepta; incluso, le va bien que desaparezca un rato. Soy muy fan de buscarme un sitio bonito, aunque esté apartado. Cuando tengo que actuar cerca de Girona, por la zona de Figueres, hay un pueblecito al que me encanta ir que se llama Madremanya, donde hay un hotel que es una cucada.

¿Qué destino te ha dejado sin palabras, no por lo turístico, sino por el impacto emocional que ha tenido en ti?
Por impacto emocional, te diría Senegal. Una muy buena amiga mía se fue a vivir allí durante dos años para llevar una ONG, y estuve con ella, aproximadamente, tres semanas. La labor humana que hacían allí era brutal; me marcó profundamente. Ella se encargaba de una escuela y durante ese tiempo yo le estuve echando una mano, enseñando a los niños a dibujar, cantando canciones, practicando algo de inglés… Fue realmente bonito. Nunca olvidaré a una madre, que cuidaba muchísimo a su hija, una niña de cuatro años que se llamaba Nicole, y que en los últimos días me repetía todo el tiempo: “¿Por qué no te la llevas contigo a España?”. Fue un viaje precioso y, sobre todo, muy fuerte a nivel emocional.
¿Cuál fue el trayecto más difícil que tuviste que hacer en tu etapa personal más complicada?
Un viaje personal fuerte fue cuando toqué fondo. El tema es que tuve un problema con las drogas: con la cocaína. Se me fue de las manos, sobre todo porque no supe gestionar las emociones. Al final, la droga es como un iceberg: lo que ves es solo la punta. Todo empezó por una necesidad que venía de mucho antes. Desde pequeño, me alimentaba de que me dijeran “qué bien lo haces”, “qué bonito esto”, y cuando llegó la adolescencia, esa necesidad se transformó en “quiero ser el más guapo”, “el más brillante”, “el que hace más doblajes”, “el que siempre está en el teatro”, “el hermano más divertido”... Claro, eso, mentalmente, me agotó. Es un esfuerzo que te pasa factura.
Yo era muy sano, no fumaba, no bebía... pero un día, ya con 27, conocí a un director de teatro de Nueva York; ahí apareció la cocaína y me enganchó. No consumía cada día, pero cuando estaba eufórico o con miedo, o cuando me sentía lleno de cosas, pensaba: “Necesito un empujón”. Al principio era algo social, pero con el tiempo acabas consumiendo solo y eso te atrapa. Lo importante fue que un día hice algo que es vital y que cuesta mucho hacer: levantar la mano y pedir ayuda.
El viaje que más me ha marcado a nivel emocional fue el de Senegal; estuve tres semanas con una amiga que se fue allí a llevar una ONG, la labor humana que hacían era brutal”

Dar ese primer paso es clave para avanzar a hacia la salida de este pozo tan profundo...
Las adicciones siempre te las vas comiendo por dentro: las escondes, no quieres reconocerlo. Piensas que ya lo resolverás tú solo, hasta que un día tienes que rendirte. Yo estuve un año ingresado en un centro, pero hay que dejar claro que lo importante no fue dejar la cocaína; eso al final es lo fácil, lo jodido es el trabajo personal. Porque la droga, como decía, es la punta del iceberg, pero debajo hay mucho más. Puede ser alcohol, pastillas, juego, incluso la anorexia, pero es cuando entras en terapia que empiezas a darte cuenta de todo eso que está escondido debajo.
Yo necesitaba que la gente me quisiera, y cuando me querían, todavía quería más. ¡Más amor, más reconocimiento! Estaba haciendo el musical de Jesucristo Superstar en Madrid, y cada mañana cogía un avión para grabar una serie en TV3 con mi padre. ¡Siete meses así!: una locura. Ese trabajo personal de parar, mirar atrás, preguntarte qué te ha funcionado, qué no, y cómo quieres vivir a partir de ahora… es lo que me salvó.
Roger, si tu vida fuera un viaje en tren, ¿en qué estación estás ahora?
A mí me pasa mucho que me salto las paradas del tren y luego tengo que volver atrás. Me pasa bastante. Seguramente estaría en la penúltima. Hay cosas que he cambiado en mi vida, pero eso de ser despistado no lo cambiaré nunca.
Roger Pera no solo ha recorrido carreteras y ciudades, sino también los paisajes más complejos de su propia vida. Su Escarabajo y su moto son símbolos de movimiento, pero también de memoria y de libertad. Entre escenarios, doblajes y viajes, ha encontrado en cada trayecto un espejo que le devuelve la imagen de alguien que nunca ha dejado de crecer y salir adelante. Quizá por eso, más allá de las frases memorables que ha prestado a otros, la que mejor lo define no se escucha en una pantalla, sino en cada camino que todavía le queda por recorrer.

